miércoles, 21 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (primera entrega)


  
         En mi primer (y quizá último) libro, hablé, tal y como lo he hecho en este blog, del Sanatorio o psiquiátrico de Usurbil (en este blog he hablado, y hablaré  sólo de mi segunda y última estancia); en el libro que ya hasta me da vergüenza nombrar, lo llamé con otro nombre por si acaso (tremenda ingenuidad); cómo estuve allí, más o menos de Junio a Agosto del año 1997, bueno, y ya quedó contado todo mi trauma. Que si lo mal que me sentí tratado, lo mal que estaba organizado todo aquello, el desastre que dejó mucha huella en mi vida etc
Hacia finales del año 2012, no conseguía levantarme a las nueve, como solía querer hacerlo, y hasta la una del mediodía no salía de la cama. Esto es la medicación, pensé. Hay que bajarla. Voy a ingresar para bajármela. Ahora lo considero una monumental metedura de pata. Claro, ahora.

Primero fui al psiquiátrico de San Sebastián y luego me dijeron que no había otra opción que seguir haciendo la bajada de medicación en Usurbil, pues San Juan de Dios estaba lleno. “¡¡¿Usurbil?!!!” “No, pero ha cambiado mucho.”, me dijo una psiquiatra del centro de Donosti. “El nuevo director de la institución, (psiquiatra él) ha cambiado toda la estructura organizativa y aquello ya no tiene nada que ver con lo que era hace años” Eso era verdad, lo pude comprobar. Y es que años después del fallecimiento del doctor que me atendió (bueno, atender, atender...) en 1997, todo se había transformado y cambiado. En cuanto a la gente, necesito urgentemente afirmar con todas mis fuerzas. El escenario del crimen (en su esencia más básica) seguía sin haber cambiado un ápice.

Como ya habré dicho, me tocó estar en ese, “para mí”, caserón maldito, de Enero de 2013, hasta mediados de abril del mismo año.
                        El día en que ingresé en Usurbil fui llevado allí en ambulancia, saliendo desde el psiquiátrico de San Sebastián,  y en compañía de mi madre. Sólo el hecho de ver el edificio, por muy restaurado que estuviera, me provocó un impacto muy fuerte. Y habían pasado más de quince años desde mi primera estancia. Cuando salió la psiquiatra que iba a llevar mi caso, para hacerme la entrevista de ingreso en una edificación pequeña, que estaba a unos pocos metros del Sanatorio (al que ahora no dejaban entrar a familiares) pude ver por la puerta entreabierta, algo del, llamémoslo, “espectáculo”, al que sólo le faltaba menos de media hora para que otro protagonista secundario (yo) formase parte de él:

Por dentro todo parecía estar igual, terroríficamente igual; luego comprobé que, sobre todo en cuanto a mobiliario, había “cosas” que se mantenían exacta y abrumadoramente iguales a las que estaban allí en 1997; serían, supongo, obviamente, las mismas, pero también parecían muy restauradas. Esas “Cosas” me traían recuerdos infernales; eran todas de un estilo rancio como de principios del siglo XX; ese estilo mobiliario, en ESE lugar, se había marcado en mi interior a fuego, como algo muy malo. De hecho todavía tenía pesadillas al respecto. A ese tipo de “cosas”, como mesas ridículamente señoriales, lámparas semi-barrocas (no entiendo nada de estos temas), sillones pseudo aristocráticos (es sólo una manera aproximativa de entendernos) pasamanos de las escaleras, ornamentos rimbombantes, todo de un marrón anticuado, a ese tipo de mobiliario carcamal, repito, tengo la impresión de que en un tiempo se le llamó elegante. Qué horror. Y aunque estas “cosas” no estaban exactamente donde nosotros solíamos estar, sino en el primer y segundo piso (el lugar de las habitaciones) a mi me provocaban un gran malestar por la asociación de recuerdos con la primera estancia; diría que se me incrustaban violentamente en el alma (si ésta existe) por medio de los ojos: Aquello otra vez, no, por favor… pero había que aguantar. Lo que acabo de decir sobre los muebles podría ser ficción o fantasía, si no fuera horriblemente cierto. A mí mismo se me hace extraño.
 

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