miércoles, 30 de septiembre de 2015

LA MONTAÑA RUSA EN UN DIA


Este día sucedió tal como se cuenta; hace mucho tiempo que no me siento así.
 

Para G.B, amigo, santo Job, y héroe personal.

Y para los pesimistas y deterministas ,a cuyo grupo he pertenecido yo durante X días, semanas  y hasta años.
 

              El tres de abril de 2014, al individuo que salió de casa de su novia a comprar un bocata (no estaba en condiciones de cocinar, ni de ir a casa de sus padres), las cosas más naturales, filtradas por su interior desvirtuado, le parecieron perversas.

Sin ir más lejos, cuando eran las dos de la tarde, tenía la impresión, nada menos, de que el abismo se caía sobre la calle (Si es que esto fuera espacialmente posible, que no lo parece). El clima presentaba una cara monstruosa. Camino de la cafetería donde iba a comprar el bocata, y siempre según él, no era sólo que no hubiera sol, es que parecía que se acercaba el fin del mundo; el fin más absoluto y sin esperanza alguna; le parecía que estaba a punto de caer un diluvio universal creado por el mismo demonio; y vio y sintió un cielo oscuro, con contrastes perversos y malignos, sí, había maldad en el viento y en el cielo, y sentía también como si la naturaleza se mostrase despiadada con esos árboles que se movían de un lado a otro, con ese viento que impedía avanzar; las caras de la gente parecían todas, todas, tan viles…

Llegó a la cafetería y entró a comprar el bocata; y aquello pretendería ser un refugio, pero qué refugio más lamentable: La luz misma parecía estar a medio gas y había un camarero al que las palabras gracias, un momento por favor, qué quería, le debían de parecer demasiado empalagosas; y así las cosas, el camarero le preguntó a nuestro amigo, casi de mal humor, que a ver qué quería (no dijo qué coño quería pero el tono se parecía mucho al tono prepotente de esa expresión); el individuo pidió su bocata…

Mientras el bocata estaba siendo preparado, llega a sus manos un periódico guipuzcoano, que se congratulaba sin mucho disimulo del aparente fracaso absoluto de la coalición gobernante en la ciudad de San Sebastián, a la hora de preparar la capitalidad europea de dicha localidad en 2016; responsabilidades y demás; y todas las noticias le parecían hechas con intención de herir cualquier mínima sensibilidad; tanto como la misma calle, que volvió a observar nuestro amigo desde el bar, ya que parecía que ésta iba a explotar en el vacío, aunque ni una gota caía. Mientras hojeaba el periódico, se sentía un extraño en sí mismo, un fiasco de persona, un fracaso con patas al que las páginas le observaran con subjetivo e impropio estupor y se iba llenando de asco, probablemente el que él mismo tenía por todo lo que se le presentaba delante de sus narices en ese momento.

Y en el bar ve a dos antiguos compañeros de un equipo de fútbol; 16 años tenían en aquella época; han pasado 26 años; Dios mío, el tiempo es también, le parece, cree, perverso; están tan viejos, qué fue de sus sueños, y cómo le verán a él, que tanto ha engordado; ni les saluda; nunca hubo relación: Llega el bocata a la barra del bar, metido en una especie de bolsa de papel minúscula. No, eso no era una bolsa. El camarero la señala y dice en voz alta el precio, casi sin mirarle. El individuo que había salido a comprar el bocata le pide al camarero, con el poco valor que le quedaba ya, sólo una bolsa por favor, mientras paga y recoge las vueltas; pero el camarero vuelve a señalar el paquetito con la barbilla como toda despedida. El cliente parece no tener nunca la razón. El individuo se va. Vuelve a casa de su novia, caminando dolido por la calle desolada y violenta de las dos y cuarto de la tarde. Ya en casa y después de lo que le ha parecido toda una expedición a un más allá infernal, nuestro personaje, entonces sí, se derrumba, cae en otro día de derrota y llora, llora a gritos, desde lo más adentro, desde la sangre que siente congelada en sus venas, todo fuera, todo; y por fin cae rendido en la cama.

Casi sin transición, a ese individuo se le cambia el ánimo hacia las cuatro y cuarto de la tarde; se siente bien. Nuestro amigo se reúne por la noche, en un bar cuyo nombre omito, con tres chicas y un chico; y ahí todo es agradable (Que viva la montaña rusa, sin tiempo para asimilar ni analizar nada); se piden hamburguesas, el chico y ellas cervezas; la conversación es animada, el mundo es otro, la vida siguiente a la que se vivió ese mismo día de dos a cuatro de la tarde. Las luces brillantes del bar, la música y la risa fácil producían momentos de auténtico bálsamo anímico. Al individuo le hacen una pregunta curiosa, mejor dicho una petición; y éste, que es un escaparate abierto, cuenta todo entre risas; no tiene ninguna gana de estropear el buen momento, no son risas cínicas en absoluto, sino risas liberadoras, risas cálidas, ironías y bromas rozando el sarcasmo sano; y cuenta, sí, lo que viene sucediéndole desde hace más de dos meses. Y lo que se ríen entre todos. No lo hace queriendo. Sale así, se siente bien, seguro, tranquilo, porque la promesa apocalíptica del cielo del mediodía se había convertido en compañía cariñosa y acogedora. Y qué bien estuvieron. Y qué curiosa la vida. A los depresivos no me hace falta explicarles cómo se levantó al día siguiente nuestro personaje.

La vida sigue después, a cada segundo; y nosotros, nosotros hacemos lo que podemos…



Bataren atzetik bestea, egun multzoa, eta horri, jendeak deritzo bizitzea, ta zeatik deritzo bizitzea?” Joxe Mari Iturralde.

"Uno detrás de otro, un montón de días; y a eso la gente le llama vivir, ¿Y por qué le llama vivir?"·

Letra de Joxe Mari Iturralde en una preciosa canción (by by gizontxo) de Ruper Ordorika. Merece la pena ser escuchada.







1 comentario:

  1. El bar se llamaba Joxe Mari, a cinco minutos de la casa del protagonista. La gente que estaba con él recibía el nombre de María, Edurne, Patricia y Oier. Kontxi, lástima, estaba en Paris. Les debo mucho, además de aquel anochecer agradable.

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