sábado, 27 de agosto de 2016

LLEGARAS MUY CERCA (1)



Y SIEMPRE LLEGARAS A NADA

UNO

      Cuando el 29 de mayo de 2016 comencé a escribir este libro, estaba escuchando al grupo de pop-rock Coldplay y por encima del ordenador y a través de los cristales de los ventanales de la sala donde estaba, veía la montaña o colina de Igueldo, de la ciudad de San Sebastián. Era un día apacible, soleado y tranquilo aunque yo todavía no había salido a la calle para comprobarlo a cuerpo. En quince minutos me tenía que vestir de calle, pues estaba vestido con un chándal que sólo uso para andar por casa. En la calle y cerca de mi portal esperaría mi novia, e íbamos a visitar a una amiga de 86 años, que es simplemente genial. Todas las perspectivas eran bien agradables y se me estaban acercando las seis de la tarde de aquel 29 de mayo. Hora en la que había quedado con S., novia (13 años haremos en octubre). Sin ella no estarías leyendo esto, si hay alguien ahí.
   
Escuchaba la suave voz de Chris Martin acompañado instrumentalmente por música electrónica pero no por ello agresiva sino suave como la voz, a veces demasiado melancólica, pero no por ello desagradable, de Martin.
    
 A través de la ventana de la sala de casa, donde escribía en mi ordenador, veía el sol y las verdes montañas sin levantarme y sólo elevando los ojos por encima del Personal Computer (de los cojones; uy ostia perdón). Me levanté del sillón que me enfrentaba al ordenador (era una silla, para ser honesto), aparté la cortina de la parte derecha del ventanal al máximo, y observé el mar en toda su extensión, el famoso peine de los vientos y en la parte del monte colindante con la zona marítima, veía las casas que rodean a la carretera de la subida al monte Igueldo, por el lado del faro de San Sebastián, por el lado por donde se va directamente al parque de atracciones. Parecían casitas de juguete que me traían buenos recuerdos. A través de la carretera que había entre ellas, solíamos subir en bici de carreras unos amigos hace mil años, siendo chavales de 14, 15, y 16 años. 
       
Cuando yo subía en mi bicicleta por aquel lugar, me creía Perico Delgado (gran ciclista de aquel tiempo). No sabía por entonces ni lo que era el ego, ni el narcisismo, (muy afortunadamente tampoco sabía en que consistía el nombre "Freud", cuyas ideas fueron una estafa en mi experiencia), ni creería saber (pero lo sabía) que había que ser victorioso en esta vida (según me informaron "criminalmente" personas muy cercanas demasiadas veces, en la niñez, en la adolescencia y hasta los veinte años, en los cuales mi mente dijo basta,  hasta que me di cuenta de que se podía vivir sin ese triunfo; me tocó escuchar hasta entonces la palabra "triunfar" más veces de lo necesario para mantener cierta sensatez).

Según un círculo familiar a quien quiero mucho, en la vida HABIA QUE triunfar. Y como yo ERA un buen niño y TENÍA QUE seguir siéndolo, me puse a obedecer, con fatales consecuencias. Ahí se empezaron a gestar problemas de conciencia que ahora trato de arreglar. Pero la culpa no fue sólo  de ese círculo familiar; esa culpa se reparte bastante, conmigo como elemento activo, entre otros. Yo lo que veía era que a los victoriosos, la gente los admiraba y aplaudía y yo me veía subido a un podio, admirado y aplaudido. Pensaba que no habría más gloria que aquella.
     
Confundía aplausos con amor. García Márquez decía que él escribía para que le quisieran. Sabiendo lo sabio que era, estoy (casi) seguro de que ese comentario consistía para él en una diabólica ironía; que él no pensaba eso; que él sabía que el amor de la masa (fama) era mucho más peligroso, artificial y voluble que el personal, que muchas veces roza o abraza directamente lo incondicional, y ES el que realmente vale, el que se siente de veras, en mi opinión.
         
CONTINUARÉ NO SÉ CUANDO.....  (ESTOY MUCHO MEJOR, que diría David Foenkinos)

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