lunes, 19 de octubre de 2015

OJALA ESTUVIERAS AQUI


 
¿Qué ocurrió como consecuencia de dar con un médico que dijo que yo estaba salvado en manos de él, con absoluta seguridad además, y probablemente creyéndose su propia mentira?

Pues que el gran problema de Walt Disney es el mismo Walt Disney. Y uno va allí (aunque yo no he ido a “ese” Walt Disney), a desconectar de la dura realidad. A disfrutar de la magia y de la “felicidad”. Pero luego hay que volver. En realidad nuestra vuelta a la realidad fue mucho más brutal que la vuelta a la realidad que hubieramos tenido si hubiéramos ido simplemente a la Disneylandia que todos conocen. Creíamos haber llegado a un Walt Disney sin vuelta, creímos que lo habíamos introducido en nuestro interior y que estuviéramos en donde estuviéramos en el futuro, lo llevaríamos siempre con nosotros. Me había curado, y ya está. Del infierno al cielo, pasando por Barcelona (engañoso paraíso en forma de médico todopoderoso que me curó de manera instantánea, con sus mágicas pócimas medicinales que sólo EL conocía; Antxon, repites las cosas, eso ya lo habías contado)). Por cierto, ese médico, cobraba, en el año 1995, veintemil pelas la consulta. Es un dato que lanzo al aire.

Pero apuntaré sin demora ya, que pasados unos dos meses y pico, después de aquel episodio (malos, muy malos meses) yo me encontraba ingresado en el psiquiátrico de San Sebastián. Me pienso ahorrar todos los detalles escabrosos. Empezaré por decir, que la doctora que me atendió durante aquel ingreso, al presentarle yo el tratamiento del médico de Barcelona, me dijo, de una forma tajante, que ella no aprobaba ese tratamiento.

Supe posteriormente, gracias a la amabilidad de una psiquiatra a la que tengo un especial cariño, que todos, absolutamente todos los psiquiatras que ejercían su profesión en el lugar a donde fui a parar, se reunieron especialmente para analizar el tratamiento que a mí se me había aplicado en Barcelona. “Escandalizados” o quizá “alucinados”, creo que fue la palabra que utilizó la doctora que me habló de esa reunión, para calificar el estado por el que atravesaron los psiquiatras al observar por primera vez dicho tratamiento. Había anfetaminas (Rubifen, creo que se llamaba), había una medicina (de esto me enteré muy tarde) que de no ser eliminada con rapidez de mi tratamiento, me podía provocar un buen susto, de cuyas características no me quisieron dar explicaciones. Sólo susto se me dijo… No me estoy inventando nada. O por lo menos, si hay invención, no es consciente.

       Lo fundamental es que me cambiaron el tratamiento de arriba a abajo provocándome algunos estados que, joder (perdón), en fin, no quiero abusar de adjetivos tremendistas, pero aquello no fue precisamente agradable.

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Relacionado o no con las circunstancias descritas hasta ahora, el hecho de que algunas personas lo pasen bien en un ingreso en el psiquiátrico de agudos (corta y primera estancia; luego estarían los psiquiátricos de media estancia y los de larga) es algo que la mayoría de la gente desconoce; de hecho, es más común de lo que nadie pueda llegar a imaginar. El ambiente que se crea es muy especial. Voy a intentar ser fiel a un extracto que escribí en un diario que hice durante una temporada. Quizá sea más significativo que nada. Ya veremos:

Yo conozco algo parecido a esa sensación (estaba hablando, en ese diario, de algo parecido a la ternura paradisíaca completa y sin fisuras terrenales siempre amargas, que intuimos que puede existir pero no hemos probado en este mundo, más que de maneras demasiado fugaces para mi gusto) y sé consecuentemente por qué ingresé tantas veces voluntario en el psiquiátrico. Por mentira que parezca, el ambiente que se formaba en aquel pasillo y comedor con patio, aislados de la infernal realidad que los más débiles que el resto de los también débiles no aguantábamos, o no queríamos aguantar, era de alivio y paz total (aunque si la depresión era gorda, esto no pasaba); pero la sonrisa fraternal florecía entonces sola y el miedo se iba (algo me obliga a declarar que no siempre); aquello, mal que pese, también era real (admito que aquello era placebo también, lo cual no demuestra nada), pero era real si lo tomamos desde un contexto de tiempo más largo, desde la realidad en toda su amplitud (aunque pensar por mi parte que puedo ver la realidad en su amplitud, es algo pretencioso pero hago lo que puedo); allí se encontraba una realidad interior tranquila de la propia persona, y de las personas de su alrededor; gente cariñosa, muy agradable, tremendamente agradable, en aquel lugar; y fuera, la realidad cruda y rápida. Y claro, hay gente que se “aficiona” a ingresar. Esto lo considero un considerable disparate, además de algo contraproducente.”

Terminando con el ingreso tan intenso que viví en el psiquiátrico ( ingreso post Barcelona), tengo que contar una cosa absolutamente entrañable que sucedió la última noche que pasé en aquel lugar, allá por Mayo o Junio de 1995. Yo solía cantar con la guitarra en un quiosco de madera que había el el patio del lugar por entonces. Yo quería ser cantante, y no es que ahora quiera ser escritor, ahora, simplemente escribo porque me hace bien. Sólo soy escribidor. Pero volviendo a los cantares: Una canción que se repetía mucho en mi repertorio era “Wish you were here” (Ojala estuvieras aquí) de Pink Floyd. Corta y poderosa esa canción, con impresionante letra. Creo que es una canción de la que se han hecho una cantidad innumerable de versiones. Y es la más conocida de Pink Floyd… Cuando estaba animado al cantarla, el tono era festivo y a la letra no le hicimos ni caso. (Algunos por no saber Ingles y otros porque no venía al caso). Pero resulta que la letra es explosiva; menos mal, por ello, que pocos la entendieran y que yo no me ponía a pensar en ella.

El final de esa letra, es, como no podía ser de otra forma, muy de Pink Floyd, muy dramático.

We are just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year, running over the same old ground. What have we found? The same old fears. Wish you were here.”

El optimismo en versión tenebrosa: “Somos tan sólo dos almas perdidas nadando en una pecera, año tras año, corriendo sobre el mismo viejo suelo (o tierra) ¿Qué hemos encontrado? Los viejos miedos de siempre. Ojala estuvieras aquí”

Para colmo, la parte anterior de la letra está plagada de una especie de fatalismo metafísico, expresado por medio de imágenes contrapuestas bruscamente, con metáforas de lo más melancólicas y amargas; esa parte inicial y central de la letra te puede poner los pelos de punta (o de los nervios el espíritu) según el momento en el que se te ocurra (y que no se te ocurra en ninguno) pensar detenidamente en lo que dice dicho pasaje. Vamos, la alegría de vivir, en resumen.

Pero nada de esto importó aquella noche última noche de ingreso.

Tras la cena, y en pleno comedor, Bea, Gema y otros, al saber que que me iba de alta al día siguiente me animaron a cantar algunas canciones en el comedor. Canté un par de canciones de carácter bastante romántico. Tras ello, un celador me dijo que me dejara de cosas sentimentales y que cantase esa canción en Inglés tan bonita que había cantado antes de la cena (se refería a “Wish you were here” y por supuesto aquel celador no sabía lo bestialmente sentimental que era también la letra de esa canción).

La canté, pero con tono absolutamente jovial y festivo. Dos compañeras, dos auxiliares, y hasta una enfermera, se pusieron a bailar, mientras yo no daba crédito a lo que veía mientras cantaba. Al celador que había pedido la canción le intentaron sacar a bailar tirándole de los brazos. Él se negaba en redondo y alegaba que se estaba poniendo rojo. La escena total no se puede olvidar.

Ojala estuvierais todos aquí, esos rostros de Bea, Gema, Carlos, José Mari, a dónde os habéis ido desde esa noche mágica, todos esos momentos fugaces... Toda esa paz y alivio, todo ese dolor salvaje desaparecido en alivio de sonrisas y solidaridad insólita.

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