Si la infancia es el periodo que abarca el tiempo que hay entre poco después del nacimiento, hasta, digamos, los doce años, donde a los trece empezaría la adolescencia, yo puedo decir que tuve una infancia muy feliz. La verdad es que hasta lo que se llamaba cuarto de básica yo iba a una Ikastola donde estaba bastante integrado; el aprendizaje de leer, sumar y todo lo demás no era nada más que un juego en el que la presión no asomaba por ningún lado y fui muy feliz. Además estaba el fútbol, el eterno fútbol, horas y horas tras las clases ante una portería chutando y jugando partidos, uno tras otro, disfrutando como los enanos que éramos.
Y los
partidos en la playa de la Concha, con equipos oficiales de
benjamines y alevines y la Real en Atocha, con todos aquellos postes
debido a los cuales, había veces en las que no veíamos bien ni al
mismísimo Arconada (mítico guardameta de la Real Sociedad); los
cromos de futbolistas, las canicas, y un montón de cosas más. La
adolescencia fue un periodo de lo más desagradable del que no tengo
ninguna gana de hablar aquí. Aunque puede que lo haga alguna vez con
tono irónico y si hace falta sarcástico para ajustar cuentas con
ese periodo de mi vida.
Cuando
iba a pasar a quinto de básica mi madre decidió que yo debía de
estudiar en un colegio en castellano porque se decía que en las
Ikastolas no se enseñaba lo suficientemente bien, algo que es
absolutamente falso. Y sobre todo porque en la Ikastola no se
impartía una materia que a mi madre le interesaba mucho que yo
asimilara, la Religión Católica. A mí, la religión, como
materia, no me ha enriquecido mucho precisamente. Me ha provocado,
por el contrario, sentimientos muy encontrados. Aunque soy creyente
(creo que quedamos dos o tres creyentes), pasé ciertas épocas
creyendo que no creía en nada. No entiendo mi creencia, pero creo que creo.
La
verdad es que en principio, aquel cambio de colegio me dolió mucho,
pero a ver quién se oponía a la decisión de la madre a esas
edades. Además yo era un buen niño que obedecía.
Para
colmo, me mandaron a un centro que se encontraba a unos metros de la
ikastola donde yo estudié y , cuando yo todavía iba a ésta, ese
centro estaba lleno de macarras que daban un miedo impresionante. Ese
colegio, se unió al Colegio “Manuel de Larramendi”, o mejor
dicho, este último lo absorbió. “Manuel de Larramendi” era un
colegio “católico” en sus principios, como lo fue “San
Sebastián Mártir” (el colegio absorbido), y anteriormente a ese
año, sus cursos empezaban en quinto de básica, en una no muy pequeña ubicación de lo
que era, y sigue siendo, el Seminario de San Sebastián.
Justo
en el año en el que yo entré a estudiar quinto de básica, se
decidió que en la antigua edificación de “San Sebastián Mártir”
comenzaran a impartirse los cursos correspondientes desde lo que
entonces se llamaba parvulario hasta Octavo de básica (hoy
equivalente a segundo de ESO) y lo que entonces eran Bup y Cou se
estudiaban ya en las instalaciones del Seminario, situado algo más
arriba de las edificaciones a las que he hecho referencia.
Llegó
el primer día del curso del antes llamado quinto de básica. Nuestro
profesor, se llamaba Agustín Hierro y había sido director del
antiguo colegio San Sebastián Mártir.
Agustín
Hierro, que nos dijo, en el año 1982, nada menos que, para
dirigirnos a él, le podíamos llamar Agustín, o don Agustín y que
nos hacía rezar el padre nuestro a la entrada y a la salida de las
clases; que nos dijo que cuando viniera una persona adulta a la
clase, nos teníamos que levantar todos a la vez, en señal de
respeto. Bueno, a los diez años no teníamos mucho criterio para
opinar sobre algo así.
Agustín
Hierro daba bastante miedo al principio; le rompió la regla en la
cabeza a un alumno al principio del curso. “¡Mal empezamos López!”
le dijo, y puedo asegurar que ese alumno sí que se apellidaba López.
Agustín Hierro exigía mucho silencio en sus clases. Yo iba muy a
disgusto al colegio en los primeros tiempos. Le tenía manía al tal
Hierro.
Agustín
era considerado por los profesores más jóvenes como alguien de la
vieja escuela. ¿Sería muy de derechas? ¿Habría tenido algún tipo
de simpatía hacia el Franquismo (movimiento que no puedo ver ni en
pintura, a pesar de no haberlo conocido personalmente; tenía tres
años cuando Franco murió)?
Pues
sinceramente, en estos momentos en el que lo recuerdo, eso me importa
un rábano. Porque pasadas unas semanas o meses (no puedo ser preciso
ahí; estamos hablando de hace más de treinta años) yo llegué a
sentir mucha simpatía por ese hombre.
¿A qué se debió un cambio tan radical? No sé con demasiada exactitud qué es un maestro de la vieja escuela, pero el comportamiento de este hombre con nosotros no fue, ni de lejos, el correspondiente al de “la letra con sangre entra”. O al de algunos ogros que he visto en películas por televisión que representaban quizá a “maestros de la vieja escuela”. Los del “porque lo digo yo y tú te callas, impertinente.” Y es que Agustín Hierro no era así ni de lejos.
Nosotros,
cuando empezamos a recibir sus clases, sólo llevábamos 10 años en
esta vida y éramos esencia inocente con ilusión de aprender, aunque
no fuéramos conscientes de ello entonces.
Y
pasados los primeros tiempos del miedo, resulta que don Agustín se
quedó con nosotros, con nuestro aprecio (sí, claro, muchos lo
negarían hoy en día, pero no pudo pasar lo que pasó si eso no
fuera cierto).
Puede
parecer tremendamente sorprendente que un profesor que en el año
1982 nos pedía que hiciéramos cosas tan anacrónicas como las que
han sido mencionadas más arriba, terminara quedándose con nuestro
afecto desde antes de la navidad hasta el final de curso, incluido el
insólito último día. Pero es que nosotros éramos unos críos de
10-11 años y el hecho de que no nos lavó el cerebro ni nos manipuló
en ningún momento, lo confirma el dato de que yo, más de 30 años
después, considere que Agustín Hierro fue y ha sido el mejor
profesor que he tenido nunca. Y también otra cosa; nosotros
tendríamos sólo 10 años, pero teníamos algún que otro profesor
añadido a Agustín Hierro, para una asignatura que él no nos
impartía; y a ese profesor no le teníamos ninguna clase de
simpatía, más bien al contrario… Así que, que pase, Agustín
Hierro Mulas, con todos los honores:
Ese
señor alto, calvo y con gafas se convirtió en una especie de mago
de la enseñanza con la que muchos disfrutábamos (por mucho que
ahora lo negarían muchos, repito).
Era
un auténtico placer escucharle y perderse en sus divagaciones;
hablaba a corazón abierto, y aunque tuviéramos diez años, se le
entendía; bajaba su nivel de intelectualidad al nuestro sin dejarse
llevar, sin caer a pesar de ello en la apatía; al contrario, su
comunicación era muy intensa y entusiasta, se le veía disfrutar con
las materias que conseguía comunicarnos (las materias y el
entusiasmo que pueden provocar éstas, tratadas con amor al
conocimiento(¿amor al conocimiento? ¿De que lugar me salen a mí esas expresiones rancias y académicas? Se lo tendré que preguntar al médico de cabecera)), interactuaba mucho con nosotros y se sentía
satisfecho al vernos aprender con ilusión.
Él
amaba la enseñanza, el aprendizaje sano y sin coerciones y terminó
queriéndonos, porque, quién sabe por qué circunstancias,
terminamos respondiendole muy bien; sólo él transmitía esa pasión
por las materias de estudio, de forma a veces seria, otras de forma
desenfadada y divertida, sin controles amenazantes. Nos hacía
participar y participes a todos de lo que ocurría en aquella clase.
Pasábamos de lengua a literatura y de ésta a matemáticas, sin
estrecheces, ni corsés horarios que obligaran a hacer cada materia a
cada X tiempo.
Y esto
continuará dentro de un par de días, donde se comprobará que no todo el
monte es orégano. Bienvenidos a todos los que hayan llegado hasta
este párrafo, y muy sinceramente, gracias por tú atención lector,
si es que tú solo has hecho el esfuerzo de leerme de principio a
fin y por propia voluntad y libertad de elección...Nos vemos en dos días; con Agustín. Y con una sorpresa final, más agria que dulce
(la que me llevé yo al documentarme sobre el pasado de Agustín
Hierro, sin haber buscado documentarme sobre él. Me lo contaron)…
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