viernes, 10 de junio de 2016

EL ENEMIGO CRIMINAL EN MI INTERIOR


HELP! I NEED SOMEBODY!

        Tengo en mi interior a un gran tirano. Ese tirano me castiga por mi falta de coherencia entre lo que digo que voy a hacer y lo que luego hago, cuando, obviamente, ambos no coinciden. Ese tirano no perdona. Ese tirano hace acto de presencia siempre que ve la ocasión. Siempre ve alguna razón para descalificarme. Pero no se conforma con fustigarme. Me paraliza si ve en mí, miedo a paralizarme. Aprovecha entonces para multiplicar mi miedo y dolor; dolor, sí, pues el miedo es angustia en estado puro. Me mete tanto, ¡tanto miedo ante la menor alarma de ridículo que yo sienta que pueda hacer ante otros y ante mí mismo....! ¡Tanta tormenta me lanza...!! Me insulta. Me llama cobarde. Me dice que deje de compadecerme, que no llore como un niño.
     
        Me dice que todo lo hago mal. Que nunca espabilaré. Me destruye y me deja sin fuerzas.
    
     Luego otros toman el relevo. Me explico: Tengo un compañero que acaba de ser ingresado en el psiquiátrico. Cuando a ese compañero le decían, antes de la derrota en  ingreso, que dejara de compadecerse, que dejara de pensar en lo que pensaba, que tirase para adelante, que así no iba a ir a ninguna parte, como si lo que le decían formara parte de su voluntad y él fuera tan tonto de no hacerlo sabiendo que con eso se liberaría del mal, los que se lo decían, no sabían que mi compañero no podía. Me da igual si no podía porque había en él un fondo inalcanzable que no quería, porque en un fondo perverso algo en él no quería salir del agujero. Culpar y juzgar y señalar y dar consejos en forma de órdenes es muy habitual.
   Tan habitual que mi tirano cogió prestadas las culpas, juicios y órdenes violentas de otros para SER como hay que SER, y comenzó a formar parte de mí. En esta última semana he visto el horror  y todo el infierno en mí mismo. Mi tirano me dice que esta mañana ya he hecho el ridículo dos veces. Que esta semana la he petado ganándome enemigos. Me golpea violentamente por ello.
     
        Mi tirano, al despertar, me recuerda todo lo que hice mal el día anterior, me pilla desprevenido y me azota interiormente como castigo por haberlo hecho mal todo. El tirano me ha hecho, repito, esta última semana, horrorizarme ante mí mismo. Me maximizaba mi incoherencia, mi anormalidad; me la recordaba, me la recuerda, y por dentro, no deja de hacer perversas aniquilaciones a la esencia de un ser que sólo quiere ser manso y feliz. Pero el tirano me ha dicho que no lo soy, que no valgo, que meto la pata, que soy un desastre, que estoy haciendo el ridículo, que todo el mundo piensa que soy un pobre hombre, y me remarca, que, de hecho, lo soy.
         Muy bien, pero yo, yo limitado en mi incoherencia e incomprensión no debo de tomar los mensajes del tirano para destruirme más. Para autodestruirme: Ni siquiera a los que confirman lo que el tirano dice.
       Yo me perdono, yo me dejo ser el más inútil, inepto, ridículo, contradictorio e incoherente ("dijiste que no ibas a publicar más y ya estás publicando, eres un mimoso", se cuela el tirano aquí acompañando a voces despectivas pasadas, voces sociales que no aceptan imperfección, voces de adolescentes que se burlaban de mí y que reaparecen en pesadillas con maliciosas y crueles sonrisas despectivas, y que el tirano hace suyas) de todos los individuos. Yo no quiero despreciarme aunque el tirano me diga que todos me desprecian. Yo no quiero que los demás me mimen, quiero mimarme yo.
     Yo  quiero paz con el tirano que ahora mismo me descalifica llamándome "llorica". Yo quiero sentir el dolor del tirano y acogerlo en mi seno, en paz, aunque tenga razón; yo no puedo permitir que un dictador implacable y despectivo tome el control de mi persona. Yo estoy y soy con un vientre que se quema en ecos psicosomáticos provocados por un dictador social interno que hace interpretaciones negativas constantes hacia mi persona. Y no se cansa y  parece querer seguir hasta mi derrota final en el infierno sin fin.
     Yo debo de amar al tirano aunque me diga que soy asqueroso. Yo debo de sentir la música y ser uno con el tirano. No lo destruiré, pues en violencia y a malas me convertiría, en lucha contra él, en un energúmeno que pierde los papeles, y con ello, la paz. Yo no me voy a defender, tirano.
     Y en paz pretendo estar con el tirano aunque me diga que estoy acabado. Quiero mirarle y escucharle, sin defender mi orgullo herido, sin rechazarlo, sabiendo que mi negatividad, representada en él en quintaesencia, no irá acompañada de mi combate y lucha (términos de semántica guerrera que crean una guerra mayor en mi interior, y cuya violencia irá pidiendo más violencia, cuya ansiedad en pelea ansiosa y tensa aumentará mi ansiedad y tensión).
      Bienvenido seas a mi hogar. Cojo mi andador psicológico, que es la palabra en conexión con el otro y camino con palabras a paso lento, sintiendo ya la brisa de mi dolor sentido que bordea mis ojos en lágrima, y aceptado ya, mientras escucho música que con palabra amansa mi ser y se hermanan al tirano, que, viéndose aceptado, deja de pelear conmigo.


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