sábado, 25 de noviembre de 2017

EL ARBOL DE LA ESPERANZA


  Esta mañana me he despertado peor que fatal, con lágrimas en los ojos en pleno hospital. Lágrimas que no he podido esconder ni en el comedor al desayunar. Que piensen lo que quieran. El fin de semana (hoy es sábado) se anunciaba con rayos y truenos en mi interior, y me he preparado para lo peor, sabiendo siempre que la cama no es que sea la última opción, sino que no se contempla en una recuperación y vida rehabilitadora hasta el final. Sólo cuando corresponda (siesta o noche).
  He cogido el autobús, he devuelto un libro, he cogido otro autobús y he tenido la buena idea de subirme a la bici estática, poniéndome mis canciones favoritas en los cascos. El cuerpo empieza a pedir movimiento últimamente y yo se la doy con satisfacción.
  Así, y mientras me iba alimentando naturalmente de endorfinas y pedaleaba a buen ritmo, escuchaba la mejor música para mí y veía por la ventana, un día más, ese magnífico  Árbol, de repente, me he sentido en plenitud. Todo funcionaba y todo era ahora. 
     Ese árbol, ante la lluvia y el viento, centenario y magistral, siempre delante, amoroso y desprendido a mi mirada, ahora sin hojas por ser otoño, (pronto volverá a ofrecer sus frutos), ese árbol que se ha mantenido de pie desde que yo era un niño, contra viento y marea, vientos huracanados, altísimas temperaturas, siempre ahí, constante y diario, precioso, con connotaciones de presente absoluto, es una señal de la esperanza que se mantiene en pie, de que hay algo poderoso en él, que está mucho más allá de lo que mi entendimiento y de lo que cien mil ideas o palabras puedan expresar y hasta comprender en totalidad. Sentir era todo y ese sentir no necesitaba palabras. 
La combinación de los factores ha hecho que ese árbol me diera testimonio de lealtad, esperanza  e incondicionalidad, de seguir siempre ahí, en Silencio. Grande, una especie de naturaleza vegetal humana. Seguimos aquí y podemos contarlo. 
Y eso es Bueno.

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