miércoles, 27 de enero de 2016

MI RELACION CONMIGO ME SIENTA MAL

  


Por lo menos durante los últimos tres meses.

        Yo sé que nunca me voy a volver loco. En fin, una demencia senil, dentro de veinticinco, treinta o cuarenta años, un alzheimer, bien, de eso no se libra nadie, y una de esas me puede invadir.
        Creo que uno de los miedos más frecuentes y menos confesados de los seres humanos es el miedo a  volverse loco/a; pero aquí no hablo ya del alzheimer...
           En mi caso, la paradoja, si es que se le puede llamar así, es, que sé que no me voy a volver loco, precisamente porque  a pesar de haber atravesado toda clase de trances psíquicos ("¿Y TÚ qué te crees? ¿Que a los demás nos va de perlas? Los demás también tenemos lo nuestro..." resuena una más que razonable voz ajena en mi interior y a la  que no se me ocurre desacreditar; ) ---incluida, muy incluida entre ellos, una angustia salvaje a la que ya le puedes poner un relajante mayor (qué mayor, un relajante bomba, un relajante gigante) que esa pájara angustia (que aprendí que en los cenáculos psiquiátricos era denominada con el nombre de ansiedad, cosa que yo sólo asociaba con tener muchas ganas de comer) sigue ahí haciéndome una muy  amable, tenaz e intensa compañía, a pesar de haber dejado el blogger y el facebook, lugares que yo creí orígenes del mal, y viendo que no es así (que sigue conmigo), vuelvo por estos lares y de perdidos al río-- y digo, que a pesar de haber atravesado trances de todos los colores, clases, categorías e intensidades,  resulta que sólo perdí el sentido de la realidad una vez en mi vida; y fue transitorio; dos o tres meses; hará veinte años en otoño de 2016; pero salí; sigo cuerdo, más de lo que me gustaría, además. Estar muy cuerdo es una clase fina de locura en un mundo al que es muy difícil encontrarle un sentido COMUN.
          Por lo tanto, loco no me voy a volver, lo sé, pero como a mi cabeza le da por hacer trabajos forzados carcelarios, con el consiguiente estres para mi persona y muy a pesar de mi ansia de paz, quizá lo lleve mejor escribiendo. No lo sé. A veces pienso que no he leído lo suficiente ni lo suficientemente bien como para atreverme a escribir. Quizá por ello sé que soy un escribiente o escribidor muy irregular gramaticalmente (tildes que se ausentan, algunas faltas de ortografía imperdonables...) pero bastante competente en la sintáxis. Recuerdo ahora que no sé lo que es, entre otras muchas cosas, un hiperbaton (se me ha ocurrido un chiste muy malo relacionado con la bata que llevo puesta en este momento; se puede imaginar fácil y me lo ahorro). Por otra parte, como escribiente o escribidor, creo ser muy influenciable y me ha bastado con leer unas páginas a Enrique Vila-Matas, para asombrarme al pensar (quizá equivocadamente) que le estoy plagiando el estilo de forma inintencionada.
       Pero es que uno va y deja de escribir pensando que el malestar venía de hacerlo y de publicar, y resulta que no, se equivoca. Lo ya nombrado sigue dándome los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches. Y por las noches, festival de cine de terror. Quiero dar mucha pena.
       Empecé a tratar de distraerme con el Quijote que Trapiello tradujo del castellano antiguo al actual y me empezaba a divertir, a pesar de los pesares. Eso parecía.
         Después del antológico prólogo de Cervantes, veo como Alonso Quijano, tras haberse tragado enormes cantidades de libros de caballerías, se convierte en Don Quijote y comienza sus  aventuras de alucinado, vuelve al hogar destrozado, le queman los libros, vuelve a salir con un tal   Sancho y  van dándose constantes tortazos contra la cruda realidad. Tras una pelea con un   vizcaíno al que don Quijote tomó por un gran malehechor, y al que con mucha suerte   dejó medio muerto, don Quijote y Sancho siguieron cabalgando algo penosamente y durante horas hasta caer la noche; y al no encontrar posada, deciden dormir al aire libre.
           En estas  pienso, ey,  que este libro será sagrado y genial, pero estos dos, a los que ya tengo cariño (y es que Cervantes los trata con ternura), van a seguir en ese plan 900 páginas. Sin ponerme a pensar en todos los giros y riquezas con las que me puedo encontrar (dialécticas, humanas, míseras, humorísticas, emocionantes, agridulces...) y sintiendo una sensación de hastío que supongo (muy mal) será recorrer con ellos todo su camino, mi impaciencia toma el control de mi mente y se pone a disparar, alertando: "déjalo en ese punto, ya volverás,o no, pero déjalo."
      ¿Por qué no pruebas con Vila-Matas, del que Auster, que tanto te gusta, habla maravillas?
        Allá fui, ayer, a alquilar en una biblióteca un libro de Vila-Matas. Bien, en ese libro, el personaje al que hace hablar (o escribir) Enrique Vila-Matas se pone a analizar de forma más que chocante la trayectoria y las razones  de aquellos escritores que tras publicar unos pocos libros buenos dejan de escribir, durante una larga temporada o hasta el final de su vida. Rulfo, Rimbaud, Salinger...
        Me levanto hoy con una bomba psíquica que me ataca en el pecho; cumplo mis obligaciones; constato (sin demasiada objetividad; nublada como estaba aquélla por la bomba psíquica que me ha dado un día precioso), constato, digo, que el personaje de Vila-Matas está todavía peor que yo, ya que de la negación de la escritura trata de descubrir como será la escritura en el siglo XXI. Ese personaje me hace sudar. Cualquiera lo hubiera hecho.
          Empiezo a añorar a Sancho. A añorar mucho a Sancho. Muchísimo.Como si fuera un familiar muy querido, como a alguien a quien no puedo dejarle tirado en el campo durmiendo a cielo abierto y quiero volver a ver cómo se despierta. Hasta llegar a ese estado, la angustia que se me apoderaba, sólo me abandona cuando he hecho, al atardecer, el primer borrador de este escrito, pero luego ha vuelto y ahora  la vomito por medio de letras y letras y letras que lanzo sin ton ni son sin ton ni son sin ton ni sonnnnn................Respira, ahí viene S. con su sonrisa, le veo las alitas de ángel y pienso que todo vuelve a la más sana anormalidad. Sancho, amigo, espérame, que te acompaño con el animal de tu amo, al que Cervantes también trata muy bien; quiero decir que habla con cariño de él, a pesar de que le mete en la boca del lobo cada vez que puede. Pero vuelvo contigo Sancho,  porque yo a tí te conozco Sancho, te he visto en hospitales, te veo todos los días en un centro a donde acuden enfermos psíquicos. Tú me caes bien, Sancho.
        Mañana mismo me presento en el C.S.M (que no voy a decir qué es) a pedir que me cambien el ansiolítico. Tiene que ser eso. Muchos años tomando "ese" ansiolítico y en dosis altas pueden estar produciendo el efecto contrario al buscado.
      Y volveré a verte Sancho. A Alonso Quijano le metía yo una buena dosis de Sinogan y Haloperidol para frenarle el estado maníaco ("¿Has visto tú, Sancho, un caballero más valiente, fuerte y poderoso que yo, que es capaz de enfrentarse con los más grandes peligros...?); a estos los suelen atar a la cama (que es una práctica perversa, todo sea dicho). Pero claro, nos cargábamos la Novela Por Excelencia; la Novela de las Novelas. Y no quisierea yo, amigo Sancho, verme atacado por toda la horda de exquisitos eruditos por mi atrevimiento.

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