viernes, 20 de enero de 2017

HISTORIA DE M. (primera parte)


O LA METAMORFOSIS AL REVÉS


En el año 2010 yo trabajaba en un taller de reciclaje de ropa. Creía estar bien. El que no lo estuviera es lo que menos importa en esta historia. Pues no es mi historia, sino la de M.
El  haber conocido a M., amigo protagonista de esta historia coincidió con una confusión general con respecto a una situación que mi cabeza me creó, y quizá si no hubiera estado yo en ese estado no me hubiera dado cuenta del valor de quien estaba a mi lado. M, claro; nuestro trabajo consistía en clasificar vestimentas, ropa, vulgarmente hablando, como buenas o malas (vendibles o no vendibles en una tienda dedicada a ello) para ponerlas en un cubo u otro; las ropas, en la primera barrida, las íbamos cogiendo de una gran, --cómo lo llamaría--,  “bañera”, llena de todo tipo de ropa. Con guantes, evidentemente. Te podías encontrar con ropa impecable y también con ropa desastrosa, que la gente había dado a caritas, que era quien conducía el material económico estructural de aquel taller en el que trabajábamos enfermos psíquicos,. Ropa buena a la tienda, ropa mala al entierro final de todos los finales, en contenedor último y definitivo  para ello. Que supongo que iría a un vertedero llamado San Marcos donde yo tuve la “gracia” de estar hace muchos años (trabajé de basurero los sábados noche de dos veranos) y es el lugar más mal-oliente en el que he estado. Si hubiera infierno, no podría oler peor que allí.
M. trabajaba a mi izquierda. Lo primero que llamaba la atención de él eran sus ineludibles 130 kilos de entonces. También llamaba la atención el hecho de que cuando nos veía esperando a una furgoneta que nos llevara al taller, bajase con una sonrisa cuando nadie le habíamos hecho ni  puto caso al principio; daba la impresión de que nos miraba con cariño. Conociendo lo que ya le conozco ahora estoy seguro de que lo hacía así. Otras cosas llamaban la atención en él: lo trabajador que era, y lo rápido que aprendía. La música hizo de celestina en lo que se convertiría en  una amistad extraordinaria que dura hasta hoy, y ojalá lo sea para siempre. Solíamos charlar de manera azarosa en principio, mientras trabajábamos… Coincidíamos en bastantes ideas y hasta en gustos musicales. Siempre trabajábamos con música y una vez sonó “One”, una canción de U2 de la cual tengo una impresión: estoy seguro que yo he escuchado esa canción en más ocasiones que los propios miembros del grupo U2. Para finales de 1995 ya la había escuchado cientos de veces, o sea que imagínese para hoy día. A M. también le encantaba. Mi ansiedad se calmaba algo cuando hablaba con él;  no puedo saber del todo por qué, (aunque hay algo que lo explica indirectamente), pero ocurría que yo le contaba mi vida de aquel momento y otros, desde la A a la Z cosa que no hago con el primero que se me presenta. Posteriormente me dijo que le caí muy bien. Yo pensaba, este es un buen hombre y no tiene un pelo de tonto, no me importaría tenerlo de amigo. También me ha solido decir que a la gente le da por contarle sus problemas a él. Esto explicaría mi actitud hacia él, indirectamente.
Mi último día de trabajo en aquel lugar, sucedió así: tras una serie de clasificaciones de ropa, una monitora nos puso a doblar camisetas. Pero camisetas como para equipar a un par de ejércitos al completo. Y a mí doblar camisetas siempre se me ha dado fatal.
Estaba ya muy muy mal y lo de las camisetas me hacía sentir como si un elefante se pusiera a pisotearme con gran entusiasmo, juguetón, pero con entusiasmo. Me largué en ansiedad millonaria. No volví a trabajar allí. Decidí ingenuamente leer y escribir. Un día me dio por ir a ver a mi encargado (persona extraordinaria) y a una de las dos monitoras (porque la otra no estaba en aquel momento, otras dos joyas) para regalarles una planta. La monitora de las camisetas me dijo que había dejado un amigo allí. Quién, pregunto. M. fue la respuesta. Anduvo preguntando por mí, a ver si no iba a venir más. No sé qué le dijeron al respecto. Lo que sé es que tenían por norma no dar el teléfono de nadie sin permiso de ese nadie, que era yo. Les dije que se lo dieran sin problemas, que me llamase cuando quisiera y que me gustaría quedar con él en Rentería (población Gipuzkoana (los vascos escribimos mal hen kastellano)), donde él vivía. Estábamos a principios de Diciembre de 2010. Pasaban días y hasta un par de semanas de diciembre. No llamaba. Le llamé yo al taller. Su madre andaba con vértigos, dijo. Que por eso no llamaba. El viernes en Rente, qué tal, le digo. De acuerdo, contesta.
A partir de ahora viene la historia de una persona fuera de lo común. Quedábamos todos los viernes y empezó a venir a San Sebastián y le presenté a mi novia….Continúa en una segunda y parte final.
                    












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