Yo no sabía si reír o llorar ante lo que había estado escuchando. Recordé fugazmente lo que mi doctora me dijo una vez en uno de mis primeros ingresos en el psiquiátrico. En medio de una de las largas conversaciones que mantuvimos, le solté de sopetón: “Y cuando salga de aquí, igual, igual hasta estudio psiquiatría para saber qué leches os traéis entre manos” Ella dijo con aire tranquilo y sonriente (como riéndose de su ignorancia, de la mía y de la del resto de los humanos): “Si tú estudiaras psiquiatría, después de todos los estudios y aunque ejercieras posteriormente, te darías cuenta de que no sabes nada de nada.” En cuanto lo dijo y al ver mi cara perpleja y descompuesta debió de darse cuenta de que no debía haber dicho eso a alguien que buscaba desesperadamente una mínima certeza a la que amarrarse para salir de su desastre, pues enseguida hizo un nervioso y tenso amago de rectificación, con una frase breve que pretendía desdecirse de lo que se le había escapado. Digo que se le había escapado porque estoy seguro de que ella creía en lo primero que me dijo, ya que el tono de la frase que lo rectificaba era muchísimo más tenso y menos convincente que cuando dijo lo de “te darás cuenta que no sabes nada de nada”. Y es que eso es lo que me parece a veces, más veces de las que me gustaría, aún sin haber estudiado psiquiatría al final.
No tengo ni idea de quién hizo la selección de los cuatro expertos pero parecía ser alguien con bastante mala leche y con ganas de que se crease una confusión espectacular. No se explica de otra forma el hecho de que las cuatro personas invitadas (gente que trataba a otra gente con problemas muy graves y comunes) tuvieran puntos de vista tan diferentes y en algunos casos diametralmente opuestos sobre el mismo tema, del que además decían ser especialistas. Y esto, quien lo organizó, lo sabía, y sabía lo que podía provocar, estoy seguro. Quizá, pensó, venga, un poco de polémica no vendrá nada mal para dar chispa al soporífero tema. Por si esto fuera poco, en sus presentaciones, los cuatro especialistas, en vez de ser escuetos y observar la situación general de los interlocutores antes de entrar en opiniones serias, para luego amoldarse de una forma flexible al tono del debate y a la situación, entraron a matar directamente, cada uno con su singular discurso que excluía a los demás. Parecía que iban por libre, como si no estuvieran en un debate. Esto explica por qué posteriormente la tensión fue creciendo progresivamente más y más en el toma y daca.
La situación no dejo de darme pena, pero era un exponente de lo que me había ocurrido en mi recorrido por todo tipo de matasanos. Muchas ideas diferentes, muchas sugerencias y afirmaciones opuestas entre gente “muy profesional y reconocida”. Al final, mucha confusión general.
La pena aumentó al darme cuenta de que yo estaba completamente de sobra en aquel debate. Pues ¿qué iba yo a aportar ante gente que decía saberlo todo? (aunque no tanto la tal Ana Alonso, que, repito, me convenció bastante antes de su desfase final.) No entiendo para qué me invitaron, pues mi experiencia, por lo que pasó luego, parecía no interesarle demasiado ni a la presentadora ni a los demás. Pero de algo estaba seguro: esa gente no tenía ni idea de lo que era padecer una depresión internamente salvaje, cruel y prolongada en carne propia. En fin, hasta hubo un momento en el que tuve un impulso interno que me decía: “Lárgate de aquí. Esto es otra encerrona televisiva que no sirve para nada” Afortunadamente no lo hice y aguanté con relativa dignidad el chaparrón de ellos, que no dejó de mojarme de todas formas, pues en mi intervención yo ya no estaba lo suficientemente tranquilo como para razonar demasiado bien. Pero es que si me hubiera ido habría dado una imagen pésima de la gente con trastorno del ánimo (en mi caso nunca he aceptado el término “trastorno mental”, pues para mí ese término se referiría a personas que no tienen una capacidad de raciocinio medianamente objetivo no sólo en sus crisis sino también fuera de ellas; o que interpretan la realidad de forma totalmente disparatada y fuera del sentido común de una manera crónica; gente, por otro lado, contra la que no tengo nada, faltaría más, son de mi equipo aunque se diga que están locos; pero, con todo, opino que el termino trastorno mental no se ajusta a mi caso ni al de otros muchos.)
La presentadora debió de haberse olvidado de mí por un momento, pues con cara de quien recuerda algo de pronto, al mirarme, dijo:
--Perdónenme que me desdiga un poco y no comencemos ya el debate pues no debemos olvidar –ella parecía haberlo hecho-- que tenemos con nosotros a una persona que ha sufrido graves depresiones durante su vida. Sería interesante escuchar su experiencia, aunque brevemente y antes de entrar al toma y daca del intercambio de opiniones. ¿Tú, desde la descarnada experiencia, cómo ves todo esto?- me preguntó, de una forma que me pareció muy de cumplido y casi cómica; además, increíblemente, dijo lo de “descarnada experiencia” con una media sonrisa que podía llegar a ser insultante. Lo pasé por alto, pues ya había empezado a dejar de irritarme por ese tipo de cosas.
--¿Todo esto? ¿El origen y eso? –dije para salir del paso.
--Bueno, tu experiencia; cómo la afrontaste, cómo crees que conseguiste salir de tus depresiones, por ejemplo.
--Es que no sé si he salido del todo todavía. Llevo unos años sin recaídas graves, y llevando vida normal --¡¿cómo demonios pude decir esto último, ¡¿Vida normal?! Sólo se me ocurre pensar que nos traicionamos convencional e hipócritamente en sociedad, y por lo visto, más en televisión-- pero eso no significa que todo esté solucionado. No sé, yo no tengo los estudios y conocimientos de estos señores pero mi vida cambió desde que empecé a tomar la medicación adecuada. En mi caso pienso que fue el litio. No puedo decir mucho más—dije algo nervioso y agobiado por los focos.
CONTINUARA
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