sábado, 20 de febrero de 2016

SIN TITULO




        No me gusta nada la expresión “salir del armario”, por
          mucho que tenga un amigo homosexual. Uno de estos días vi  un titular en un periódico que decía “Los locos salen del
 
armario.” Muchas gracias. Voy a tratar de ser conciso con este
 
tema; tratar de dejar los puntos y las comas en el lugar que les 
 
corresponda; dejarlo lo más claro posible para no tener que
 
andar explicándome a cada momento. Además, dado mi
 
tendencia a la obsesión, repito que repito las cosas.
El nombre que recibe una enfermedad que tengo es “trastorno
 
bipolar”; sé que lo habré escrito en miles de lugares pero es
 
aquí, repito, donde quiero que quede claro de qué va toda esta
 
historia. El trastorno bipolar está caracterizado por el hecho de
 
que la persona que lo padece atraviesa periodos de gran
 
depresión, y, en contrapartida, otras veces, vive épocas
 
puntuales de euforia desbocada. A mí esta última situación
 
sólo se me ha presentado una vez en la vida (de forma aguda y
 
patológica) hace diecinueve años y cinco meses en concreto,
 
pero está dicho por psiquiatras renombrados (y no tan
 
renombrados) que es suficiente con atravesar un solo periodo
 
de manía (nombre con el que se define patológicamente a la
 
euforia desbocada) para que la persona que presenta estos
 
estados sea considerada bipolar. La manía, estado en el que la
 
persona con trastorno bipolar piensa a toda velocidad y como
 
consecuencia no duerme, suele derivar, muchas veces, en
 
paranoia (interpretación disparatada de la realidad): En estos
 
periodos paranoides se produce el hecho de que la mente de la
 
persona afectada por la enfermedad, le hace pensar a esta
 
última que todo el mundo está pendiente de ella; en los casos
 
de bipolaridad, la persona que la padece está en un estado
 
exageradamente optimista. Se piensa que hablan de uno en la
 
tele, o que los vecinos le vigilan y para qué seguir…. Cuando
 
me atacó la manía o euforia hace casi veinte años yo no sabía
 
que era patológicamente bipolar (todos somos bipolares; es la
 
patología la que lo puede mandar todo al mayor disparate en
 
los “subidones”) y también caí en paranoia. Y si anteriormente
 
he dicho “para qué seguir” es porque siento un gran rechazo
 
hacia ese estado psicológico, porque al derivar la euforia en
 
paranoia, mi mente hizo interpretaciones absurdas que me
 
llevaron a hacer el ridículo (aunque no lo sabía dentro de mi
 
euforia) muchas veces. De esto uno se entera tiempo después,
 
cuando baja a la realidad. Ni se me ocurre juzgar a un
 
compañero por encontrarse atravesando una euforia o
 
paranoia. Hay gente que dice que se lo pasa muy bien en las
 
subidas; yo no quiero ni verlas, porque te llevan, repito, a un
 
comportamiento que a mí no me gusta en absoluto y te
 
descalifica públicamente.
Por favor, a la gente que no tiene este problema y por
 
ignorancia estigmatiza e incluso se ríe de las personas que lo
 
padecen (que, de hecho, una vez medicadas se comportan
 
como personas comunes y corrientes, algunas incluso con
 
cualidades de expresividad brillante) le pido un respeto por las
 
personas que están en la situación antes descrita. La paranoia,
 
derivada de una euforia o de la esquizofrenia, es un estado
 
absolutamente insoportable que en algunos casos puede llevar
 
al suicidio (sobre todo en casos de esquizofrenia; en el caso de
 
la bipolaridad es distinto; la persona afectada está en un estado
 
auto-afirmativo, el ego se le dispara y también está
 
mentalmente fuera de la realidad). Y nadie está libre de las
 
irregularidades psíquicas o psiquiátricas… Que sepan pues,
 
que a estos estados puede llegar cualquier persona “normal”,
 
algunas veces vía droga, otras ni se sabe. Conozco a una
 
persona a la que le brotó la bipolaridad pasados ya los cuarenta
 
años. Hasta entonces no se le habían presentado
 
irregularidades psíquicas. En el pasado, para nombrar a una
 
persona con trastorno bipolar, se utilizaba el muy
 
desafortunado término “maníaco-depresivo”, haciendo
 
referencia, con maníaco a alguien que está demasiado
 
eufórico. Alguien que no duerme a causa de ello y que piensa
 
a tal velocidad que llega a hacer “plof” al final. Pero por suerte
 
la psiquiatría cayó en la cuenta de que el término “maníaco-
 
depresivo”, lejos de acercar a la gente “normal” al tema, lo
 
asustaba. Me suena haber escuchado el término maníaco como
 
sinónimo de psicópata, sexualmente enfermizo, peligroso al
 
fin y al cabo. Esa conexión (maníaco con enfermo perverso)
 
era un disparate, y el término “maniaco-depresivo” fue
 
enviado a la papelera de las patologías médicas. En este caso
 
el mal llamado “maníaco” no hubiera cometido otro crimen
 
que el de estar muy disparado interior y hasta exteriormente.
En cuanto a las depresiones, hoy en día, casi todo el mundo
 
sabe lo que son: derrumbamientos anímicos, sin causa
 
psicológica a veces, y en otros casos, producidos por
 
problemas psicológicos que pueden no necesitar tratamiento
 
medicamentoso, o sólo requieren medicina en un periodo
 
breve. Una persona como yo, a la que la bipolaridad se le ha
 
presentado sobre todo en depresiones, puede atravesar meses e
 
incluso años, en los que vivir es muchas veces sufrir, con
 
escasas treguas. Esto no es auto-compasión, pues se ha
 
superado o controlado; aunque con una enfermedad de estas
 
características uno no debe de bajar la guardia, pues puede
 
volver a aparecer alguna crisis de este tipo, aún muchos años
 
después de haber conseguido una estabilidad sobrellevable
 
incluso con alegría; una persona muy cercana a mí, y que
 
padece el mismo trastorno, lleva nada menos que dieciséis
 
años de estabilidad controlada con un regulador del ánimo. Por
 
otra parte, uno puede rozar, como me ha pasado no hace
 
mucho, el ciclo maníaco un día o unos días sin llegar a entrar
 
en una interpretación demasiado desparatada de la realidad. En
 
ese estado la persona está más “lúcida”, más “inteligente” más
 
“amable” e incluso más “ingeniosa” que en un estado llamado
 
eutímico (ni muy arriba, ni muy abajo, lo que se daría en
 
llamar estable o “normal”), pero la persona que está en esa
 
situación, no es, en su estado natural así de “inteligente”, o de
 
“lúcida” o de “amable o de “ingeniosa” o de bella.. En estado
 
natural, esa persona, yo, es alguien vulgar y corriente, que en
 
momentos puede ser brillante y en otros comportarse como un
 
zoquete cascarrabias, y hasta como un imbécil. Esa persona no
 
se considera “especial”; debe de tratar de huir de esa tentación
 
además. Le digan lo que le digan.
Sobre todo porque hay que tener mucho cuidado con el ego en
 
este tipo de situaciones; tanto a la baja como a la alta. Puede
 
no parecer tener relación con esto pero a mí hay una frase que
 
siempre me ha hecho relacionar lo que estoy tratando de
 
explicar con lo que dice dicha frase. El cantante del grupo
 
musical “Siniestro total” dijo una vez que entre lo sublime y lo
 
ridículo hay sólo un paso, que sería un equivalente a la
 
expresión “pasarse de listo”, o “irsele a uno la olla por pasarse
 
de graciosillo”.
          Aunque no todo lo que dice el Dalai Lama es
 
sabiduría (como ser humano y como todos los seres humanos puede
 
llegar a decir tonterías) este hombre dijo una frase básica pero muy
 
universal y muy acertada: “Hay que coger tanta distancia de los
 
halagos como de las críticas destructivas”. Que todos somos
 
humanos y que aquí nadie es más que nadie. Hay algunas
 
cualidades que están sobrevaloradas; por ejemplo escribir “bien” o
 
“bonito". Por mucho que uno lo pueda hacer, eso es sólo una faceta
 
de las miles que tiene la vida y pobre de aquél que por creerse,
 
sobre todo y por encima de todo, artista (y aquí da igual el terreno:
 
escritura, música, cine, pintura, escultura y todas las artes
 
restantes), piense que con eso está todo hecho; por mucha fama y
 
éxito que puedan darle esas cualidades. La teoría del éxito, la del
 
sueño americano, es un error fatal. El éxito consiste en encontrarse
 
bien con uno mismo, digan lo que digan los otros; y por mucho que
 
aplaudan, abucheen, o pasen de largo, hacer depender la felicidad
 
de aquello que llaman “reconocimiento social", es equivalente a
 
comprarse todos los boletos para el primer premio de la frustración
 
y para una bajada de autoestima que puede resultar letal. Porque
 
muchas veces se pierde, pues la gente puede pasar del aplauso al
 
linchamiento en menos que canta un gallo...Y el que no pueda
 
asumir eso, tiene un problema.
     En mi opinión, lo más importante es el amor. Pero no el amor
 
exaltado sino el diario, porque no siempre estamos en condiciones
 
de amar; pero creo que hay que tratar de estar en condición de
 
apertura ante el amor que te dan los demás. El tuyo hacia ellos
 
saldrá sólo y sin darte cuenta, cuanto menos te presiones y si estás
 
tranquilo.

   Última cosa: todo lo que aparece en este texto es, sólo, mi muy subjetivo punto de vista.













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