sábado, 24 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (última entrega)




 Pues sí, sintetizando el capítulo anteriormente escrito, el LUGAR material (muebles etc) de la segunda estancia, me recordaba todo lo horroroso de mi primera estancia; pensé que había vuelto al infierno por propia y estúpida decisión.Y no era sólo el estilo, que desde la puerta entreabierta parecía no haber cambiado nada. Ya digo que la doctora salió del caserón para hacerme una entrevista en otra estancia y por la puerta entreabierta pude observar el antes llamado espectáculo; pues observé, además del horripilante vestíbulo (igualito que en 1997), a gente paseando apáticamente por él, con algunas caras descompuestas, como la que se me estaba empezando a poner a mí, por cierto; y me puse a sudar. Este es un tema muy subjetivo, pues también en el psiquiátrico de Donosti había gente así (con descompuestas caras), pero todo mezclado en unos pocos segundos, me provocó un cóctel de sensaciones difíciles de asimilar.

Como consecuencia, repito, me puse a sudar. A sudar por todos los poros; con el frío que hacía... Digamos, que en unos segundos, en un minuto o dos, mi estado de ánimo bajó del ocho al dos. Y así se mantuvo unos meses. La entrevista con la doctora fue un desastre; yo ya no estaba en condiciones de hablar con tranquilidad; la que tuve con la asistenta social tampoco fue mejor. Además la psiquiatra me hacía preguntas que no quería contestar al lado de mi madre. Ya tenía ella suficientes recuerdos traumáticos.

Al final entré. ¿Qué había cambiado allí, socorro? Una auxiliar me reconoció de la anterior estancia. “No te preocupes, sólo quedamos cuatro personas de aquella época, la mayoría de la gente se marchó (¿?) y a otros les dieron otro destino, afortunadamente todo ha cambiado, aquello era droga dura” Lo dijo ella, no yo. Que se sepa que lo estoy pasando un poco mal incluso ahora que lo recuerdo y cuento.

No pienso describir el lugar en el que solíamos “vivir” a diario. Éste sí era nuevo. Pero estaba demasiado cerca del vestíbulo (igualito, repetiré hasta hartar, que en 1997); un vestíbulo dónde yo había visto a gente chillando y andando a toda velocidad, en un corto camino, que venía de las horripilantes escaleras hasta la puerta de entrada (unos ocho metros, o cinco, o seis (plagio a Bolaño)); sí, ese pequeño (o no tan pequeño) espacio, recorrido por aparentes zombies,  de un lado a otro, como posesos; tuve que tratar, en aquel sitio y más de quince años antes de este segundo ingreso, con cierto personal que insultaba y chillaba a internos; a mí también me gritaron. En este segundo y último ingreso, la gente, el personal, efectivamente, había cambiado; eran muy amables y los internos no asustaban pues ya no había mezcla de agudos (casos cortos y puntuales) media estancia, larga estancia, crónicos (¿locos?)...

Pero insisto, estoy hablando de mi estancia y de mis sentimientos, con toda la carga subjetiva que tiene eso. Había mucha gente que estaba a gusto allí. Era mi fobia al lugar físico la que no se había movido ni un milímetro y esto me hizo pasar una temporadita bastante desagradable. El escenario más esencial del crimen, vuelvo a repetir. seguía inalterable.

A las cinco de la tarde nos dejaban salir a la calle con dos euros; yo no podía tomar dentro nada dulce ni grasiento pues me detectaron colesterol.

El aire fresco, la ilusión de llegar en diez minutos de camino al hogar del jubilado, donde nos sentábamos en una acera que hacía de terraza; puf; y allí, allí sí, fuera, fuera, tomar café con leche, prohibido arriba, bizcocho, también prohibido arriba, y hasta caramelos y estar sentados mirándonos en paz y alivio psicológico.
         Aquello era todo, todo, aquello, tan simple, tan sencillo, era para mí, un paraíso temporal; en el que no se sabe por qué, uno se olvidaba del sanatorio carcamal. Una cosa rutinaria y normal convertida en LUZ TOTAL debido a las circunstancias.
                           FIN


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