No me gusta nada la expresión “salir del armario”, por
mucho
que tenga un amigo homosexual. Uno de estos días vi un titular en un
periódico que decía “Los locos salen del
armario.” Muchas
gracias. Voy a tratar de ser conciso con este
tema; tratar de dejar
los puntos y las comas en el lugar que les
corresponda; dejarlo lo más
claro posible para no tener que
andar explicándome a cada momento.
Además, dado mi
tendencia a la obsesión, repito que repito las
cosas.
El nombre que recibe una enfermedad que tengo es “trastorno
bipolar”; sé que lo habré escrito en miles de lugares pero es
aquí, repito, donde quiero que quede claro de qué va toda esta
historia. El trastorno bipolar está caracterizado por el hecho de
que la persona que lo padece atraviesa periodos de gran
depresión,
y, en contrapartida, otras veces, vive épocas
puntuales de euforia
desbocada. A mí esta última situación
sólo se me ha presentado
una vez en la vida (de forma aguda y
patológica) hace diecinueve
años y cinco meses en concreto,
pero está dicho por psiquiatras
renombrados (y no tan
renombrados) que es suficiente con atravesar un
solo periodo
de manía (nombre con el que se define patológicamente
a la
euforia desbocada) para que la persona que presenta estos
estados sea considerada bipolar. La manía, estado en el que la
persona con trastorno bipolar piensa a toda velocidad y como
consecuencia no duerme, suele derivar, muchas veces, en
paranoia
(interpretación disparatada de la realidad): En estos
periodos
paranoides se produce el hecho de que la mente de la
persona afectada
por la enfermedad, le hace pensar a esta
última que todo el mundo
está pendiente de ella; en los casos
de bipolaridad, la persona que
la padece está en un estado
exageradamente optimista. Se piensa que
hablan de uno en la
tele, o que los vecinos le vigilan y para qué
seguir…. Cuando
me atacó la manía o euforia hace casi veinte años
yo no sabía
que era patológicamente bipolar (todos somos bipolares;
es la
patología la que lo puede mandar todo al mayor disparate en
los “subidones”) y también caí en paranoia. Y si anteriormente
he dicho “para qué seguir” es porque siento un gran rechazo
hacia ese estado psicológico, porque al derivar la euforia en
paranoia, mi mente hizo interpretaciones absurdas que me
llevaron a
hacer el ridículo (aunque no lo sabía dentro de mi
euforia)
muchas veces. De esto uno se entera tiempo después,
cuando baja a la
realidad. Ni se me ocurre juzgar a un
compañero por encontrarse
atravesando una euforia o
paranoia. Hay gente que dice que se lo pasa
muy bien en las
subidas; yo no quiero ni verlas, porque te llevan,
repito, a un
comportamiento que a mí no me gusta en absoluto y te
descalifica públicamente.
Por favor, a la gente que no tiene este problema y por
ignorancia
estigmatiza e incluso se ríe de las personas que lo
padecen (que,
de hecho, una vez medicadas se comportan
como personas comunes y
corrientes, algunas incluso con
cualidades de expresividad brillante)
le pido un respeto por las
personas que están en la situación antes
descrita. La paranoia,
derivada de una euforia o de la
esquizofrenia, es un estado
absolutamente insoportable que en
algunos casos puede llevar
al suicidio (sobre todo en casos de
esquizofrenia; en el caso de
la bipolaridad es distinto; la persona
afectada está en un estado
auto-afirmativo, el ego se le dispara y
también está
mentalmente fuera de la realidad). Y nadie está libre
de las
irregularidades psíquicas o psiquiátricas… Que sepan pues,
que a estos estados puede llegar cualquier persona “normal”,
algunas veces vía droga, otras ni se sabe. Conozco a una
persona a
la que le brotó la bipolaridad pasados ya los cuarenta
años. Hasta
entonces no se le habían presentado
irregularidades psíquicas. En
el pasado, para nombrar a una
persona con trastorno bipolar, se
utilizaba el muy
desafortunado término “maníaco-depresivo”,
haciendo
referencia, con maníaco a alguien que está demasiado
eufórico. Alguien que no duerme a causa de ello y que piensa
a tal
velocidad que llega a hacer “plof” al final. Pero por suerte
la
psiquiatría cayó en la cuenta de que el término
“maníaco-
depresivo”, lejos de acercar a la gente “normal” al
tema, lo
asustaba. Me suena haber escuchado el término maníaco como
sinónimo de psicópata, sexualmente enfermizo, peligroso al
fin y al
cabo. Esa conexión (maníaco con enfermo perverso)
era un disparate,
y el término “maniaco-depresivo” fue
enviado a la papelera de
las patologías médicas. En este caso
el mal llamado “maníaco”
no hubiera cometido otro crimen
que el de estar muy disparado
interior y hasta exteriormente.
En cuanto a las depresiones, hoy en día, casi todo el mundo
sabe lo
que son: derrumbamientos anímicos, sin causa
psicológica a veces, y
en otros casos, producidos por
problemas psicológicos que pueden no
necesitar tratamiento
medicamentoso, o sólo requieren medicina en
un periodo
breve. Una persona como yo, a la que la bipolaridad se
le ha
presentado sobre todo en depresiones, puede atravesar meses e
incluso años, en los que vivir es muchas veces sufrir, con
escasas
treguas. Esto no es auto-compasión, pues se ha
superado o
controlado; aunque con una enfermedad de estas
características uno
no debe de bajar la guardia, pues puede
volver a aparecer alguna
crisis de este tipo, aún muchos años
después de haber conseguido
una estabilidad sobrellevable
incluso con alegría; una persona muy
cercana a mí, y que
padece el mismo trastorno, lleva nada menos que
dieciséis
años de estabilidad controlada con un regulador del
ánimo. Por
otra parte, uno puede rozar, como me ha pasado no hace
mucho, el ciclo maníaco un día o unos días sin llegar a entrar
en
una interpretación demasiado desparatada de la realidad. En
ese
estado la persona está más “lúcida”, más “inteligente”
más
“amable” e incluso más “ingeniosa” que en un estado
llamado
eutímico (ni muy arriba, ni muy abajo, lo que se daría en
llamar estable o “normal”), pero la persona que está en esa
situación, no es, en su estado natural así de “inteligente”, o
de
“lúcida” o de “amable o de “ingeniosa” o de bella.. En
estado
natural, esa persona, yo, es alguien vulgar y corriente, que
en
momentos puede ser brillante y en otros comportarse como un
zoquete cascarrabias, y hasta como un imbécil. Esa persona no
se
considera “especial”; debe de tratar de huir de esa tentación
además. Le digan lo que le digan.
Sobre todo porque hay que tener mucho cuidado con el ego en
este tipo
de situaciones; tanto a la baja como a la alta. Puede
no parecer
tener relación con esto pero a mí hay una frase que
siempre me ha
hecho relacionar lo que estoy tratando de
explicar con lo que dice
dicha frase. El cantante del grupo
musical “Siniestro total”
dijo una vez que entre lo sublime y lo
ridículo hay sólo un paso,
que sería un equivalente a la
expresión “pasarse de listo”, o
“irsele a uno la olla por pasarse
de graciosillo”.
Aunque no todo lo que dice el Dalai Lama es
sabiduría (como ser humano y como todos los seres humanos puede
llegar a decir tonterías)
este hombre dijo una frase básica pero muy
universal y muy acertada:
“Hay que coger tanta distancia de los
halagos como de las críticas
destructivas”. Que todos somos
humanos y que aquí nadie es más
que nadie. Hay algunas
cualidades que están sobrevaloradas; por
ejemplo escribir “bien” o
“bonito". Por mucho que uno lo
pueda hacer, eso es sólo una faceta
de las miles que tiene la vida y
pobre de aquél que por creerse,
sobre todo y por encima de todo,
artista (y aquí da igual el terreno:
escritura, música, cine,
pintura, escultura y todas las artes
restantes), piense que con eso
está todo hecho; por mucha fama y
éxito que puedan darle esas
cualidades. La teoría del éxito, la del
sueño americano, es un
error fatal. El éxito consiste en encontrarse
bien con uno mismo,
digan lo que digan los otros; y por mucho que
aplaudan, abucheen, o
pasen de largo, hacer depender la felicidad
de aquello que llaman
“reconocimiento social", es equivalente a
comprarse todos los
boletos para el primer premio de la frustración
y para una bajada de
autoestima que puede resultar letal. Porque
muchas veces se
pierde, pues la gente puede pasar del aplauso al
linchamiento en menos que canta un gallo...Y el que no pueda
asumir eso, tiene un problema.
En mi opinión, lo más importante es el amor. Pero no el amor
exaltado sino el diario, porque no siempre estamos en condiciones
de
amar; pero creo que hay que tratar de estar en condición de
apertura
ante el amor que te dan los demás. El tuyo hacia ellos
saldrá sólo
y sin darte cuenta, cuanto menos te presiones y si estás
tranquilo.
Última cosa: todo lo que aparece en este texto es, sólo, mi muy subjetivo punto de vista.
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