jueves, 3 de diciembre de 2015

QUISIERA SER UN PEZ

PABLO

(Los que son como tú deberíais ser siempre los primeros; luego llega la realidad)



Quiero recordar aquí a Pablo.

A Pablo lo conocí en el año 1997 en mi primer ingreso en el sanatorio de Usúrbil, el de la locura pura y dura, la droga más heavy de todas. Y la verdad, con todo el daño que me hizo ese lugar, me está dando material para dar y tirar. Sin embargo ese material nunca rentabilizará el horror.
Es curioso que en otro sitio yo escribiera lo que me pasó allí, y en el momento de escribirlo (hace más de diez años) se me hubieran borrado totalmente de la memoria unos segundos del trato que tuve yo con Pablo. Me olvidé hasta del mismo Pablo; y en concreto, esos segundos, aparecieron en mi memoria no hace mucho tiempo, a pesar de que ocurrieron hace 18 años y de que sean absolutamente entrañables.
Y es que Pablo y sus escasas palabras, fueron en el fondo, lo mejor.
Pablo era medio autista. Tenía una forma un tanto enrevesada de hablar, y las frases que decía no eran del todo coherentes. Digamos que estaban un poco por debajo de lo coherente... Pero se daba cuenta de todo. Más de una vez bajé con él a un barrio del pueblo de Usurbil, donde algunos pacientes del sanatorio solíamos ir a algún bar a tomar café. Nuestra comunicación era más testimonial que de ideas, evidentemente, pero éramos amigos. O al menos yo lo tenía como tal.
Un día, en medio de las horas muertas que allí se nos paseaban  de   una forma totalmente insultante  por delante de nuestras impotentes y resignadas narices, le dije, Pablo, ven a mi habitación, que te voy a cantar una canción: en el cuarto había dos sillas; él se sentó en una, yo en la otra. Estaba de moda por aquella época una canción de Juan Luis Guerra que se titulaba “Burbujas de amor”.
“Tengo un corazón mutilado de esperanza… quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por dondequiera…” Cogí la guitarra y se la canté, venga. Y él aplaudió con mucho entusiasmo…

Casi un año después de este suceso, y encontrándome yo totalmente recuperado de la depresión que me había llevado a Usúrbil durante dos meses, me fui en bicicleta a dicho pueblo; se me ocurrió, llegado al barrio a donde solíamos bajar, subir y bajar la cuestecilla que llevaba al Sanatorio. Aunque yo estuve dos meses en aquel lugar, Pablo “vivía” allí. Por eso, en cuanto llegué, grité, Pabloooo, y ahí apareció él, “Aquí, aquí estoy, aquí, aquí, yo, yo, Pablo, sí, sí…” 

  Tras salir él del sanatorio le saludé con el cariño que me provocaba su persona
“¿Qué tal estás Pablo?” Parecía no reconocerme; comenzó a investigarme la cara con ojos curiosos, sin caer en la cuenta todavía, con mucha curiosidad, insisto; en un momento determinado sonrió, se le iluminó la cara y empezó a cantar “….eh…burbujas de amor en tu pecera… tengo un corazón…” Estas cosas no ocurren a menudo. Por eso aluciné con su forma de dirigirse a mí.

Recuerdo que durante mi ingreso, Pablo y yo estábamos un día sentados en los  horrorosos asientos del feo caserón y me dijo la única frase total y absolutamente coherente, (de principio a fin) que le escuché durante mi estancia, incluyendo mi nombre además, con la inocencia y la naturalidad propia de un niño; fue una pregunta para la que yo no estaba preparado, viniendo de quien venía: “Oye Antxon, ¿Tú sabes por qué tenemos que sufrir tanto en esta vida?” Qué respuesta podría darle yo. La pregunta además, no era una queja, era una curiosidad… algo que escapaba a su control…


  

 

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