martes, 9 de mayo de 2017

11 días 12 noches en el Frenopático


   El Domingo de pascua de Semana Santa ingresé inesperadamente en el Hospital Mental de San Sebastián aquejado de una fuerte depresión. Simple y llanamente creí que había retrocedido tres años de evolución y que volvía a años de auténtico infierno; y no estaba dispuesto a pasarlos otra vez. Creyendo que las cosas estaban en ese plan, no quería, pues, vivir más, que es la información que recibió la psiquiatra de guardia por medio de mis palabras desoladas.

   Salvando los modos matinalmente militares de una voluminosa auxiliar, el trato que recibí fue bastante correcto.
   Vivíamos al cronómetro.  Mejor que te levantases hacia las ocho, antes de que una auxiliar te lo ordenara sin pedírtelo por favor nunca; porque también te ordenaba ducharte y hacer la cama, como o por si no lo fueras a hacer sin recibir la orden. Así que yo lo hacía de antemano. Por no recibir órdenes. Para que luego, total, sobrara bastante tiempo. Pues una vez hecha la cama y elegidas las opciones de comida del día siguiente nos encontrábamos en un pasillo, así, en el pasillo, sí, sin más, marchando o quietos,  callados o charlando, hasta las nueve en punto de la mañana. Ni un minuto más ni  un minuto menos. En punto. Los dos primeros días desayuné en planta. Los siguientes en el comedor inferior. A las nueve y media (en punto también) venía el animador físico-manual, para los que quisieran hacer estiramientos y relajación. Yo andaba alrededor del patio. Una hora. No más ni menos. Hacia las once, o subía al taller (pinté mandalas) o leía. Los lunes, miércoles y viernes venía una mujer a afeitarnos. A las y media de cada hora (en punto) zumo para el que quisiera. A las y veinte, fuego para el que fumase. Yo no fumo. Todos los fumadores me dicen que hago bien. Durante la mañana le atendía a uno, en mi caso casi todos los días, el psiquiatra, que me subió el antidepresivo.

   A la una comíamos y a la una y veinte fuego para fumadores. A las dos, en punto, subíamos a la planta. Para el que no quisiera echar siesta había dos horas muertas de pasillo hasta las cuatro. Antes de las cuatro nos preguntaban si habíamos hecho cacas. Una vez me lo preguntaron mientras vieron que estaba en ello, tras abrir la puerta del W.C.. El único fallo gordo quizá. A las cuatro, ala, a merendar, más comer, malta con leche, galletas y bocadillo. Cuatro  y media visitas. Si no podías salir, se quedaban contigo hasta las seis y  media, o posteriormente podías salir, en mi caso con las visitas, durante esas dos horas o hasta "hora cena". Ocho menos cuarto  de la tarde llegar, lo más tarde; y a las ocho cenar. En punto. Ocho y veinte, fuego otra vez para fumadores. Esperar. Siempre esperar. Charlar, mirar la tele, caminar, ojear alguna revista.... Subir a las nueve. Lo has adivinado: En punto. Hasta las diez y media veía la tele, cosa que no hago en casa; pero no había alternativa, pues hasta las diez y media no me daban una medicación sin la cual no me dormiría.

   Salí de alta a primera hora del viernes 28 de abril de allí. Ahora no pienso lo que dije al principio. No he podido hacer las cosas que me propuse  como me las propuse dentro. Es muy diferente vivir y pensar en aquellos condicionantes o en los que tú debes o/y no debes marcarte. De momento vivo. Hoy  lo estoy haciendo bastante bien; respiración y pulso normal, y todo eso... 

      Y eso es todo amigos.

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