sábado, 12 de mayo de 2018

AFECTO COTIDIANO


  Llueve a cántaros y se oye repiquetear la lluvia contra las ventanas del techo de este ático.
     Mi santa madre, a sus 78 años, un día más, desde los 24 en los que se casó, está preparando la comida y va haciendo las cosas con calma. La observo y me gustaría ayudarla más de lo que se deja. 
      Ahora el silencio no suena amenazante como hace una hora, quizá porque ya huele a cocido.

         Llega ahora mi padre. Mi madre saluda con dulzura entrañable, dan ganas de darle un abrazo, esa madre, siempre dispuesta, siempre contenta de ver a su familia bien.
        Cuántas personas así alrededor veo diariamente o me comunico con ellas por otras vías que las presenciales; son las que  compensan malos tragos, contrastando con todo lo malo que nos presenta la televisión, que no habla de esto y es lo que más calor da a la vida. 
         El afecto cotidiano y los buenos deseos de tantas personas que conozco, las sonrisas cariñosas y serenas, son de los mejores alimentos del espíritu. Qué poco nos abrazamos y cuanto deberíamos hacerlo desde nuestras islas particulares.

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