viernes, 28 de octubre de 2016

ELLA: DESDE SUS ENTRAÑAS ELLA



Había una vez una chica. 

Sufría, sufría, y sólo sufría. Me decía que prefería tener un cáncer irreversible que una distimia (depresión salvaje crónica que no responde a tratamiento, o que responde muy mal), pero no se lo digas a mi famlia que es un pensamiento pecaminoso y en contra de la voluntad de dios.

 La veía cuando tras bajar las escaleras del espantoso lugar, yo entraba en la sala de la televisión apagada, ahí estaba, sentada, con la cara hecha un cromo todos los días. Cuando pintaba sonreía, me abrazaba a veces, sonreía, me abrazaba y pintaba. Sólo una hora a la semana ocurría el milagro. Todos los días bajaba la escalera del caserón y antes de entrar en la sala, yo cruzaba los dedos pensando que quizá ese día, a pesar de no haber pintura, quizá ya por fin, la encontraría en la sala de la tele apagada, sonriente o relajada, feliz y tranquila.
Nunca pasaba. 

Su familia le decía que no hiciera ninguna tontería (que no se nombra) que les iba a dar un disgusto; su familia era la MORAL; esa que dice estar siempre en el centro pero se le ve venir siempre  desde la ultraderecha o desde la ultraizquierda, tanto da. Esa que decide cómo son las cosas. 

Horas, meses, días, años en el infierno; sé yo qué era eso. Estuve muchos meses así  en alguna de mis vidas.  Pero es que ella llevaba 17 años  seguidos en su guerra cruel interna. Desde sus trece hasta sus 30 en los que la conocí.

No se podía detener el mal medicamente. No podía ella detener el mal terminando con el objeto en donde estaba (su cuerpo que le daba muerte en vida) porque su familia sabía que iría al infierno. Y ella también lo creía. Cuando bajaba a la calle acompañada de una auxiliar vigilante pensaba "quizá si algún desalmado, un cuchillo, puñaladas, no sería mi culpa y entonces descansaría...".

Era tan joven, treinta años, repito, para mí era joven, y tenía que cumplir con el valle no de lágrimas, sino de gritos internos ebrutecedores pero enmudecidos en su rostro, y no podía ni llorar para  aliviar en algo el daño. Quería llorar pero no podía.  

Debía de esperar muchos años en el manicomio, quizá 40, para cumplir con un infierno que nadie conocía como ella, para ser recompensada con el paraíso. Ella nunca lo haría. Nunca haría una tontería. Nunca daría un disgusto a su familia. Cuando fumaba pensaba "Esto no es pecado y hay gente que de forma natural es llevada de la nicotina a la muerte" 'fumar mata' ponía en la cajetilla, y eso la familia sí lo permitía. La visitaba cada semana, religiosamente, claro.

Cuatro años después le dio un infarto mortal. El azar fue piadoso con ella, el único que la amó, el único que le dio una paz que nunca tuvo. La familia MORAL, la enterró cumpliendose todo correctamente, y todo estuvo dentro de las reglas establecidas. Así, ella no tuvo que ser una consciente irresponsable que no pensara en la marca que iba a dejar si se hubiese ido por su cuenta y por sus propios medios. Fue dios magnánimo quien se la llevó. No pecó. No dio un disgusto egoista y cobarde a su familia. Se la llevó el infarto.

Y eso está muy bien. 

¿Verdad que sí? 
Por preguntar.

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