sábado, 19 de diciembre de 2015

INUSUAL HISTORIA DE AMOR


       En realidad me equivoqué; la mejor persona, es ésta que viene a continuación. Cuando Pedro Piqueras abre los informativos, comentando, con música sensacionalista, las tragedias del día, pienso que él nunca daría esta noticia. Sin embargo esta noticia TAMBIEN es real, es un notición, algo inaudito, pero real, aunque, quizá, debido al tema de audiencias, no interesa.  En este caso si que no hay idealización, sino asombro. Son doce años y dos meses asombrado ante semejante noticia.
      
       Y cuando los cuatro jinetes apocalípticos que se presentan mañana a solucionar una crisis que pinta muy mal; cuando hay miedo y hasta pánico hacia aquélla, cuando los yihadistas pueden estar rondando por todas partes, cuando nos asustamos con el qué va a pasar, cuando pensamos en las injusticias de este mundo en todos los terrenos; cuando están matando a mucha  gente inocente en nombre de la paz, mientras los que lo hacen nos desean paz y amor; sí, a pesar de todo, para mí, esta historia que voy a contar es NAVIDAD y no la de la nochebuena ni la del día 25 de diciembre; esta historia no es freixenet o ferrero rocher, esta noticia es estupenda por ser real; de hecho, si no la hubiera conocido, mi vida hubiera sido una mierda. El mérito de esta historia no es del que la cuenta, sino de la persona que, siendo, y sólo existiendo, me lo deja facilisimo para explicarla sin esfuerzo.
       
        Esta historia quiere ser también un homenaje a la multitud de personas buenas que cuando se levantan, no se ponen a pensar en como fastidiar al prójimo; en algunos casos hasta ocurre lo contrario. 
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S.
They don’t know you like I do, they don’t know you like I do”

No te conocen como yo te conozco, no te conocen como yo”

De la canción “Without words”, de Ray LaMontagn

I don’t believe in the existence of angels but looking at you I wonder if that´s true…."
No creo en la existencia de los ángeles, aunque cuando te miro me pregunto si eso es verdad…”
                                  De la canción “Into my arms” de Nick Cave.

                  Hace mucho tiempo que no me río con ganas. Se lo comenté un día a S. Oye, ¿No te parece que cada vez nos reímos menos? Es que quizá no hay muchas razones, respondió ella.
                  
            S., balsa balsita, la más equilibrada y menos irritable de todas las personas que conozco, puede que el mismo Dalai Lama se cabree más que ella, . Ella, las cosas como vienen, no tiene nada teorizado, lleva en los genes una forma de vivir pacífica y aceptadora de la realidad, sin juzgar… Ella es un misterio de la naturaleza… Pero qué bello misterio, como el agua del río, al alcance de la mano todos los días su sonrisa generosa. Qué fuerza poderosa tiene esa suavidad y esa dulzura. Neutraliza toda la violencia de mi dolor. S., que no conoce el rencor y a la que pocas veces le llega la ira…. Y la propia ira le llega de forma suave y sin ponerse a vociferar…Cuando dice que está enrabietada yo no se lo noto. Por supuesto, ella no se ve así. La humildad que lleva pegada al cuerpo se lo impide.
               
            Recuerdo que cuando nos conocimos en Gupost (sección de publicidad directa del grupo Gureak) tratábamos mucho con un chico que se llamaba Jorge. Jorge que fue al final el elegido para trabajar allí, mientras los demás nos conformamos con el cursillo. Bueno, el ganador absoluto fui yo: Gané la compañía de S… Jorge nos escribió un gracioso y cariñoso email cuando ya no nos veíamos; se refería a mi ya para entonces novia en estos términos:”En Gupost se echa mucho de menos esa afabilidad desprendida, cumbre del afecto…..” Pues yo la tenía conmigo.
          Que gran poeta era Jorge. Qué lástima fue el hecho de que no quisiera tener relaciones sociales con nadie, fuera del trabajo. Sigue igual, por cierto. Aunque en el trabajo sí hablaba mucho con nosotros. Fue muy respetuoso mientras veía que S. y yo nos íbamos acercando sin darnos cuenta, irremediablemente, como un tranquilo río al mar, con casual dulzura y pequeña gloria, sin forzar, sin buscarlo. “Betiko bikote”, nos decía sonriendo. Él fue nuestro testigo de honor.
       
     Jorge no nos quiso dar su teléfono. Anda siempre solo, siempre solo fuera del trabajo. Maldita esquizofrenia. Todo ese potencial, ese sentido del humor, esa cultura, ese respeto, esa bonachonería, esa conversación; y él decidió desperdiciarla, o guardársela para sí mismo. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Decía ser misántropo y no hubo nada que hacer. Algunos emails sueltos, pero no anda con nadie y tiene cualidades excepcionales. Qué pena. Sólo supimos que vivía en Egia; ni la calle nos quiso decir, y los dos sabíamos cuánto nos apreciaba; cuando lo hemos visto por la calle nos ha saludado con mucho cariño, pero no ha querido quedar.
             Hoy a la tarde hemos ido a casa de S. a jugar a cartas, y, agradable sorpresa, ante unos comentarios que ha hecho ella cuando he hecho doble escoba, me ha salido una carcajada liberadora imparable; qué habrán sido, cinco, ¿Diez segundos?; momentos de absoluta libertad. Salen las cartas, hago doble escoba y las recojo. Ella piensa que eso no se hace así, pero la forma de expresarlo ha sido tan de Ella, que no he podido reprimir la carcajada. Cualquier otra, ante el desacuerdo, me hubiera dicho, eh tío, a dónde vas, que eso no es lícito, casi bruscamente. ¿He dicho ya mil veces que S. es todo menos brusca? Quizá no lo he dicho ¿Que no se irrita casi? Y me dice, sin mover el gesto, con su voz de siempre y toda natural: “Eso no se hace así, se queda en la mesa, pero uno no se lleva dos escobas.” Me lo ha dicho como quien dice: Se te ha caído el bolígrafo. Ni para un lance tan trivial y doméstico utiliza la fórmula del reproche. Y yo me he partido, ella ha empezado a reírse también y le he explicado entre carcajadas mi reacción. Luego hemos estado recordando otras cosas y también nos hemos reído. ¿Hay algo más sano? En ese momento me he olvidado de mis maximizados problemas, completamente, a los que seguro andaba dando alguna vuelta por el bolo.
        También, lo mejor del día ha sido todo lo que le he hecho a reír a S. Somos iguales, jugábamos a la escoba y nos traía al pairo quien ganara, interrumpíamos el juego a base de bromas que provocaban sus carcajadas. ¿Puede haber mayor regalo que hacerle reír a la persona de la que llevas doce años enamorado? Curiosamente, a S., lo que más le atrajo de mí fue mi sentido del humor, mi desenfado y el hecho de que siempre tuviera algo interesante (según ella ¿eh?) que decir. Claro, no conocía todavía las sombras. Pero apostó muy fuerte por ese chico y estuvo a su lado en todos sus naufragios, con él, sin fallarle, y mira que he tenido problemas que ninguna otra persona hubiera podido sobrellevar conmigo. Ella siempre allí, con una forma de estar tan incondicional, tan alentadora a pesar de las trombas brutales de agua…Día tras día, año tras año “que sí, que ya verás como sí…” A prueba de bomba. En fin, S. es amor, es lo más sencillo que puedo decir de ella porque además es cierto.
        Muy poca gente la conoce bien porque en sociedad se promueven otros “valores”: el carisma, el carácter, lo supuestamente guay, saber opinar y hablar de temas “interesantes y profundos”, la gente que sabe divertirse y quizá ella y yo somos unos sosos, además de estar marcados por el estigma; y al final, eso qué más da.
        Un Domingo, sabiendo lo mal que lo había pasado el Sábado, cuando me presenté en su casa con una sonrisa, le salió a ella otra, de oreja a oreja, qué ilusión verte así, decía, qué bien… Después de todo lo de ayer.
       Luego tiene una capacidad de dejarse tomar el pelo y de reírse de ella misma inigualable. Cuando la imito, cuando me burlo cariñosamente, ella ríe y ríe; una vez puso los brazos en jarras y me dijo “Oye, a usted le gusta mucho imitarme ¿no?” Esto lo hemos recordado infinidad de veces.
       
        S. tiene mucha costumbre de hablar de su ropa, cosa que es un tema, que, por más esfuerzos que hago, no ha conseguido interesarme nunca. Una vez quise que se diera cuenta de que me hablaba de algo totalmente ajeno a mi interés, cuando estaba con el tema de la ropa y le solté, después de una explicación que me dio sobre pantalones, de sopetón:
        “Oye S. ¿Tú que opinas de la nueva propuesta de UP y D sobre la disyuntiva que se está creando en el tema de…?” Se me queda mirando fijamente y sin esperar más de un segundo me dice con tranquila e inocente espontaneidad: “Ah, yo de eso no tengo ni idea” (y me importa un rábano, le faltó decir, pero es demasiado correcta para haber dicho eso) y salió de la cocina tan tranquila. “¡S…!, ven un momento por favor…” “¿Qué pasa?” Y entonces le explique el juego que le había hecho ante lo que soltó una sonora carcajada. La carcajada de S. es lo menos forzado que pueda escuchar uno nunca. Es una alegría natural que le sale de dentro. Cuántas veces, estando yo en su casa, ella en el salón ante la tele, yo en otro cuarto leyendo o simplemente escuchado música o haciendo nada, la he escuchado reír abiertamente ante algo cómico de la tele, con una salud de alegría contagiosa, con una pureza del sentimiento provocador de la risa totalmente única e insólita. Qué limpia está por dentro.
           Por supuesto, tiene defectos; unos cuantos…Pero por el respeto que le tengo, la gente que llegue a leerse esto (si es que llega) no tiene por qué enterarse de esos defectos. Que yo no tenga miedo de exponer los míos, no tiene nada que ver con el hecho de exponer los suyos. Yo no tengo derecho a hacer eso pues (tal y como dice una muy sobada frase) los trapos sucios se limpian en la cocina.             
          Hay algo increíble en su personalidad: no habla mal de nadie. Y mira que algunos le han hecho daño. Y si lo hace muy lateralmente, enseguida se apresura a decir, sobre la persona mencionada: “Aunque reconozco que tiene unos valores buenísimos que…” No tengo ni idea de por qué lo hace, ya digo que es un misterio; tanto que no parece de este mundo; porque ella, y que se me oiga bien, nunca, nunca me juzga y me trata exactamente igual esté yo en el estado en el que esté, represente yo el rol que represente; en realidad yo nunca represento un rol con ella, puedo ser enteramente yo mismo, porque me veo querido; cómo enfadarme con alguien así, cómo quejarme de ella, cómo abusar de su bondad, debería ser poco menos que un desagradecido inconsciente, una malisima persona, y a tanto no llego.
         Todo esto me permite ser muy amable con ella, darle todo el cariño que puedo, me sale solo; sé que le ayudo a veces y también que disfruta a veces de mi compañía. Nos llevamos bien, que no es poco tras doce años y dos meses.
        Ay S chiquitita… El fin de semana en casa de S… Qué calmosa es su presencia. La tensión desaparece. No nos pedimos nada especial. ¿Qué hemos hecho? ¿Algún maravilloso plan de fin de semana? No necesitamos nada de eso; estar con Guillermo ayer, con la tía hoy, comer juntos, ver algo de la tele juntos. El mismo programa estúpido deja de ser  estúpido si lo comentas con ella. No hace falta nada. Ya está. S. y yo pues, somos muy simples en cuanto a pareja, el cariño va solo y nos complementamos. Veré esta tarde a S., que es mi belleza y bálsamo , y que me dijo, que me dijo, repito, S., sí, cuando yo estaba muy mal y le dije que no tenía fuerzas ni razones para seguir, ella dijo: “Pero me tienes a mí”.
          Recuerdo que una mujer que hacía y hace crítica de cine era una apasionada seguidora de la actriz Susan Sarandon. Hasta que esta actriz, en la película “Pena de Muerte” representó a una monja que acompañó a un asesino (al que interpreta Sean Penn y que se le confesó al final entre sollozos) en sus últimos días antes de ser ejecutado, con visitas casi diarias, incluido el día de la ejecución en que se miraron con amor. Lo que haga Dios al respecto lo ignoramos todos. Ni siquiera sabemos si lo hay.
       
         La señora crítica de cine dijo al respecto del papel de Susan Sarandon: “Bueno, a mí ese personaje tan bondadoso (lo dijo despectivamente), tan bueno, tan irreal (eso es porque no conoces a S.; soy el novio y autor de este apartado, pero sigue), sin dobleces, sin sutilezas me decepciona totalmente; me parece tan poco interesante….” Eso lo diría por lo interesante que es ella.
         Lo decía en otro apartado, son los malos los interesantes, por lo visto. Pues a mí S. me interesa muchísimo, hasta el punto de amarla como no he amado a nadie nunca. Lo único que sé es que no podré ser correspondido en el grado, porque mi amor es algo que no me cabe en todo el entendimiento, pero si en el corazón.


Nunca se podrá medir todo lo que yo te quiero, S....




miércoles, 16 de diciembre de 2015

TODAVIA QUEDA GENTE COMO EL

AVISO PRACTICO Y ANTI-LITERARIO: SUELO IDEALIZAR A ESTE TIPO DE PERSONAS.

SALVA



Volviendo al mono-tema.  

Cuando ingresé en el sanatorio de Usúrbil, en Enero de 2013, por causas que mejor no repetir, tuve la suerte de ser atendido por una gran psiquiatra, de la que quizá hable algún día; en realidad, debo matizar que, todavía no era una gran psiquiatra, pero eso era  porque llevaba sólo dos años ejerciendo. Porque era una persona fuera de lo común, en cuanto a inteligencia, empatía y sensibilidad... Un diamante en bruto que hará mucho bien, pues su trato con el paciente rompía esquemas de atención muy  anticuados.

    Pero lo que quiero recordar ahora, es, que tuve la suerte de tratar casi desde el principio con Salva. Ya en los primeros días, fue un hombre que me llamó la atención. Él se sentaba delante de una mesa redonda, al fondo de la biblioteca y atraía a cierta gente a su alrededor. Era un hombre menudo, de rostro agraciado, facciones suaves y al mismo tiempo curtidas, y en su persona, bajo lo que parecía seriedad, uno se topaba con mucha humanidad.

   Nos juntábamos todos los que queríamos alrededor suyo, y aunque él tenía predilección por una buena chica de Zumaia y por un hombre de Azpeitia, admitía a todos y para todos tenía el mismo trato amable; una palabra de ánimo, un intento de apoyo, una poesía de Benedetti (“No te rindas”), alguna sonrisa precisa en algún momento dramático. Siempre sin resultar empalagoso, era oportuno. Alrededor de él se formaban tertulias y era muy moderado, pero siempre intentaba poner un ambiente positivo en la mesa. Trataba de mantenerse integro. Además era muy inteligente y una conversación con él podía ser o de tono intelectual, o de modo desenfadado, anecdótico y hasta entretenido: le gustaba plantearnos juegos de tipo matemático o pequeños acertijos que había que resolver con picardía e ingenio; cosas de las que yo, cuando estuve con él, dado mi pésimo estado, (por razones X), carecía completamente. Cuando se iba a marchar, una auxiliar dijo de él, “Bueno, Salva es uno más ¿eh?”. Vale, probablemente para ella lo era, para algunos de nosotros no era “uno más”. Era algo más que eso. Que lo sepa la auxiliar. Que lo sepa.

Más que nada porque hizo, de forma sutil, bastante bien a su alrededor.

Salva solía decir que de todas las personas se podía aprender algo, cosa que comparto plenamente… Por las mañanas solía estar sentado siempre en el mismo lugar, delante de la mesa redonda de la biblioteca, como si viviera allí, escribiendo en un cuaderno. Me dijo que eran reflexiones, cosas que había leído en un momento en una revista, una conversación que acababa de tener con alguien. Y hasta conmigo mismo. Sacaba también mucho provecho de todo lo que la situación le ofrecía. Las sesiones de jardín, la pala en el frontón. Los paseos al aire libre alrededor del monte. Él casi nunca bajaba al bar, prefería caminar y no estar quieto.

En las tertulias, parecía que si no estaba él, faltaba algo esencial. Faltaba el caballero. De hecho, cuando se fue, dejó de haber tertulias.

Yo estaba mal y él lo notaba. Era evidente, ¡como para no notarlo! Si veía que estaba con mucha ansiedad sólo por pensar que al día siguiente tenía que empezar a hacer actividades en la huerta, me tranquilizaba diciéndome, no hombre, eso es sencillísimo. Ya verás, no te apures. Al día siguiente me preguntaba cómo me había ido. Y le respondía que me las arreglé. “Ves, y ayer con una ansiedad y una preocupación enorme.”

Un último detalle sobre Salva. Un jueves en el que yo no aguantaba mi malestar y después de hablar con María Rodríguez  en su despacho ( pues era mi psiquiatra) me volví a dirigir a ella algo más tarde cuando estaba sentada en un banco del césped (o jardín sin flores) atendiendo a otro paciente; me dirigí a ella de forma desesperada. Se puso tremendamente seria y me dijo, severa: “Antxon, estoy hablando con Iñaki.” No sé por qué razón, intuí que había posibilidades de que me quedara sin salir por la tarde. Efectivamente. Le dije a una auxiliar que no sabía si podría salir a la calle por la tarde. La auxiliar, que era muy amable, llamó a mi psiquiatra, y ésta dijo que, “en coherencia con lo que había pasado, no era conveniente que yo saliera.” Gigante y sublime  homenaje al eufemismo, para evitar decir la palabra castigo. Ella era así.

Al día siguiente, viernes, me levanté tan derrotado que adopté (o me decidí a tomar) una actitud de tirar absoluta y totalmente la toalla; Salva, que en aquellos días era mi compañero de habitación, se alarmó un poco. Sobre todo cuando le dije que no iba a ir a la huerta y que no iba a luchar. Que luchase su padre. Durante el desayuno Salva me pidió el número de mi móvil. Y para qué, dije yo. Tú dámelo. Se lo dije y no apuntó nada. Se lo habría aprendido de memoria, menudo elemento. Me quedé toda la mañana en uno de los sofás, de los muchos que había delante del televisor, en una sala “dedicada”, parece ser, a ver la televisión. De todas formas ésta solía estar apagada a las mañanas. Y repito, me quedé toda la mañana en uno de esos sofas, auto-torturándome. Por supuesto, no fui a la huerta, con lo que me estaba ganando no poder ir el fin de semana a casa. El encargado de la huerta vino pasadas las doce de la mañana hacia donde mí, a pedirme explicaciones. Le dije que no había ido y que no tenía excusas.

Hacia las tres aparece mi psiquiatra María. Entro en su despacho a petición suya… Le digo que me da igual todo y que haga y diga lo que le dé la gana. Y entonces, (me cambio de tiempo verbal ahora) me dijo, nada menos, que, esto: “Creo que sería conveniente que pasaras el fin de semana en  en tu casa.” No me lo podía creer. El mundo al revés.

En cuanto llegué a San Sebastián me metí a una cafetería y di cuenta de un café, un chocolate, unos dos o tres pasteles y hoy es el día en que todavía me pregunto cómo no exploté allí mismo de empacho grave.

Al día siguiente estaba tan feliz con S. en la parte vieja de Donosti y me sonó el móvil. Quién sería. Era Salva. Repito. Era él. A ver cómo me encontraba. Le dije que muy bien (ojo al dato, muy bien; recordar día anterior), que estaba en Donosti con S. Muy bien.

Antes de ayer, cuando ya había pasado más de un año entero tras toda esa historia, le mandé un mensaje a Salva, preguntándole cómo andaba. Me respondió que bien, que se alegraba de que yo estuviera vivo (¿?) (se ve que al final leyó mi libro de Umbral que le regalé), y que se alegraba más todavía de que me acordase de él. Que estaba muy bien. Le mandé otro mensaje: “Estoy escribiendo lo que pudiera ser otro libro. Me gustaría introducirte entre María y quien tú ya sabes, pero tengo que contar con tu permiso. Cambiaríamos el nombre y te pondría bien”. Él responde que tengo su permiso y que lo del nombre no le importa, que hasta le haría ilusión aparecer con el nombre real; que no le tenía que poner bien, que contase la verdad. Pues bien, amigo, eso he hecho, ahora me debes el café que te pedí que me concedieras cuando te mandase esto. Lo que ocurre con lo de la verdad, es que mi verdad está contada desde el cariño y desde ahí a ver quién es objetivo. Pero como no se pretende hacer ciencia exacta, pues estoy contento.


jueves, 10 de diciembre de 2015

FOLLOWERS?!?

      No sé si será que hoy estoy algo ganso, pero me parece que a estos del blogger, que tan amablemente me ofrecen espacio para esparcirme, a veces se les va la olla un montón. ¿Pues no van y me dicen que han sido vistas 1346 páginas? ¿No será que están teniendo en cuenta las 1341 páginas mías que he visto yo mismo, además de las cinco que ha visto mi padre?!!.
        Y lo que es peor, me indican que en España han sido vistas 88 páginas, una en Reino Unido, una en Ucrania, y aquí llega el sueño de mi vida; 18 páginas vistas en los Estados Unidos. O sea que blogger me dice que he llegado nada menos que al país de las grandes oportunidades y libertades (bueno, éstas se han quedado en estatua). Las cifras no casan. De verdad que dicen lo de Ucrania y Estados Unidos, yo con estas cosas no juego.

viernes, 4 de diciembre de 2015

PERIODISTAS DESINFORMADOS: PELIGRO



El porcentaje de enfermos psíquicos violentos, peligrosos o asesinos es muy pequeño dentro de toda la comunidad general y absoluta de un país llamado España. Y también dentro de toda la comunidad de enfermos psíquicos dentro de esa nación. Si lo comparamos con el porcentaje de criminales sin enfermedad psíquica grave, en el conjunto del país de nombre España, veremos que el porcentaje de los enfermos psíquicos criminales, es, por comparación, absolutamente ridículo en su pequeñez. En la cárcel, cogiendo como marco a todos los presos comunes, sólo un 4'2% padece enfermedades psíquicas graves. Estas son tres, y se denominan “Depresión Mayor Recurrente” (mi primer diagnóstico se llamaba así, hace más de veinte años) Trastorno Bipolar (mi segundo y definitivo diagnóstico se llama así) y Esquizofrenia (tres de mis mejores amigos la tienen; cachos de pan; la esquizofrenia suele presentar tres tendencias psíquicas diferentes. La más común, y que nadie se asuste antes de aclararlo en medio minuto, se llama “paranoide”). Por lo tanto hay muchísima gente con enfermedad psíquica grave fuera de la cárcel o de psiquiátricos penitenciarios. ¿Por qué? No son violentos con sus crisis controladas con medicación. Incluso, muchas veces, sin estar medicados.

Una importante puntualización. La palabra “paranoico” no denomina a un loco peligroso. Denomina a una persona que interpreta la realidad de manera muy equivocada; la mayor parte de las veces se cree perseguida. Yo que tú no me reiría demasiado. Tú mism@ podrías engordar la lista de gente con paranoias. Cualquier día. Pero la persona en estado paranoide (el paranoico) sale de su infierno por medio de medicación. La mayoría de las veces; conozco un terrible caso en el que la persona que padece paranoia no responde a tratamiento y sufre una barbaridad, pues sigue sintiéndose perseguido. Te vuelvo  a decir otra vez que reírse de lo que te puede pasar, es peligroso. A esta persona y a los que padecen puntualmente paranoia (crisis a la que se accede vía esquizofrenia o vía  trastorno bipolar: euforias y depresiones) lo último que se les ocurre (en general, como también diría en general, si hablase de diabéticos, calvos o cojos) es dañar a otro. Por cierto, si utilizo el nombre “enfermo psíquico” y no “enfermo mental" es por algo que explicaré otro día. Esto se alargaría demasiado y  soy un lector lento.

En cuanto a lo que digo, lo hago por medio de los datos que ofreció el diario digital 20 minutos.com el 24 de mayo de 2011 al respecto del tema que aquí se trata.. Ando tarde, sí. Luego explicaré por qué. Siguiendo con los porcentajes y los datos que dio aquel día el diario nombrado sobre lo que nos ocupa, resulta que los enfermos psíquicos que hay en la cárcel de ese país llamado España copan un 42'5% de la comunidad formada por todos los presos. Es una cifra que se sostiene de forma garrafal. No se sostiene de ninguna forma. Pues hay varios problemas ahí. Primero porque se dice que el 23'13% de los presos padece trastorno de ansiedad. Es un error que se nos diga eso, cuando nos están hablando de la enfermedad psíquica. Porque resulta que padecer trastornos de ansiedad (si eliminamos casos graves de ansiedad crónica, que no son tan frecuentes) no es padecer una enfermedad psíquica, y si en pocos casos lo fuera, no es tan grave como las más duras. Por otra parte y según la fuente de la que hablo (el diario digital 20 minutos), que basó sus cifras en la información que parece que dio al respecto la señora Mercedes Gallizo  (secretaria o dirigente principal de instituciones penitenciarias entre 2004 y 2011, época Zapatero; y digo parece porque la forma de dar la "noticia" es cuando menos ambigua)  en fin, que según esa o esas fuentes, según algún tipo de informe, por lo visto, tener problemas con drogas es una enfermedad psíquica (y no lo es, salvo que de ella se derive a una enfermedad psíquica; pero esto, muchas veces, no pasa), porque se da el dato de que la gente con esta “enfermedad” (problemas con la droga) engloba a un 17'3% del conjunto de todos los presos. Y, penúltimo, un 14'9% de todos ellos padece depresión. Cualquier persona  podría padecerla en la cárcel,(delincuente o no), lugar que no ayuda en absoluto a sentirse animado y sin bajones, por cierto. Por tanto ese 14'9% de gente con depresiones es un porcentaje cuando menos muy dudoso y no demasiado fiable para hablar tampoco en este caso de "Enfermedad psíquica" con absoluta rotundidad. Las cifras, aburridas siempre, terminan con ese ridículo 4'2% de enfermos psíquicos graves en las cárceles (y por suposición, pero suponiendo fatal, serían los más peligrosos).

Otra cosa; no se debe confundir psicótico (que es un estado en el que aquél que lo padece, al interpretar la realidad muy mal, puede pensar que todo el mundo está en su contra, por ejemplo, y está muerto de miedo y no le da por ponerse a descuartizar gente) con psicópata. La psicopatía no se encuentra dentro de la psiquiatría. Con los psicópatas no  queda más remedio que meterlos en la cárcel, y es peligroso que salgan, pues no tienen conciencia del mal. Ni se pueden reinsertar, ni “curar”. Y los psicópatas si que son muy peligrosos.

Si hay que utilizar la palabra “peligroso”, para los enfermos psíquicos, para nuestra dignidad, los más “peligrosos” son los periodistas de todo tipo de medios de comunicación, que cada vez que tienen oportunidad para ello, cuando alguien con enfermedad psíquica comete un asesinato, dicen, SIEMPRE y como una explicación relevante, lo siguiente: “el asesino estaba en tratamiento psiquiátrico” (cuando son la minoría); ni siquiera sabemos si el asesino mató por tener enfermedad. De todo el resto de criminales sin enfermedad, no se dice nada.

La escritora y periodista Rosa Montero, escribió una vez un artículo a propósito del trágico suceso de un copiloto al que no correspondía pilotar y se puso a ello forzando la situación, tras lo cual estrelló el avión para matarse él y de paso a todos los pasajeros y al resto de la tripulación. Como se recalcó demasiadas veces el hecho de que tenía depresiones, a Rosa Montero se le agradece infinitamente uno de sus últimos comentarios en aquel artículo: Aquel hombre no mató a la gente por padecer depresiones, sino por maldad. Y por carecer de una mínima compasión hacia el prójimo. Yo haría extensible esta reflexión a los casos en que esquizofrénicos o bipolares cometen crímenes (son minoría). Van Gogh era pacífico y esquizofrenico, Virginia Woolf era bipolar, y a pesar de padecer  una enfermedad psíquica grave, ambos aportaron mucho. Y hay muchos casos más.

Antes de seguir, debo de decir que aquí hay dos o tres irresponsabilidades. Una, la del redactor de la noticia, que da datos sin matizar y a toda prisa. La segunda, probablemente de Mercedes Gallizo, que puede que fuera la que dio datos de forma tan ambigua. La tercera, y la más importante, es mía, por dejarme guiar por esa “irresponsabilidad” y no buscar otras fuentes, teniendo en cuenta que la tal Mercedes Gallizo dejó de ejercer hace cuatro años, con el cambio de gobierno. No tengo excusa; tampoco mucha fuerza para ofrecer documentación absolutamente precisa, rigurosa, exacta u ortodoxa. Coño, que yo también tengo enfermedad y ando como puedo. Dos antidepresivos y medio, tres pastillas que equivalen a 12 orfidales (ansiolíticos) diarios, dos reguladores y un relajante mayor. Y algo más. Pero eso no me justifica. A pesar de ello busco que se nos entienda.

Pero estoy seguro de que cualquiera que vaya a buscar datos o conclusiones sobre estos casos, en los que los periodistas  realizan gratuitamente la relación de los enfermos psíquicos con la violencia, podrá llegar a mi misma deducción, con la  ayuda de Google o de libros especializados al respecto, y teniendo en cuenta siempre que trate de constatar hechos de una manera feaciente, y  legitimados por gente experta en el tema. Repito por enésima vez: De todos los crímenes que se realizan, los cometidos por gente “sana” son miles de veces más numerosos que los cometidos por gente con enfermedad psíquica.

Por tanto, si cada vez que algún enfermo psíquico comete un crimen, entre todos los demás criminales (la inmensa mayoría), los medios de comunicación piensan que es necesario y relevante decir que ese criminal estaba en tratamiento psiquiátrico, y de hecho lo dicen, desearía también que cuando informen sobre todas los demás personas “sanas” que cometen actos criminales, se dijera también que el criminal llevaba gafas habitualmente (alerta con la gente con gafas), o compraba ropa en el Corte Ingles (peligrosos los compradores de ropa en el Corte Ingles), o solía ver programas de televisión absurdos, o tiene pies planos, o lleva tatuajes, o le duele habitualmente la espalda, es calv@ y le huele el aliento. De forma horrorosa además. El olor del aliento.

Porque ya está bien. No basta con los horribles sufrimientos que padece un enfermo psíquico. Encima, resulta que es potencialmente un criminal.

          Y por último, como vivo en un territorio en donde hay que dar explicaciones, las daré. ¿Por qué digo "un país llamado España"? Muy fácil. No consigo definir mi identidad según la pertenencia a ningún territorio. No me siento Donostiarra, ni vasco, ni español, ni europeo (aunque bien que me aprovecho del "bienestar social" (qué término más horroroso, por cierto) que eso me da)); y ni siquiera me siento ciudadano del mundo. No tengo la culpa de sentirme así. Y tampoco me siento orgulloso de ello, precisamente. Es un sentimiento como el de la creencia religiosa. No me los explico.


jueves, 3 de diciembre de 2015

QUISIERA SER UN PEZ

PABLO

(Los que son como tú deberíais ser siempre los primeros; luego llega la realidad)



Quiero recordar aquí a Pablo.

A Pablo lo conocí en el año 1997 en mi primer ingreso en el sanatorio de Usúrbil, el de la locura pura y dura, la droga más heavy de todas. Y la verdad, con todo el daño que me hizo ese lugar, me está dando material para dar y tirar. Sin embargo ese material nunca rentabilizará el horror.
Es curioso que en otro sitio yo escribiera lo que me pasó allí, y en el momento de escribirlo (hace más de diez años) se me hubieran borrado totalmente de la memoria unos segundos del trato que tuve yo con Pablo. Me olvidé hasta del mismo Pablo; y en concreto, esos segundos, aparecieron en mi memoria no hace mucho tiempo, a pesar de que ocurrieron hace 18 años y de que sean absolutamente entrañables.
Y es que Pablo y sus escasas palabras, fueron en el fondo, lo mejor.
Pablo era medio autista. Tenía una forma un tanto enrevesada de hablar, y las frases que decía no eran del todo coherentes. Digamos que estaban un poco por debajo de lo coherente... Pero se daba cuenta de todo. Más de una vez bajé con él a un barrio del pueblo de Usurbil, donde algunos pacientes del sanatorio solíamos ir a algún bar a tomar café. Nuestra comunicación era más testimonial que de ideas, evidentemente, pero éramos amigos. O al menos yo lo tenía como tal.
Un día, en medio de las horas muertas que allí se nos paseaban  de   una forma totalmente insultante  por delante de nuestras impotentes y resignadas narices, le dije, Pablo, ven a mi habitación, que te voy a cantar una canción: en el cuarto había dos sillas; él se sentó en una, yo en la otra. Estaba de moda por aquella época una canción de Juan Luis Guerra que se titulaba “Burbujas de amor”.
“Tengo un corazón mutilado de esperanza… quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por dondequiera…” Cogí la guitarra y se la canté, venga. Y él aplaudió con mucho entusiasmo…

Casi un año después de este suceso, y encontrándome yo totalmente recuperado de la depresión que me había llevado a Usúrbil durante dos meses, me fui en bicicleta a dicho pueblo; se me ocurrió, llegado al barrio a donde solíamos bajar, subir y bajar la cuestecilla que llevaba al Sanatorio. Aunque yo estuve dos meses en aquel lugar, Pablo “vivía” allí. Por eso, en cuanto llegué, grité, Pabloooo, y ahí apareció él, “Aquí, aquí estoy, aquí, aquí, yo, yo, Pablo, sí, sí…” 

  Tras salir él del sanatorio le saludé con el cariño que me provocaba su persona
“¿Qué tal estás Pablo?” Parecía no reconocerme; comenzó a investigarme la cara con ojos curiosos, sin caer en la cuenta todavía, con mucha curiosidad, insisto; en un momento determinado sonrió, se le iluminó la cara y empezó a cantar “….eh…burbujas de amor en tu pecera… tengo un corazón…” Estas cosas no ocurren a menudo. Por eso aluciné con su forma de dirigirse a mí.

Recuerdo que durante mi ingreso, Pablo y yo estábamos un día sentados en los  horrorosos asientos del feo caserón y me dijo la única frase total y absolutamente coherente, (de principio a fin) que le escuché durante mi estancia, incluyendo mi nombre además, con la inocencia y la naturalidad propia de un niño; fue una pregunta para la que yo no estaba preparado, viniendo de quien venía: “Oye Antxon, ¿Tú sabes por qué tenemos que sufrir tanto en esta vida?” Qué respuesta podría darle yo. La pregunta además, no era una queja, era una curiosidad… algo que escapaba a su control…


  

 

lunes, 30 de noviembre de 2015

LET ME IN / DEJAME ENTRAR (2)



En la última etapa de la vida de Kurt Cobain, Nirvana ofrece un concierto acústico por medio del canal de televisión MTV. En ese concierto, Cobain no dejó de estar brillante, pero no parecía disfrutar. Es casi mítica actualmente, la última canción que interpretan; sobre todo, por la manera en la que  Kurt Cobain la canta: Su título era “Where did you sleep last night?”, también llamada “My girl” o “In the pines”. Esa canción no es de ellos. Es una canción estadounidense de folk, que data de los años pertenecientes a la década de 1870, y se cree que es del sur de los Apalaches. La identidad del autor es desconocida. En la letra, habla en primera persona alguien celoso que pregunta a su chica dónde durmió la noche anterior. En la última estrofa, la voz de Cobain sube de volumen hasta la estratosfera, con un tono abrumadoramente colérico, aunque sin dejar de ser melódico; se parte el pecho, parece estar dispuesto a destrozarse la garganta y dejar todas sus vísceras en el micrófono y en su histeria brutal tiene que tomar aire un segundo antes del final; y luego suelta dos palabras más, casi las vomita. Esto, tras la última parte instrumental, produce una admiración y unos aplausos apoteósicos…

Pero después, Cobain parecía que estaba y no estaba allí realmente. La forma en la que se despidió del público, con un “Thank you” entre burlesco y descolocado, la manera en que se levantó y firmó los autógrafos como quien acaba de levantarse y se dirige a desayunar, sus pasos lentos, eran los de un hombre aparentemente perdido, que “parecía” acabado. Claro, sabiendo lo que pasó, ahora es fácil especular sobre eso, es fácil decir “estaba acabado” (mucho ojo con esa frase; lo dice alguien que ha creído estarlo innumerables veces y que ya se siente una nueva persona estrenando su vida). Quizá sólo era un mal día, hasta un mal mes o año. Un amigo me dijo que en ese concierto Cobain estaba ya como si le hubieran dado la extremaunción. No, pienso yo, estaba claramente deprimido y de la depresión se puede salir y se sale. Si no se hubiera suicidado y se hubiera medicado bien, consiguiendo abandonar la heroína, hoy quizá estaría con vida. Así que es muy fácil hablar a toro pasado, y no tiro la primera piedra.

Pero pasó lo que pasó. Poco tiempo después del concierto acústico, Kurt Cobain fue a una clínica de desintoxicación por su adicción a la heroína. Los síndromes de abstinencia debieron de ser terribles en dicha clínica, no aguantó y terminó escapando. Unos días más tarde se produce el final por todos ya conocido.

Su amigo Michael Stipe, frontman del famoso grupo musical estadounidense REM, profundamente conmovido por la noticia,y estando en los días en los que él y su grupo grababan un nuevo álbum, tuvo fuerzas para componer una canción dedicada a Cobain. Y qué canción: Título: Let me in: Déjame entrar: Aquí va parte de la traducción:



Si todas las estrellas caen como gotas de mantequilla

Las promesas son dulces…

……Hey, déjame entrar,

Hey, déjame entrar

Sólo deseo poder oír tu bajo susurro

Señor pescador, en una tierra menos popular,

él reunió a sus seres queridos y los trajo a todos,

para decir adiós, buen intento…

Hey, déjame entrar

Hey, déjame entrar,

Tenía en mente tratar de detenerte, déjame entrar,

Déjame entrar…

Tengo alquitrán sobre mis pies y no puedo ver

A todas las aves mirando y riéndose de mí,

Torpe, rastreando mi piel…”



La música de la canción me impresiona; con una guitarra que truena desoladora en lo que parece ser un único acorde, o como mucho dos o tres, la suave y cariñosa voz de Stipe, sólo parece pretender COMPRENDER, amar a su amigo muerto (“tenía en mente tratar de detenerte, déjame entrar”), sin juzgarle; la canción es un abrazo musical en medio del desierto, y qué decir de las últimas palabras: “Tengo alquitrán sobre mis pies y no puedo ver a todas las aves mirando y riéndose de mí, torpe, rastreando mi piel”. Cualquiera que haya pasado por una depresión o se haya sentido alienado (y para esto no hacen falta depresiones), puede sentir subírsele algo por la espina dorsal, que le agarra la fibra bien fuerte.

viernes, 27 de noviembre de 2015

LET ME IN / DEJAME ENTRAR (1)



     

La verdad es que, en el fondo, a mí no me gustaba la música de Nirvana; fue un grupo musical de rock (dentro de las múltiples interpretaciones y posibles variantes del término que rodean a esa palabra en negrita) formado a finales de los ochenta; y tampoco tenía mucha simpatía por su cantante, Kurt Cobain. Al tipo de música en el que se encasilló sobre todo a Nirvana y a Pearl Jam, se le llamo Grunge, y se dice, o por lo menos lo dice Wilkipedia (que es un lugar al que, según algunos sabios, no hay que acudir, por ser superficial y a veces inexacto) que esa palabra, “Grunge”, proviene de una pronunciación relajada del adjetivo “grungy”, jerga usada en ingles para decir “sucio”. Este encasillamiento en esa etiqueta, que también se sustituía a veces por “sonido de Seatlle”, no gustó nada al ser rebelde y rabioso que era Kurt Cobain; por lo menos en sus últimos años; se ponía camisetas en donde estaba escrita, en ingles, claro, la frase “El grunge está muerto.” Wilkipedia dice también que lo que hacían los grupos “Grunge” era un subgenero del rock alternativo influenciado por el punk y otras tendencias. Ahí lo dejaré.
En abril de 1994, cuando Cobain decidió acabar con su vida de un disparo en la cabeza, la historia me llamó la atención. Leí sobre el tema. Cobain pasaba periodos terribles de depresión (yo ya había empezado con el tema dos años antes).
Recuerdo el comentario que hizo una persona que yo conocía por entonces, sobre el tema de la muerte de Cobain, cómo no.
Todo el mundo opina. El individuo tenía unos diez años más que yo, o sea, treinta y tantos, y comentaba sorprendido: “Yo no lo entiendo; lo tenía todo, musicalmente reconocido, famoso en el mundo entero, millonario, mujer, hija, todo, lo tenía todo”. Eso era todo pues. Si tienes eso en el año 1994, ¿Cómo se te ocurre abandonarlo? ¿Eres idiota o qué? Afortunadamente, en 22 años, las cosas han cambiado mucho en esos aspectos; la depresión grave y sus horribles estragos se han comenzado a tratar y sobre todo a difundir y a comprender muchísimo mejor que entonces; y es que Cobain padecía, lo digo por segunda o tercera vez, muy severas depresiones, aparentemente ilógicas (¿o no lo he dicho? no voy a ver); resulta que estas depresiones eran alternadas en otras épocas con euforias claramente ilógicas. Trastorno bipolar. Personalmente añadiré una cosa. Puedo asegurar que a nivel afectivo y material lo he tenido TODO. Pero aseguro que ese TODO, no es NADA, si uno está sufriendo una depresión cruelmente agresiva.
 Antes de que Cobain se matara yo ya conocía a ese tío. De hecho sólo usaba su música, cuando estaba absolutamente desesperado. Digamos que lo hacía cuando mis sentimientos tocaban, o abrazaban totalmente, el pánico interno. Sólo entonces…Bastante significativo. Hace muchísimo tiempo que el cuerpo no me pide dosis de Nirvana. Respiro…Y ya era hora, porque cada semana que pasa mi respiración sigue progresando, en positivo, claro. Aunque hoy tengo un día fatal.
Sobre el tema del suicidio debo decir una cosa: nunca, nunca, calificaré moralmente a nadie que lo ponga en práctica.
En realidad, afortunadamente, en eso también se ha avanzado, y hoy, a diferencia de tiempos más remotos, casi nadie se pone a calificar moralmente el acto suicida. He dicho casi nadie, siempre queda gente que lo sabe todo sobre todo. La cobardía y eso.
Pero la generalidad se da cuenta de que la vida no es tan simple como para reducirla a unos parámetros demasiado concretos; por suerte, ahora se moraliza menos.
Lo que siempre me ha parecido una tontería es algún comentario suelto por ahí del tipo “No se te ocurra hacer una tontería” refiriéndose claramente a lo que ya sabemos. ¿Y es que, cómo se puede denominar a algo tan serio con la palabra “tontería”? Otra cosa es que no sea de aplaudir... Pero ¿Una tontería? Uno simplemente, se larga del mundo por diversas razones; a veces de forma natural y hasta racional y otras en medio de muchas dudas y luchas internas (las interpretaciones reprobatorias desde la sacralidad o la dignidad de la vida humana o, lo que es peor, decir (¿Desde qué tipo de autoridad moral?) que la vida es un deber además de un derecho, me parecen un desatino de un calibre tan bestia  que no tengo adjetivos suficientes para concretarlo; y es algo de lo que ya hablé y me vuelvo a repetir; pero no me importa repetir esto; aparte de que ni justifico ni condeno el acto suicida)).

Cobain forma una banda en la que expulsa toda su rabia e insatisfacción provocada por el sospechoso sueño americano (o por sus propios problemas personales, no quisiera caer yo tampoco en supuestas trascendencias sin cuento). Ataca duramente y se ataca a sí mismo en sus propias letras. Mucha, muchísima rabia. Y lo convierten en un héroe. La voz de una generación angustiada, la generación “X”. Y tiene millones de seguidores. Todo esto, a Cobain, parece gustarle a veces, pero en otras ocasiones, esa fama desmesurada parece ponerlo a cien. Humanamente el hombre no parecía un dechado de virtudes (yo mismo tampoco lo soy), fue una víctima de sí mismo, su enfermedad y sus circunstancias, entre las que estaba la letal heroína.
Hay algunas personas que opinan que Cobain no supo asimilar el éxito y eso le llevó a la catástrofe. Puede ser. Pero como ya he dicho (¿otra vez repitiendo perroflauta literario Rabella?) Cobain tenía una enfermedad grave y no soportaba su dolor. Siendo famoso o triunfador o no siéndolo, el sufrimiento es igual para todos. Y ha habido bipolares célebres (Virginia Woolf, Ernest Hemingway y otros) que se han suicidado. Pero también  hay muchas personas anónimas con este trastorno. Nosotros podríamos ser bipolares vulgares y corrientes. No lo sé. 



miércoles, 11 de noviembre de 2015

HISTORIA TRISTE

 

POR DOS PERSONAS DE ESKORBUTO

    Yo no conocí a Jualma ni a Josu. Fueron los dos miembros más carismáticos del grupo punky Eskorbuto. Eran de Santurtzi.

  El grupo Eskorbuto tuvo una andadura musical que duró más de diez años, me parece; de principios de los ochenta a principios de los noventa.

Entre sus primeros discos, en mil novecientos ochenta y seis, sacaron a la calle  uno denominado Anti-todo. Eran así: anti- todo.

   Jualma y Josu, en toda su andadura, tuvieron la peligrosa “cualidad” de decir siempre lo que pensaban. Yo también tengo esa “cualidad”. La diferencia es que lo que yo pienso es mucho más inofensivo que lo que ellos pensaban. Porque lo que pensaban no era nada amistoso hacia ciertas actitudes, personas y hasta un partido político; el cual, por cierto,  no se andaba con tonterías si se sentía atacado (cosa, atacar, que, Josu en especial, hizo muchas veces, y con derecho; se llama libertad de expresión).


     Al principio todo era guay; un amigo de ellos cuenta que en sus conciertos eran muy especiales, espectaculares y hasta ingeniosa, simpática y brutalmente caóticos. Salvo en un concierto de Santurce, la persona que les siguió dice que aquellas actuaciones eran de todo tipo menos rutinarias. Se la jugaron, no sólo con su ideología sino en los conciertos, en donde no se les cayó el escenario encima de milagro. Siempre ocurría algo bestia; cuando no se caían los focos, alguien se caía encima de la caja de mezclas, o cualquier otra burrada; en fin, había peligro, por su forma caótica y relativamente controlada (eso es el punk) con la que afrontaban cada concierto. Salieron siempre indemnes.
 Tanto se la jugaron, metiéndose con todo lo que veían criticable, que terminaron por ser marginados en todos los lugares de Bilbao. En todos. Su último disco, inevitablemente, se tituló “Demasiados enemigos”; efectivamente, los que se habían buscado diciéndoles lo que ellos consideraban que era la VERDAD.

       Ahora los ponen como creadores geniales (cosa que yo pienso que es verdad),  porque su música (ellos no se consideraban músicos, pero para mí si lo eran) y mensajes, eran absolutamente impresionantes, con una fuerza y una mala hostia inigualable.
       Lo peliagudo viene cuando se llega a decir que “eran los putos amos” a secas, y sin matizar. Yo (aunque no estoy enganchado a sus canciones) estoy convencido de que eran muy buenos, porque sacaron al exterior el trueno que llevaban dentro de forma avasalladoramente  fascinante, que era lo que pedía el público punky. Hoy en día, siguen contando con muchos adeptos pertenecientes a diversas generaciones de adolescentes y no adolescentes; gente ya adulta  sigue escuchándoles. El gran actor y mismísimo Benicio del Toro los descubrió en latinoamérica y le encantan, como a otros latinoamericanos que descubrieron de churro a Eskorbuto. Cuando tanta gente bendice el agua...  Pero lo de "eran los putos amos" sin matizar, es delicado,  porque, quizá por su temprana muerte (y ya han pasado desde ella veintitrés años) parece darse a entender, en algunas leyendas urbanas, y hasta donde no hay leyenda, que también eran los putos amos personalmente. Pues bien, eso es algo que gente muy cercana a ellos sabe que ni los propios Josu y Jualma pensaban sobre ellos mismos, sobre todo en los últimos días de sus vidas. Al final no se sentían precisamente orgullosos de su trayectoria, y estaban muy arrepentidos de haber actuado con “mala cabeza”. Murieron solos. La  marginación y sobre todo la heroína, les mató.
                 
       En el entierro de Josu Expósito (guitarra y voces y casi el miembro más carismático de la banda) estaban, sólo, un amigo fiel, conocidos medio amigos del barrio, vecinos (más vecinas que vecinos) y una madre que había sufrido lo indecible. Ningún punky, ningún escritor, ningún periodista, ningún crítico musical.
Ahora, gente que por edad y circunstancias varias no los pudieron marginar, o gente que probablemente no estuvo muy lejos de los que los marginaron, y quién sabe si incluso algunas personas que los marginaron (cosa que no me extrañaría nada porque todo el mundo los marginó por haberse metido con todo el mundo) quieren   denominar a un par de calles con sus nombres. Supongo que serían la calle Josu Expósito y la calle Jualma (que no Juanma) Suárez . Esto lo supe hace tres años. Quizá ya hayan conseguido llevarlo a cabo. Ahora. Veintitrés años después de su muerte.
 Qué fácil, qué guay y qué de puta madre.

  Ahora. Que no pueden defenderse de la hipocresía.

  Ellos mismos lo dijeron. Historia triste.


Nota posterior: Yo también suelo ser bastante hipócrita. Pero sólo, A VECES.

martes, 27 de octubre de 2015

escribir, leer, escribir, leer...

Para Jaione, que se tomó la molestia de leerme.

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Tengo 43 años y estoy aprendiendo a leer. Todavía soy un mal lector. Está completamente de sobra decirlo, pero lo quiero decir: aprendí a leer, a modo de mecánica mental y como la mayoría de los niños, en el periodo que engobaría la distancia temporal que hubo entre mis seis y nueve años. Pero yo no leo bien, en el sentido de que no sé hacer lecturas sosegadas y pacientes.

 Podría esgrimir una excusa. La sempiterna enfermedad psíquica. De veinte a veinticinco años mi estado de ánimo más habitual era todo lo contrario a lo que la palabra estable señala. Empecé a leer en serio con 29 años. Debido a que no tenía muy domados los efectos o incluso los orígenes psíquicos de mi enfermedad, que en mi opinión tiene también raíces orgánicas (jo, no me quiteis pastillas, dejadme dos o tres), leía con demasiada pasión; peligroso en mi estado; la pasión hacía, en mi caso, que una gran afición (leer), se convirtiera en necesidad imperativa, compulsiva y por supuesto obsesiva; en fin, que yo leía desde una absurda obligatoriedad (pensaría algo así como que, si no leía, no podría ser feliz; alguna chorrada por el estilo); como consecuencia, leía muy mal, sin orden ni concierto, sin paciencia, de forma que rozaba lo enajenado; iba siempre buscando el libro perfecto para mí; nadie daba la talla. En realidad sí la daban; era yo, que debido a una búsqueda alocada de las grandes sensaciones que algunas primeras lecturas me habían provocado, entraba al fin en un desastroso y casi desquiciado camino en donde nada era lo suficientemente pasable. En realidad, en ese camino de embrollo, la paciencia era tan inexistente que ya en la primera página de cualquier libro, dejaba de leer, pensando que ese (o cualquier) libro no podía satisfacer mi desequilibrada búsqueda. Un día le dije a una psiquiatra que no podía leer; el machaque al que había sometido a mi mente con el tema era tan fuerte que terminaba bloqueado. La psiquiatra dijo que no leyera.

Esgrimiendo de nuevo mis excusas diré que entre los 33 y 42 años pasé épocas de constantes cambios de medicación, miedo a la vida, hundimientos constantes, ingresos y para qué seguir.  Y a mí que me cuente alguien, y de forma sencilla, a ver qué hijo de vecino es capaz de tener lecturas sosegadas y digeridas con paciencia, en nueve años de semejante desbarajuste. Que yo hubiera escrito un libro durante ese periodo, me parece simplemente milagroso.Debo la vida a mi novia, que siempre estuvo conmigo, y a la que nunca podré pagarle todo. Y no pienso repetir que me repito. 

La extraordinaria escritora Rosa Montero, (cuyos ensayos literarios y aquellos que hablan de otros temas (por ejemplo sobre Marie Curie, en “La ridícula idea de no volver a verte”) me parecen escritos con una calidad literaria más que bastante buena)) habla, en el capítulo quince de un libro suyo, sobre la lectura y la escritura. Dice, al comienzo de ese capítulo lo siguiente: “No conozco a ningún novelista que no padezca el vicio desaforado de la lectura”. Siguiendo la linea de una cuestión que planteó en un ensayo la escritora Nuria Amat, cuando Rosa Montero ha planteado a casi todos los autores que se ha encontrado por el mundo la cuestión de que, si por alguna circunstancia que no viene al caso, tuvieran que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamas, cuál sería la opcion que escogerían, se encontró con lo siguiente: 

Resulta que por lo menos el noventa por ciento escogen (entre ellos, ella misma) seguir leyendo. Dice que el dilema es un buen revelador del alma humana, porque tiene la sensación de que muchos de “aquellos escritores que dicen preferir la escritura son gentes que cultivan más su propio personaje que la verdad”.

Cáspita; ¿¡Han dado conmigo!? Pues depende, porque aunque tengo que reconocer que soy poseedor de una vanidad gigantesca (por mucho que intente disimularlo con la gente y en mis escritos), tengo la certeza  de que no estoy dentro del grupo de novelistas (porque novelista no soy); pero al grano: tengo muchas reticencias a la hora de verme  dentro del grupo de los autores o escritores en general. ¿Estoy jugando a algo? En absoluto. A la vez que pienso que soy vanidoso porque me gustaría que todo el mundo me alabara y me elogiara y me dijera siempre lo guay que soy o lo bien que escribo (algunas personas me han dicho esto último, por cierto) no me considero (y no sé en realidad por qué) un escritor. Sí, he escrito dos libros. Como sólo el primero pudo editarse y el segundo ni lo he mandado a ninguna editorial y lo tengo repartido por este blog, da la falsa impresión de que sólo el primero cuenta, porque, debido a una carambola en forma de regalo de una cuadrilla, se editó. No así el segundo. Pero también es un libro, aunque sin editar.

No pretendo ser escritor de forma absoluta. No lo soy. Me gusta escribir. Y sí, se me hace mucho más fácil escribir que leer, y disfruto mucho más escribiendo; otra excusa; mis ocho pastillas diarias enlentecen la capacidad de lectura. No entiendo por qué no lo hacen con la escritura. Lo que escribo, en todas las variantes de mi contradictorio “yo”, soy, y por favor, no me perdonéis esta redundancia, “Yo”. ¿Pero qué es lo que me hace desnudarme psicologicamente, por medio de un mono-tema que puede terminar siendo cansino? ¿Será el hecho de querer que la gente me quiera? García Márquez decía que él escribía para que le quisieran; en mi caso eso es cierto y no es cierto. Por  mucha gente que te lea, yo dudaría mucho de ese tipo de amor, o de querer, o de cariño. Eso que llaman reconocimiento, me parece una trampa muy  peligrosa.


A fin de cuentas ¿A  dónde me conduce esta especie de artículo? A ningún sitio y a todos. Porque de todos modos pienso que es difícil cultivar la verdad abandonando el personaje que todos tenemos dentro, y también si abandonásemos el personaje social, que, está claro, representamos ante personas que conocemos y nos conocen y no somos enteramente nosotros.
Y la única verdad que conozco es que al no tener capacidad de fabulación, sólo puedo hablar de lo que tengo más cerca, o sea, mi persona (me suena que esto lo dijo Unamuno o algún otro) Pero bueno, aquí cada uno hace lo que puede con sus aficiones, hasta que nadie quiera verte ni en lecturas.

Una última cosa: que nadie deje de leer la obra cumbre de Rosa Montero: “La ridícula idea de no volver a verte”.

YO











sábado, 24 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (última entrega)




 Pues sí, sintetizando el capítulo anteriormente escrito, el LUGAR material (muebles etc) de la segunda estancia, me recordaba todo lo horroroso de mi primera estancia; pensé que había vuelto al infierno por propia y estúpida decisión.Y no era sólo el estilo, que desde la puerta entreabierta parecía no haber cambiado nada. Ya digo que la doctora salió del caserón para hacerme una entrevista en otra estancia y por la puerta entreabierta pude observar el antes llamado espectáculo; pues observé, además del horripilante vestíbulo (igualito que en 1997), a gente paseando apáticamente por él, con algunas caras descompuestas, como la que se me estaba empezando a poner a mí, por cierto; y me puse a sudar. Este es un tema muy subjetivo, pues también en el psiquiátrico de Donosti había gente así (con descompuestas caras), pero todo mezclado en unos pocos segundos, me provocó un cóctel de sensaciones difíciles de asimilar.

Como consecuencia, repito, me puse a sudar. A sudar por todos los poros; con el frío que hacía... Digamos, que en unos segundos, en un minuto o dos, mi estado de ánimo bajó del ocho al dos. Y así se mantuvo unos meses. La entrevista con la doctora fue un desastre; yo ya no estaba en condiciones de hablar con tranquilidad; la que tuve con la asistenta social tampoco fue mejor. Además la psiquiatra me hacía preguntas que no quería contestar al lado de mi madre. Ya tenía ella suficientes recuerdos traumáticos.

Al final entré. ¿Qué había cambiado allí, socorro? Una auxiliar me reconoció de la anterior estancia. “No te preocupes, sólo quedamos cuatro personas de aquella época, la mayoría de la gente se marchó (¿?) y a otros les dieron otro destino, afortunadamente todo ha cambiado, aquello era droga dura” Lo dijo ella, no yo. Que se sepa que lo estoy pasando un poco mal incluso ahora que lo recuerdo y cuento.

No pienso describir el lugar en el que solíamos “vivir” a diario. Éste sí era nuevo. Pero estaba demasiado cerca del vestíbulo (igualito, repetiré hasta hartar, que en 1997); un vestíbulo dónde yo había visto a gente chillando y andando a toda velocidad, en un corto camino, que venía de las horripilantes escaleras hasta la puerta de entrada (unos ocho metros, o cinco, o seis (plagio a Bolaño)); sí, ese pequeño (o no tan pequeño) espacio, recorrido por aparentes zombies,  de un lado a otro, como posesos; tuve que tratar, en aquel sitio y más de quince años antes de este segundo ingreso, con cierto personal que insultaba y chillaba a internos; a mí también me gritaron. En este segundo y último ingreso, la gente, el personal, efectivamente, había cambiado; eran muy amables y los internos no asustaban pues ya no había mezcla de agudos (casos cortos y puntuales) media estancia, larga estancia, crónicos (¿locos?)...

Pero insisto, estoy hablando de mi estancia y de mis sentimientos, con toda la carga subjetiva que tiene eso. Había mucha gente que estaba a gusto allí. Era mi fobia al lugar físico la que no se había movido ni un milímetro y esto me hizo pasar una temporadita bastante desagradable. El escenario más esencial del crimen, vuelvo a repetir. seguía inalterable.

A las cinco de la tarde nos dejaban salir a la calle con dos euros; yo no podía tomar dentro nada dulce ni grasiento pues me detectaron colesterol.

El aire fresco, la ilusión de llegar en diez minutos de camino al hogar del jubilado, donde nos sentábamos en una acera que hacía de terraza; puf; y allí, allí sí, fuera, fuera, tomar café con leche, prohibido arriba, bizcocho, también prohibido arriba, y hasta caramelos y estar sentados mirándonos en paz y alivio psicológico.
         Aquello era todo, todo, aquello, tan simple, tan sencillo, era para mí, un paraíso temporal; en el que no se sabe por qué, uno se olvidaba del sanatorio carcamal. Una cosa rutinaria y normal convertida en LUZ TOTAL debido a las circunstancias.
                           FIN


miércoles, 21 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (primera entrega)


  
         En mi primer (y quizá último) libro, hablé, tal y como lo he hecho en este blog, del Sanatorio o psiquiátrico de Usurbil (en este blog he hablado, y hablaré  sólo de mi segunda y última estancia); en el libro que ya hasta me da vergüenza nombrar, lo llamé con otro nombre por si acaso (tremenda ingenuidad); cómo estuve allí, más o menos de Junio a Agosto del año 1997, bueno, y ya quedó contado todo mi trauma. Que si lo mal que me sentí tratado, lo mal que estaba organizado todo aquello, el desastre que dejó mucha huella en mi vida etc
Hacia finales del año 2012, no conseguía levantarme a las nueve, como solía querer hacerlo, y hasta la una del mediodía no salía de la cama. Esto es la medicación, pensé. Hay que bajarla. Voy a ingresar para bajármela. Ahora lo considero una monumental metedura de pata. Claro, ahora.

Primero fui al psiquiátrico de San Sebastián y luego me dijeron que no había otra opción que seguir haciendo la bajada de medicación en Usurbil, pues San Juan de Dios estaba lleno. “¡¡¿Usurbil?!!!” “No, pero ha cambiado mucho.”, me dijo una psiquiatra del centro de Donosti. “El nuevo director de la institución, (psiquiatra él) ha cambiado toda la estructura organizativa y aquello ya no tiene nada que ver con lo que era hace años” Eso era verdad, lo pude comprobar. Y es que años después del fallecimiento del doctor que me atendió (bueno, atender, atender...) en 1997, todo se había transformado y cambiado. En cuanto a la gente, necesito urgentemente afirmar con todas mis fuerzas. El escenario del crimen (en su esencia más básica) seguía sin haber cambiado un ápice.

Como ya habré dicho, me tocó estar en ese, “para mí”, caserón maldito, de Enero de 2013, hasta mediados de abril del mismo año.
                        El día en que ingresé en Usurbil fui llevado allí en ambulancia, saliendo desde el psiquiátrico de San Sebastián,  y en compañía de mi madre. Sólo el hecho de ver el edificio, por muy restaurado que estuviera, me provocó un impacto muy fuerte. Y habían pasado más de quince años desde mi primera estancia. Cuando salió la psiquiatra que iba a llevar mi caso, para hacerme la entrevista de ingreso en una edificación pequeña, que estaba a unos pocos metros del Sanatorio (al que ahora no dejaban entrar a familiares) pude ver por la puerta entreabierta, algo del, llamémoslo, “espectáculo”, al que sólo le faltaba menos de media hora para que otro protagonista secundario (yo) formase parte de él:

Por dentro todo parecía estar igual, terroríficamente igual; luego comprobé que, sobre todo en cuanto a mobiliario, había “cosas” que se mantenían exacta y abrumadoramente iguales a las que estaban allí en 1997; serían, supongo, obviamente, las mismas, pero también parecían muy restauradas. Esas “Cosas” me traían recuerdos infernales; eran todas de un estilo rancio como de principios del siglo XX; ese estilo mobiliario, en ESE lugar, se había marcado en mi interior a fuego, como algo muy malo. De hecho todavía tenía pesadillas al respecto. A ese tipo de “cosas”, como mesas ridículamente señoriales, lámparas semi-barrocas (no entiendo nada de estos temas), sillones pseudo aristocráticos (es sólo una manera aproximativa de entendernos) pasamanos de las escaleras, ornamentos rimbombantes, todo de un marrón anticuado, a ese tipo de mobiliario carcamal, repito, tengo la impresión de que en un tiempo se le llamó elegante. Qué horror. Y aunque estas “cosas” no estaban exactamente donde nosotros solíamos estar, sino en el primer y segundo piso (el lugar de las habitaciones) a mi me provocaban un gran malestar por la asociación de recuerdos con la primera estancia; diría que se me incrustaban violentamente en el alma (si ésta existe) por medio de los ojos: Aquello otra vez, no, por favor… pero había que aguantar. Lo que acabo de decir sobre los muebles podría ser ficción o fantasía, si no fuera horriblemente cierto. A mí mismo se me hace extraño.
 

lunes, 19 de octubre de 2015

OJALA ESTUVIERAS AQUI


 
¿Qué ocurrió como consecuencia de dar con un médico que dijo que yo estaba salvado en manos de él, con absoluta seguridad además, y probablemente creyéndose su propia mentira?

Pues que el gran problema de Walt Disney es el mismo Walt Disney. Y uno va allí (aunque yo no he ido a “ese” Walt Disney), a desconectar de la dura realidad. A disfrutar de la magia y de la “felicidad”. Pero luego hay que volver. En realidad nuestra vuelta a la realidad fue mucho más brutal que la vuelta a la realidad que hubieramos tenido si hubiéramos ido simplemente a la Disneylandia que todos conocen. Creíamos haber llegado a un Walt Disney sin vuelta, creímos que lo habíamos introducido en nuestro interior y que estuviéramos en donde estuviéramos en el futuro, lo llevaríamos siempre con nosotros. Me había curado, y ya está. Del infierno al cielo, pasando por Barcelona (engañoso paraíso en forma de médico todopoderoso que me curó de manera instantánea, con sus mágicas pócimas medicinales que sólo EL conocía; Antxon, repites las cosas, eso ya lo habías contado)). Por cierto, ese médico, cobraba, en el año 1995, veintemil pelas la consulta. Es un dato que lanzo al aire.

Pero apuntaré sin demora ya, que pasados unos dos meses y pico, después de aquel episodio (malos, muy malos meses) yo me encontraba ingresado en el psiquiátrico de San Sebastián. Me pienso ahorrar todos los detalles escabrosos. Empezaré por decir, que la doctora que me atendió durante aquel ingreso, al presentarle yo el tratamiento del médico de Barcelona, me dijo, de una forma tajante, que ella no aprobaba ese tratamiento.

Supe posteriormente, gracias a la amabilidad de una psiquiatra a la que tengo un especial cariño, que todos, absolutamente todos los psiquiatras que ejercían su profesión en el lugar a donde fui a parar, se reunieron especialmente para analizar el tratamiento que a mí se me había aplicado en Barcelona. “Escandalizados” o quizá “alucinados”, creo que fue la palabra que utilizó la doctora que me habló de esa reunión, para calificar el estado por el que atravesaron los psiquiatras al observar por primera vez dicho tratamiento. Había anfetaminas (Rubifen, creo que se llamaba), había una medicina (de esto me enteré muy tarde) que de no ser eliminada con rapidez de mi tratamiento, me podía provocar un buen susto, de cuyas características no me quisieron dar explicaciones. Sólo susto se me dijo… No me estoy inventando nada. O por lo menos, si hay invención, no es consciente.

       Lo fundamental es que me cambiaron el tratamiento de arriba a abajo provocándome algunos estados que, joder (perdón), en fin, no quiero abusar de adjetivos tremendistas, pero aquello no fue precisamente agradable.

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Relacionado o no con las circunstancias descritas hasta ahora, el hecho de que algunas personas lo pasen bien en un ingreso en el psiquiátrico de agudos (corta y primera estancia; luego estarían los psiquiátricos de media estancia y los de larga) es algo que la mayoría de la gente desconoce; de hecho, es más común de lo que nadie pueda llegar a imaginar. El ambiente que se crea es muy especial. Voy a intentar ser fiel a un extracto que escribí en un diario que hice durante una temporada. Quizá sea más significativo que nada. Ya veremos:

Yo conozco algo parecido a esa sensación (estaba hablando, en ese diario, de algo parecido a la ternura paradisíaca completa y sin fisuras terrenales siempre amargas, que intuimos que puede existir pero no hemos probado en este mundo, más que de maneras demasiado fugaces para mi gusto) y sé consecuentemente por qué ingresé tantas veces voluntario en el psiquiátrico. Por mentira que parezca, el ambiente que se formaba en aquel pasillo y comedor con patio, aislados de la infernal realidad que los más débiles que el resto de los también débiles no aguantábamos, o no queríamos aguantar, era de alivio y paz total (aunque si la depresión era gorda, esto no pasaba); pero la sonrisa fraternal florecía entonces sola y el miedo se iba (algo me obliga a declarar que no siempre); aquello, mal que pese, también era real (admito que aquello era placebo también, lo cual no demuestra nada), pero era real si lo tomamos desde un contexto de tiempo más largo, desde la realidad en toda su amplitud (aunque pensar por mi parte que puedo ver la realidad en su amplitud, es algo pretencioso pero hago lo que puedo); allí se encontraba una realidad interior tranquila de la propia persona, y de las personas de su alrededor; gente cariñosa, muy agradable, tremendamente agradable, en aquel lugar; y fuera, la realidad cruda y rápida. Y claro, hay gente que se “aficiona” a ingresar. Esto lo considero un considerable disparate, además de algo contraproducente.”

Terminando con el ingreso tan intenso que viví en el psiquiátrico ( ingreso post Barcelona), tengo que contar una cosa absolutamente entrañable que sucedió la última noche que pasé en aquel lugar, allá por Mayo o Junio de 1995. Yo solía cantar con la guitarra en un quiosco de madera que había el el patio del lugar por entonces. Yo quería ser cantante, y no es que ahora quiera ser escritor, ahora, simplemente escribo porque me hace bien. Sólo soy escribidor. Pero volviendo a los cantares: Una canción que se repetía mucho en mi repertorio era “Wish you were here” (Ojala estuvieras aquí) de Pink Floyd. Corta y poderosa esa canción, con impresionante letra. Creo que es una canción de la que se han hecho una cantidad innumerable de versiones. Y es la más conocida de Pink Floyd… Cuando estaba animado al cantarla, el tono era festivo y a la letra no le hicimos ni caso. (Algunos por no saber Ingles y otros porque no venía al caso). Pero resulta que la letra es explosiva; menos mal, por ello, que pocos la entendieran y que yo no me ponía a pensar en ella.

El final de esa letra, es, como no podía ser de otra forma, muy de Pink Floyd, muy dramático.

We are just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year, running over the same old ground. What have we found? The same old fears. Wish you were here.”

El optimismo en versión tenebrosa: “Somos tan sólo dos almas perdidas nadando en una pecera, año tras año, corriendo sobre el mismo viejo suelo (o tierra) ¿Qué hemos encontrado? Los viejos miedos de siempre. Ojala estuvieras aquí”

Para colmo, la parte anterior de la letra está plagada de una especie de fatalismo metafísico, expresado por medio de imágenes contrapuestas bruscamente, con metáforas de lo más melancólicas y amargas; esa parte inicial y central de la letra te puede poner los pelos de punta (o de los nervios el espíritu) según el momento en el que se te ocurra (y que no se te ocurra en ninguno) pensar detenidamente en lo que dice dicho pasaje. Vamos, la alegría de vivir, en resumen.

Pero nada de esto importó aquella noche última noche de ingreso.

Tras la cena, y en pleno comedor, Bea, Gema y otros, al saber que que me iba de alta al día siguiente me animaron a cantar algunas canciones en el comedor. Canté un par de canciones de carácter bastante romántico. Tras ello, un celador me dijo que me dejara de cosas sentimentales y que cantase esa canción en Inglés tan bonita que había cantado antes de la cena (se refería a “Wish you were here” y por supuesto aquel celador no sabía lo bestialmente sentimental que era también la letra de esa canción).

La canté, pero con tono absolutamente jovial y festivo. Dos compañeras, dos auxiliares, y hasta una enfermera, se pusieron a bailar, mientras yo no daba crédito a lo que veía mientras cantaba. Al celador que había pedido la canción le intentaron sacar a bailar tirándole de los brazos. Él se negaba en redondo y alegaba que se estaba poniendo rojo. La escena total no se puede olvidar.

Ojala estuvierais todos aquí, esos rostros de Bea, Gema, Carlos, José Mari, a dónde os habéis ido desde esa noche mágica, todos esos momentos fugaces... Toda esa paz y alivio, todo ese dolor salvaje desaparecido en alivio de sonrisas y solidaridad insólita.