¿Qué ocurrió como consecuencia de dar con un médico que dijo que
yo estaba salvado en manos de él, con absoluta seguridad además, y
probablemente creyéndose su propia mentira?
Pues que el gran problema de Walt Disney es el mismo Walt Disney. Y
uno va allí (aunque yo no he ido a “ese” Walt Disney), a
desconectar de la dura realidad. A disfrutar de la magia y de la
“felicidad”. Pero luego hay que volver. En realidad nuestra
vuelta a la realidad fue mucho más brutal que la vuelta a la
realidad que hubieramos tenido si hubiéramos ido simplemente a la
Disneylandia que todos conocen. Creíamos haber llegado a un Walt
Disney sin vuelta, creímos que lo habíamos introducido en nuestro
interior y que estuviéramos en donde estuviéramos en el futuro, lo
llevaríamos siempre con nosotros. Me había curado, y ya está. Del
infierno al cielo, pasando por Barcelona (engañoso paraíso en
forma de médico todopoderoso que me curó de manera instantánea,
con sus mágicas pócimas medicinales que sólo EL conocía; Antxon,
repites las cosas, eso ya lo habías contado)). Por cierto, ese
médico, cobraba, en el año 1995, veintemil pelas la consulta. Es un
dato que lanzo al aire.
Pero apuntaré sin demora ya, que pasados unos dos meses y pico,
después de aquel episodio (malos, muy malos meses) yo me encontraba
ingresado en el psiquiátrico de San Sebastián. Me pienso ahorrar
todos los detalles escabrosos. Empezaré por decir, que la doctora
que me atendió durante aquel ingreso, al presentarle yo el
tratamiento del médico de Barcelona, me dijo, de una forma tajante,
que ella no aprobaba ese tratamiento.
Supe posteriormente, gracias a la amabilidad de una psiquiatra a la
que tengo un especial cariño, que todos, absolutamente todos los
psiquiatras que ejercían su profesión en el lugar a donde fui a
parar, se reunieron especialmente para analizar el tratamiento que a
mí se me había aplicado en Barcelona. “Escandalizados” o quizá
“alucinados”, creo que fue la palabra que utilizó la doctora que
me habló de esa reunión, para calificar el estado por el que
atravesaron los psiquiatras al observar por primera vez dicho
tratamiento. Había anfetaminas (Rubifen, creo que se llamaba), había
una medicina (de esto me enteré muy tarde) que de no ser eliminada
con rapidez de mi tratamiento, me podía provocar un buen susto, de
cuyas características no me quisieron dar explicaciones. Sólo susto
se me dijo… No me estoy inventando nada. O por lo menos, si hay
invención, no es consciente.
Lo fundamental es que me cambiaron el tratamiento
de arriba a abajo provocándome algunos estados que, joder (perdón),
en fin, no quiero abusar de adjetivos tremendistas, pero aquello no
fue precisamente agradable.
----------------------------------------------------------------------------------------------------
Relacionado o no con las circunstancias descritas hasta ahora, el
hecho de que algunas personas lo pasen bien en un ingreso en el
psiquiátrico de agudos (corta y primera estancia; luego estarían
los psiquiátricos de media estancia y los de larga) es algo que la
mayoría de la gente desconoce; de hecho, es más común de lo que
nadie pueda llegar a imaginar. El ambiente que se crea es muy
especial. Voy a intentar ser fiel a un extracto que escribí en un
diario que hice durante una temporada. Quizá sea más significativo
que nada. Ya veremos:
“Yo conozco algo parecido a esa sensación (estaba
hablando, en ese diario, de algo parecido a la ternura paradisíaca
completa y sin fisuras terrenales siempre amargas, que intuimos que
puede existir pero no hemos probado en este mundo, más que de
maneras demasiado fugaces para mi gusto) y sé consecuentemente por
qué ingresé tantas veces voluntario en el psiquiátrico. Por
mentira que parezca, el ambiente que se formaba en aquel pasillo y
comedor con patio, aislados de la infernal realidad que los más
débiles que el resto de los también débiles no aguantábamos, o no
queríamos aguantar, era de alivio y paz total (aunque si la
depresión era gorda, esto no pasaba); pero la sonrisa fraternal
florecía entonces sola y el miedo se iba (algo me obliga a declarar
que no siempre);
aquello, mal que pese, también
era real (admito que aquello era placebo también, lo cual no
demuestra nada), pero era real si lo tomamos desde un contexto de
tiempo más largo, desde la realidad en toda su amplitud (aunque
pensar por mi parte que puedo ver la realidad en su amplitud, es algo
pretencioso pero hago lo que puedo); allí se encontraba una realidad
interior tranquila de la propia persona, y de las personas de su
alrededor; gente cariñosa, muy agradable, tremendamente agradable,
en aquel lugar; y fuera, la realidad cruda y rápida. Y claro, hay
gente que se “aficiona” a ingresar. Esto lo considero un
considerable disparate, además de algo contraproducente.”
Terminando con el ingreso tan intenso que viví en el psiquiátrico
( ingreso post Barcelona), tengo que contar una cosa absolutamente
entrañable que sucedió la última noche que pasé en aquel lugar,
allá por Mayo o Junio de 1995. Yo solía cantar con la guitarra en
un quiosco de madera que había el el patio del lugar por entonces.
Yo quería ser cantante, y no es que ahora quiera ser escritor,
ahora, simplemente escribo porque me hace bien. Sólo soy escribidor.
Pero volviendo a los cantares: Una canción que se repetía mucho en
mi repertorio era “Wish you were here” (Ojala estuvieras aquí)
de Pink Floyd. Corta y poderosa esa canción, con impresionante
letra. Creo que es una canción de la que se han hecho una cantidad
innumerable de versiones. Y es la más conocida de Pink Floyd…
Cuando estaba animado al cantarla, el tono era festivo y a la letra
no le hicimos ni caso. (Algunos por no saber Ingles y otros porque no
venía al caso). Pero resulta que la letra es explosiva; menos mal,
por ello, que pocos la entendieran y que yo no me ponía a pensar en
ella.
El final de esa letra, es, como no podía ser de otra forma, muy de
Pink Floyd, muy dramático.
“We are just two lost souls swimming in a fish
bowl, year after year, running over the same old ground. What have we
found? The same old fears. Wish you were here.”
El optimismo en versión tenebrosa: “Somos tan sólo dos almas
perdidas nadando en una pecera, año tras año, corriendo sobre el
mismo viejo suelo (o tierra) ¿Qué hemos encontrado? Los viejos
miedos de siempre. Ojala estuvieras aquí”
Para colmo, la parte anterior de la letra está plagada de una
especie de fatalismo metafísico, expresado por medio de imágenes
contrapuestas bruscamente, con metáforas de lo más melancólicas y
amargas; esa parte inicial y central de la letra te puede poner los
pelos de punta (o de los nervios el espíritu) según el momento en
el que se te ocurra (y que no se te ocurra en ninguno) pensar
detenidamente en lo que dice dicho pasaje. Vamos, la alegría de
vivir, en resumen.
Pero nada de esto importó aquella noche última noche de ingreso.
Tras la cena, y en pleno comedor, Bea, Gema y otros, al saber que
que me iba de alta al día siguiente me animaron a cantar algunas
canciones en el comedor. Canté un par de canciones de carácter
bastante romántico. Tras ello, un celador me dijo que me dejara de
cosas sentimentales y que cantase esa canción en Inglés tan bonita
que había cantado antes de la cena (se refería a “Wish you were
here” y por supuesto aquel celador no sabía lo bestialmente
sentimental que era también la letra de esa canción).
La canté, pero con tono absolutamente jovial y festivo. Dos
compañeras, dos auxiliares, y hasta una enfermera, se pusieron a
bailar, mientras yo no daba crédito a lo que veía mientras cantaba.
Al celador que había pedido la canción le intentaron sacar a bailar
tirándole de los brazos. Él se negaba en redondo y alegaba que se
estaba poniendo rojo. La escena total no se puede olvidar.
Ojala estuvierais todos aquí, esos rostros de Bea,
Gema, Carlos, José Mari, a dónde os habéis ido desde esa noche
mágica, todos esos momentos fugaces... Toda esa paz y alivio, todo
ese dolor salvaje desaparecido en alivio de sonrisas y solidaridad
insólita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario