miércoles, 31 de enero de 2018

EMULANDO A MOSTERIN


     No se trata tampoco de que yo me crea en posesión de la verdad cuando digo las cosas. Y es que ya me lo decía mi amigo Harvey, psicoanalista en Chicago, cuando nos juntábamos en un restaurante de allí que tenía fama de haber sido visitado de paso por Ava Gardner:

   .---Desengáñate Angel, el concepto de la verdad no existe porque está sempiternamente atado al momento emocional en el que se supone que se esgrime. Lo que se esgrime nunca es la verdad, sino una interpretación edificante de las cosas cuando el estado de ánimo es alto, o una interpretación negativa de las cosas cuando uno se arrastra cual culebra por  el lodazal de la moral. Mientras en el avión en el que nos sitúa la felicidad vemos las cosas muy por encima y confiados (los que no tengan miedo de ser felices en avión, claro), cuando culebreamos por los suelos hablamos del mismo tema pero diciendo lo contrario de lo dicho en las alturas.


      Cuando le cuento estas cosas a Helen sentado en el sofá de una habitación de motel de cualquier lugar que elegimos para ir pasando el tiempo, ella, siempre erguida sobre sus enormes zapatos de tacón negro y mientras se pasea de un lado a otro con el cigarro entre los dedos, y  dando, de cuando en cuando, lentas caladas a este, me mira y me dice:

----Puf, tú no tienes remedio. La verdad soy yo.

La verdad es que no sé por qué me dice eso, pero ahí hay mensaje encerrado, porque Helen es Catedrática en la Universidad de Harvard y no dice las cosas por decir...

Claro que si Harvey tenía razón, entonces ni la mismísima Helen puede tenerla. El problema es que Harvey también tenía sus estados de ánimo y cambiaba de opinión, porque tonto no era, y tal  y como decía Voltaire, sólo los idiotas no se contradicen tres veces al día...

Por tanto mejor pensar que la verdad es lo que pienso yo y que Freud nos de las vueltas a todos de una puñetera vez...



   

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