sábado, 3 de diciembre de 2016

LA SIESTA

         

 ESCRITO A LAS TRES DE LA TARDE


La ventaja de escribir consiste en poder transformar  momentos extraños como el de ahora. en algo vívido y estimulante. Para mí.

Lo cierto es que en esos momentos se escribe para contarse verdades como si fueran un gran embuste pues son transformadas y maquilladas como te dé la gana. O puedes contar mentiras como si fueran ciertas. No sabe uno dónde está la barrera. Pero yo digo la verdad (dijo el impostor).

Por ejemplo, este momento en el que uno no sabe bien si está dormido o despierto. Momentos de cierta resaca pastillera. 

Y necesitas escribir para salir de un estado atontado y algo temeroso. De modo que uno está utilizando al pobre lector, sin el que no es nada, en manera de siesta que reconcilie el sueño o le haga sentir más ágil o descansado. Porque la medicación cansa. Y en la siesta solía ver demonios. Ojalá esto último fuera mentira, porque es esa la razón por la que no voy a hacer la siesta. En contraste, escribir es un esfuerzo vital que busca vivir una situación plenamente; y sólo describir este acto de escribir ya es algo intenso, en mi caso; en otras ocasiones me sirvió para revivir algo terrible que pasó hacía ya mucho tiempo, a ritmo de carcajada interna. 

Quizá nadie se lo crea pero una época de mi vida en la  que más disfruté, fue materializada durante noches de primavera y verano de 2005. Le decía a mi chica que me iba a poner a escribir a las diez de la noche, y ella decía "¡qué moral!!"; pero era una diversión. Solía hacerlo entre las diez  de la noche y las dos o tres de la madrugada, con calma, con paz, con el silencio callejero de la noche, y observaba las farolas más allá de los cristales  del ventanal, como  si viviera o sintiera algo místico (que no alucinatorio) de enorme sosiego (que nadie crea que yo uso esta palabra cuando hablo), al igual que en un momento dado, me asomaba a la ventana ya abierta, y veía coches silenciosamente aparcados, y en aquellos momentos, esos coches callados me provocaban bienestar. No había nadie. Nadie. Sólo yo, el ordenador y el silencio. Y sobre todo, lo que me traía entre manos al escribir.

Pero lo más alucinante de todo es, que, en el borrador general, escribía sobre todo respecto a cosas que me habían pasado desde los 20 a los 25 años de mi vida.  Eran acontecimientos brutales que, una vez escritos ocho años después y publicados muy posteriormente, mis padres no pudieron leer y por lo menos a dos personas que me querían les dejaron en estado de shock, sólo al leer algunas partes del escrito.

Pues bien, uno lo pasa mal en la mili, dicen, pero años después se junta con sus compañeros de batallas y se acuerda con ellos de lo malo  pero con el cachondeo que se pueden permitir al respecto, por todo lo lejos que quedó aquello; ya no duele la herida, y se divierten trasformando la tragedia en comedia. Es muy fácil si ha pasado mucho tiempo.

Yo dejé escrita buena parte de una tragedia sin buscar compasión ninguna; necesitaba contar aquello (aunque esto no lo he llegado a saber hasta hace poco) y no sufrí nada hablando del terror de aquellos años. Me divertí. Al verlo lejano, lo utilicé para divertirme y para reírme (no durante todo el libro esto último, ojo, pero sí que intercalaba algo gamberro siempre que pude; sin premeditación ninguna; simplemente me daba por ahí en momentos concretos y de manera espontánea; y no sé por qué; de hecho el libro termina con esta frase: "Me llamo Antxon"; eso ocurrió de manera totalmente espontánea y sin premeditación ninguna también), y, en fin, para disfrutar mientras escribía sobre bastantes situaciones que en su tiempo pedían  lágrimas a un cuerpo que temblaba a menudo. 

 Algunos  calificaron el escrito de entretenido, supongo que, (repito), por el hecho de que en medio del caos había  cosas  a las que poder meterles un buen patadón irónico o sarcástico, por muy crudas que fueran éstas. Y me sentí muy bien. Pero a otros les pareció durísimo. Una buena amiga se puso muy triste. Lo que da muestras de lo buena que es esa amiga.

 Ya no hace falta siesta y he salido del momento extraño pensando que alguien está haciendo caso a las ya repetidas batallas del abuelo cebolleta. 

Hasta pronto. Si es que no deserta todo posible lector. ¿Por qué digo esto último? Sinceramente, no lo sé, lo acaba de soltar mi subconsciente y yo con ese no me hablo.

p.d: reescrito y adornado a las nueve y pico de la mañana del 3 de diciembre, para huir del mal cuerpo que me han dejado las pesadillas que he tenido antes de despertar, hace más de media hora (aproximativamente). 

Agur.

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