La señora Vélez entró en la conversación de una
forma que sólo puedo calificar de impertinente:
--Es que claro, con todos los respetos para el
sufrimiento de este señor –qué raro se me hizo que me dijeran
“señor” a mis veintitantos años—quién sabe si dejó de estar
deprimido por el efecto de la medicación o porque se convenciera de
forma inconsciente e intensa, de que con esa medicación él estaba
salvado.Podría ser una sugestión, ya digo, que entrara directa
y poderosamente a su parte consciente por medio del subconsciente;
una sugestión que nada tuviera que ver con la medicación en sí,
sino provocada por ejemplo por la muestra de convencimiento de su
psiquiatra, quizá alguien en el que él creía ciegamente cuando le
recetó el litio, una sugestión poderosísima que le hiciera creer
que el medicamento le curó, lo que le hubiera ayudado a afrontar sus
conflictos con mayor acierto y menos sufrimiento y con ello se
sintiera psicológicamente salvado, en fin sería otro caso que
viniera a demostrar el poder de la mente y no de la medicación—la
señora Vélez terminó con cara de satisfacción, y el psicólogo
Luis asentía vehementemente con repetidos movimientos de cabeza como
diciendo “eso es, eso es”.
Y yo me enfadé.
--O sea que todo es mi imaginación ¿no?
--Podría serlo, pero no tu imaginación consciente sino aquella que no controlas. No sólo la imaginación sino fuerzas de tu subconsciente que tú no has conseguido controlar.
--Podría serlo, pero no tu imaginación consciente sino aquella que no controlas. No sólo la imaginación sino fuerzas de tu subconsciente que tú no has conseguido controlar.
Me estaba empezado a tocar las narices la de veces que
repetía esta mujer la palabra “subconsciente”. Parecía apoyar
todos sus argumentos en el significado que ella daba a la palabra.
--Pero bueno, esto ya es el colmo—entró por fin
tronando José Esteban por el que por primera vez sentí una leve
simpatía, pero que duró poco— Hay muchos estudios de psiquiatría,
muchísimos, estudios científicos y verificables y sobre los que
sería muy difícil extendernos aquí, sobre todo por falta de
tiempo, que están legitimados y apoyados por eminentes autoridades
médicas de muchos países, que demuestran que ni la imaginación
(perdone señora Vélez, pero me parece imperdonable que haya
utilizado ese término en un problema tan grave) ni la fuerza de
voluntad tienen nada que ver o que hacer contra la depresión. Menos
todavía deberían meterse en estos temas tan delicados ciertas
teorías seudo místicas con pretensiones de omnipotencia. He estado
escuchando muchas cosas y unas cuantas me han parecido
irresponsables. La depresión con mayúsculas es una enfermedad
psiquiátrica, y como tal incumbe sólo a la psiquiatría –aquí
miró un momento al psicólogo posando luego sus ojos en los de la
presentadora--; la psicología, con todos los respetos para este
caballero que la ejerce —mirándole de reojo ahora-- puede servir
para arreglar problemas de tipo familiar o doméstico; la psicología,
en fin, no debería entrar para nada en temas como este, cuyo origen
y tratamiento sólo puede ser bioquímico. Y es bioquímico en la
gran mayoría de las depresiones. El yo y el no yo, el subconsciente,
el afán por las psicoterapias interminables, las energías y
fuerzas, la analítica estéril, toda esa palabrería, esa red de
conceptos abstractos, no sirven más que para enredar la mente de los
pacientes (ya bastante enredada) y empeorar la situación; he tenido
muchos casos en mi consulta de gente que venía empachada de
psicoterapia, hecha un lío, y que en cuanto vieron que la medicina
funcionaba, comenzaron a olvidarse de si su yo consciente e
inconsciente representaban X, o de si su yo ideal contra el real les
hacía creer que bla bla bla, en fin, para qué seguir...
“Señores, estamos hablando de algo muy serio, como
para aumentar las dificultades con ese tipo de enfoques. La
psicología puede ser útil para asuntos triviales, pero enredar en
la mente del paciente, repito, sólo empeora las cosas. Vamos
oiga—mirando ya directamente a Luis Miguel, alias Luis—¡que me
diga usted que todo es cuestión de voluntad y de enfrentarse a los
problemas, y eso de que es cómodo hundirse sin luchar! Pruebe usted
a luchar dentro de un agujero oscuro y cerrado con llave. Pruebe
usted si es cómodo quedarse ahí para no afrontar problemas ¿O sea
que sus pacientes son masoquistas? Y no salen del horror por vagos
¿no? Buena manera de ayudarles diciéndoles semejantes disparates
-terminó diciendo Esteban casi con ira, como si el asunto le
afectara personalmente. Acababa de ganarse dos enemigos de golpe, si
no se los había ganado ya; Vélez y Luis Miguel-Luis.
--Este es el gran problema de hoy en día en estos
temas, la prepotencia ideológica de ciertos psiquiatras...--empezó
diciendo el psicólogo.
--Por favor, pido un poco de respeto, sin
descalificaciones gratuitas.
--Señor Esteban, no me interrumpa, yo le he dejado terminar –ya muy ofendido—Y para descalificaciones las suyas. Usted se erige en único salvador que no acepta colaboraciones y de paso se carga de golpe años de serios estudios psicológicos poco menos que diciendo que la psicología no sirve para nada.
--Señor Esteban, no me interrumpa, yo le he dejado terminar –ya muy ofendido—Y para descalificaciones las suyas. Usted se erige en único salvador que no acepta colaboraciones y de paso se carga de golpe años de serios estudios psicológicos poco menos que diciendo que la psicología no sirve para nada.
--No he dicho para nada.
--Prácticamente.
Mucha tensión en el plató. Mucha. Yo me empecé a
sentir realmente incómodo. Por unos segundos la cara del psicólogo
era un poema de rabia y enfado; aunque enseguida debió de recordar
que estaba en público y compuso un rostro de severidad tranquila,
por aquello de las formas elegantes. La cara de Esteban rezumaba una
ira contenida, también por unos segundos, pero enseguida también
trató de mostrar por medio de su rostro algo parecido a la
invulnerabilidad. Estaban los dos de morros, pero intentando guardar
la compostura mientras Vélez mantenía una sonrisa tensa y ambigua.
--Bueno, bueno, por favor –entró esta última—me
gustaría que pudiéramos reconducir el debate por terrenos algo más
consensuados, y si no se pudiera por discrepancias de tipo ideológico
o teórico, al menos no enconarnos en la animosidad.
--O sea que la moderadora ahora es usted ¿no?—dijo
Esteban, comenzando a perder casi todos sus papeles.
--Mire señor Esteban: usted puede ser un eminente
psiquiatra pero no le aceptaré ninguna falta de respeto. Yo no le he
faltado, así que no se comporte infantilmente. Por favor, seamos
civilizados; creo que todos estamos perdiendo un poco, o un mucho,
los nervios. Vamos señores, que en el programa anterior a éste, en
el debate de los niños, ellos lo han hecho mucho mejor que nosotros,
desde luego en cuanto a las formas.
--Ahora nos quieren dar clases de buenas maneras, no te
jode—dijo por lo bajo Esteban mientras se tapaba el micrófono con
la mano y me miraba, no sé por qué, a mí. Por suerte para la
calma general, Vélez no le oyó y continuó.
--No sé si se dan cuenta de que nos estamos haciendo un
flaco favor a nosotros mismos, pues aunque tratemos a nuestros
pacientes de formas muy diferentes, también hay que decir que muchos
de ellos (pacientes de los cuatro, porque conozco también sus
trayectorias) han salido adelante cada uno con un método y
tratamiento diferente. Esto nos dice que no hay una única solución
absoluta y que unas teorías no tienen por qué excluir a las otras; a
cada persona, debido a sus especiales características, le puede
sentar bien un tipo de camino diferente al de otros, y hay que
respetar el tratamiento de cada especialista aunque cada uno crea que
su tratamiento es el más acertado. Creer que alguien pueda tener la
razón absoluta, la llave única de la curación, no tiene sentido
en este caso tan complejo en sus enfoques.
Bien, pensé, aunque se está contradiciendo con su
aparentemente firme convicción inicial, por fin la mujer de la
autorrealización dice algo que me parece muy razonable y lanza algo
de aire fresco al bochorno del debate. La presentadora interrumpió
mis pensamientos con lo que sigue:
--O sea que, si no he entendido mal, el que haya
diferentes enfoques y diferentes tratamientos al mismo problema no
quiere decir que alguno tenga que ser totalmente ineficaz o que
exista un único modo de solución— concluyó la presentadora.
--Exacto—respondió Vélez.
En realidad no le hicieron ni caso, pues los restantes
invitados, menos yo, que permanecía callado por timidez y que ya
empezaba formar parte del decorado, siguieron erre que erre con el
tema de los orígenes.
--Bueno –entró de nuevo en faena el psicólogo Luis
Maiz-- pues si hemos de continuar con el tema que nos ocupa y con
aquello sobre lo que parece que no nos ponemos de acuerdo, yo querría
apuntar (y esto está probado y escrito en los principales libros de
la psicología moderna) que a día de hoy no se ha descubierto ningún
cambio fisiológico que preceda invariablemente a la depresión. De
manera contraria a este caso, tenemos que una deficiencia de vitamina
C, sí que precede al escorbuto y no al revés.
"Y repito, una vez más- qué pesao- diga lo que diga el señor Esteban, a día de hoy, no se ha descubierto ningún cambio fisiológico que preceda a la depresión, siendo pues, ésta, una creación de la mente como un mecanismo de defensa ante las dificultades. Por poner un ejemplo cotidiano, el hecho de que algunas personas se depriman un poco tras pasar una gripe no indica que la gripe sea la causa principal de dicha depresión pues hay otras muchas personas que no se deprimen tras padecerla. Por lo tanto el origen fisiológico queda descartado y es el señor Esteban quien se mete donde no le llaman.
"Y repito, una vez más- qué pesao- diga lo que diga el señor Esteban, a día de hoy, no se ha descubierto ningún cambio fisiológico que preceda a la depresión, siendo pues, ésta, una creación de la mente como un mecanismo de defensa ante las dificultades. Por poner un ejemplo cotidiano, el hecho de que algunas personas se depriman un poco tras pasar una gripe no indica que la gripe sea la causa principal de dicha depresión pues hay otras muchas personas que no se deprimen tras padecerla. Por lo tanto el origen fisiológico queda descartado y es el señor Esteban quien se mete donde no le llaman.
--El
hecho de que no se haya descubierto verazmente ningún cambio
fisiológico que preceda a la depresión no indica que no lo haya –le
respondió Ana Alonso, la psiquiatra-- Porque entonces, lo que no se
ha descubierto, según usted ¿No existe? A principios del siglo XIX,
no se conocían muchísimos fenómenos científicos y biológicos que
luego se han descubierto, y que ya existían siglos atrás ignorados
por el hombre; y gracias a esos afortunados hallazgos posteriores, se
ha podido llevar a cabo la curación de numerosas enfermedades.
Miré directamente la cara del psicólogo, mientras la
Sra. Alonso decía estas últimas palabras. Se puso alerta, parecía
sentirse pillado, en su rostro había una leve señal de alarma
después de haber mostrado durante todo el debate una actitud de
quien pretende saber lo que dice y quiere demostrar que pisa fuerte
en esta vida. Tras esos segundos, y de inmediato, recompuso de nuevo
su rostro con una expresión muy seria, pero esta vez intentando
reforzarla ambiguamente con una muy forzada sonrisa de forma
aparentemente tierna para decir:
--A ver, usted quizá me ha interpretado mal porque...
--Joven –entró en escena la visceral voz de Esteban-
le ha interpretado, le hemos interpretado, perfectamente –lo dijo
enfatizando las sílabas en un per-fec-ta-meen-te. --- ahora no
esconda la mano. Y por otra parte sí que se han descubierto cambios
fisiológicos antes de la depresión y como origen de ésta, vaya si
se han descubierto; sí, y no me mires con esa cara de escéptica,
Ana, tú deberías saberlo mejor que nadie. Se dice que no se ha
avanzado nada en psiquiatría. Mentira. Miren todos los libros y
estudios de los últimos años y díganme si no se ha avanzado y no
se han descubierto cosas esenciales; y se ha trabajado mucho en el
terreno que hoy pisamos. ¡Por favor, no se pueden hacer afirmaciones
tan gratuitas!
--Esta visto que no voy a poder hablar –dijo Luis—si ustedes me interrumpen y quieren interpretar las cosas según sus intereses y me dicen que...
--Perdóname Luis—esta vez la que le cortó fue la presentadora-- y me da muchísima pena, de verdad lo siento mucho, muchísimo; repito, es una pena tener que interrumpirte ahora y tener que dar por finalizado el debate en este punto; pero es que el tiempo se nos ha agotado ya hace unos minutos y me hacen señas de que debemos dar paso a otros contenidos de la programación. Son cosas de la televisión y sus diversos contenidos, del directo que no se puede programar, como decimos siempre, pero no deja de ser realidad. Lamento que este debate no se haya podido desarrollar más ampliamente, aunque de todas formas, intentaremos volver a abordar este tema, con los mismos invitados, en otro programa, pues veo que se han quedado cosas importantes colgando. Por lo tanto quedan ustedes cinco, invitados para reiniciar este debate en nuestro plató en próximas fechas.
“Así pues queridos telespectadores -mirando ya a cámara de frente- ha llegado la hora de despedir a nuestro “abejorro” de esta semana. No olviden que les esperamos la próxima semana, el Jueves a estas mismas horas, quiero decir, no a esta hora –se empezó a hacer un pequeño jaleo verbal- las 23 horas en este momento, sino a las veintidós horas. La próxima semana hablaremos del papel de la ecología en el siglo XX. Les espero aquí el jueves, ya lo saben, no nos fallen, y gracias por su atención.
--Esta visto que no voy a poder hablar –dijo Luis—si ustedes me interrumpen y quieren interpretar las cosas según sus intereses y me dicen que...
--Perdóname Luis—esta vez la que le cortó fue la presentadora-- y me da muchísima pena, de verdad lo siento mucho, muchísimo; repito, es una pena tener que interrumpirte ahora y tener que dar por finalizado el debate en este punto; pero es que el tiempo se nos ha agotado ya hace unos minutos y me hacen señas de que debemos dar paso a otros contenidos de la programación. Son cosas de la televisión y sus diversos contenidos, del directo que no se puede programar, como decimos siempre, pero no deja de ser realidad. Lamento que este debate no se haya podido desarrollar más ampliamente, aunque de todas formas, intentaremos volver a abordar este tema, con los mismos invitados, en otro programa, pues veo que se han quedado cosas importantes colgando. Por lo tanto quedan ustedes cinco, invitados para reiniciar este debate en nuestro plató en próximas fechas.
“Así pues queridos telespectadores -mirando ya a cámara de frente- ha llegado la hora de despedir a nuestro “abejorro” de esta semana. No olviden que les esperamos la próxima semana, el Jueves a estas mismas horas, quiero decir, no a esta hora –se empezó a hacer un pequeño jaleo verbal- las 23 horas en este momento, sino a las veintidós horas. La próxima semana hablaremos del papel de la ecología en el siglo XX. Les espero aquí el jueves, ya lo saben, no nos fallen, y gracias por su atención.
Musiquilla y créditos finales. Al
terminar el programa los especialistas dejaron de hablar de golpe y
cada uno fue por su camino.
Ni que decir tiene que no hubo oportunidad de reanudar
el debate (“ya saben, el mundo televisivo, el poco tiempo del que
disponemos a veces para poder hablar en profundidad de tantos y
tantos temas que preocupan hoy día a la sociedad y al hombre y a la
mujer modernos; en fin a nosotros nos encantaría poder dar cobertura
a todos los temas pero…)
Para rematar todo esto de forma radical, resultó que a
las dos semanas, el programa al que acudimos, esto es, nuestro
interesantísimo programa “El Abejorro”, fue eliminado de la
programación por los bajos índices de audiencia. En concreto, el
programa sobre la depresión tuvo una escasísima audiencia pues la
gente a esas horas no estaría por la labor de aguantar rollos
psiquiátricos y psicológicos. Lo que quiso ser un serio debate se
quedó en el aire de la compulsión televisiva, y nunca pudo
reanudarse con las mismas personas, las cuales siguieron ejerciendo
su profesión diligentemente como si tal cosa.
Así que ahí quedó la historia.
Este debate nunca tuvo lugar. Mi única medalla es decir que hay gente que creyó que este debate se dio en la realidad; pues no; lo compuse recordando a cada tipo de psicoterapeutas por los que fui tratado, y poniéndole a cada uno de ellos un nombre distinto. También me documenté en libros sobre el tema. Cada libro decía cosas distintas. La burrada de relacionar la deficiencia en la vitamina C como precedente de Escorbuto, para decir que al no haberse descubierto cambios fisiológicos previos a la depresión y por tanto no había origen fisiológico la leí tal cual en un libro. La persona que lo escribió si ejerce como psicólogo/a, debería de ser suspendida de empleo durante un año; a mi parecer.
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