Como cuando estudiábamos en quinto de básica pasábamos casi todo el tiempo lectivo con Agustín Hierro, él decía, ahora abrid el libro de lengua, más tarde, religión. Ahora que lea uno, luego el otro, venga usted, no se esconda. Se apasionaba tanto con la naturaleza como con la religión. La verdad es que a mí me tenía un poco de pelota y eso habrá ayudado. Agustín me convencía. Me transmitía muchísimo. Nos transmitía
Lloró al terminar
el curso (al salir de clase, algunos de los que jugábamos a fútbol
en una portería cercana a unas escaleras por las que se dirigía a
su casa, pudimos observar las lágrimas en sus ojos) y dijo que
habíamos sido la mejor clase que había tenido nunca. Incluso llegó
a dar clase la última tarde; unos polígonos me parece que eran, y
seguía despertando nuestro interés. Yo creo que él nos consideraba
importantes y nos lo hacía sentir así.
Agustín Hierro Mulas. Que, repito, nos dijo que le podíamos llamar
Agustín o don Agustín al principio del curso. Nos hizo sentirnos
personas: un hombre que probablemente no estudió ni a Nell, ni el
constructivismo, ni sabría qué demonios era el feed-back, ni habría
oído hablar de tantos términos pedagógicos que luego se pusieron
de moda, ni de nuevas ideas teóricamente muy bonitas en la
enseñanza, ni de un montón de pavadas (cómo dicen los
latinoamericanos tan acertadamente).
Agustín
murió unos cuatro, cinco, seis, siete u ocho años después de aquel
espectacular curso. Qué más da que fueran nueve o diez. En fin,
murió.
Que en la
paz del Dios que tanto amaba (era profundamente religioso y también
nos hablaba del tema, siempre respetando mucho al que no creyera)
descanse aquel hombre bueno y amante devoto de la enseñanza.
Demostró que se podía aprender con ilusión.
Un
mes y pico después de escribir la semblanza sobre Agustín, me
enteré de algo fuerte y dí cuenta de ello en este escrito.
Y ahora, pasado un mes y medio desde que escribí esta semblanza y mientras corrijo, me encuentro con un dilema moral. Hace unos días estuve con una persona que había sido joven profesora cuando Agustín Hierro se encontraba en sus últimos años de enseñanza. Ella formaba parte de su mismo claustro. Incluso fue profesora mía.
Resulta
que Agustín Hierro era falangista. Bastante convencido además y
gracias a ello (y a sus aptitudes, supongo yo) fue colocado como
director de la escuela de San Sebastián Mártir. Un seguidor de
Franco. Qué fuerte. Y digo arriba, en los primeros párrafos, que me
importa un rábano que tuviera simpatía por Franco. Pero esto no
puede ser así de tajante, en este caso particular.
Una
cosa es que yo no me documente para hacer este escrito, que no
pretenda hacer crónica precisa ni detallada de nada (Ya sea ésta
histórica, social, literaria, psiquiátrica, psicológica o
política) y que sólo quiera ofrecer pedazos de vida, de sensaciones
y reflexiones, sin ambiciones de enseñar nada nuevo sino sólo de
expresar ideas y sentimientos o de contar historias por medio de la
escritura, dándome ésta muchas satisfacciones. Pero otra cosa es
dejar pasar esta situación por alto.
Franco
se dedicó a realizar barbaridades criminales que todos conocemos.
Aunque haya por ahí, todavía hoy, algunos, o bastante más que
algunos, individuos de extrema derecha que le justifiquen, que
minimicen estos actos y que no los consideren barbaridades, aquello,
lo sabe cualquiera, supuso un pisotón de muchos años a la libertad.
Aunque todavía siguen produciéndose hechos muy caciques en España
y en Euskadi, por lo menos existe libertad de expresión y de
organización. Entonces ni eso. Entonces fusilamientos sin ton ni son
una vez acabada la guerra, cárceles de exterminio, cobijo a los
nazis que huyeron del juicio de Núrenberg, intento de aniquilación
del euskera, y un sin fin de atrocidades más… Lo sabemos todos.
Cuando
mi amiga profesora me comentó la “militancia” falangista de
Hierro, yo le dije: “Pero bueno, él debía de saber las cosas
terribles que hizo Franco ¿No?” Entonces mi buena amiga, con sólo
ocho años más que yo, pero con muchos más ambientes conocidos,
muchísima experiencia en la vida, leída, y gran observadora de la
realidad en muchos aspectos, me corta: “Bueno, vamos a ver, para
ellos aquí hubo una guerra justa, y cada uno viene de vivirla y de
ganarla de una manera y te cuenta o le cuentan la historia a su
manera. Ellos se creían los buenos…” Algo así le entendí.
El
ser humano es tremendamente complejo. Tengo en mi memoria el recuerdo
de un hombre cariñoso y bueno con cada uno de sus estudiantes
(excepto al principio de curso, para poner orden) y sobre todo
respetuoso; lo que se da en llamar una “buena persona”; y sin
embargo perteneciente a algo que, es obvio, muchos hemos detestado;
aunque algunos muy a posteriori porque casi no nos afectó (eramos recién nacidos), y con
muchísima menos intensidad por esa misma razón.
Pero
el caso es que aunque yo pueda criticar (y critico) a Franco, como
ciudadano que soy, ¿Quién soy yo para criticar a Agustín Hierro
por pertenecer o ser seguidor del llamado Movimiento? Nadie.
Porque los dirigentes del país al que pertenezco (es un decir) y los
dirigentes de las naciones europeas a los que el “nuestro”
pertenece y apoya, no han sido nada ejemplares a la hora de conseguir
"algunos beneficios" para llegar al mal llamado “bienestar social”
en un lugar que se autodenomina “primer mundo”. Y de ese
bienestar me he aprovechado yo porque a mis padres les fue bien en
este lugar.
Y
digo lo anterior, para hacerme a la idea de que yo no puedo criticar a
Agustín Hierro por ser lo que fuera él políticamente, porque yo,
por complicidad acomodaticia e indirecta, no puedo tirar la primera piedra.
Una última cosa: Había escrito otras matizaciones que podrían enfadar mucho a los más acerrimos defensores de los países "desarrollados", con lo cual me estaba pudiendo ganar todo un ejercito de buenas amistades, pero que aún siendo ellas buenas, quizá no vieran con muy buenas ojos lo que había escrito. Y no dudarían en machacarme...Si es que este escrito tuviera más repercusión que la domesticamente bloggera, situado como está en una de las millones de esquinas de un espacio cibernético más que galáctico (cuando leo "epacio cibernético más que galáctico", pienso en la cantida de chorradas que se pueden escribir. Y gratis.)
Pero qué puedo decir, soy una persona bastante miedosa, y algunas personas no tienen escrúpulos a la hora de decidir destruírte anímicamente si les haces una crítica que ellos consideren injusta. Tengo que proteger mi salud anímica.
Lo peor de todo es que éste no era un sitio para hablar de política, pero claro, enterado yo de lo que me enteré, tenía, inevitablemente, que hacerlo; cosa que me desagrada mucho, pues aunque sigo la política, lo que hacen los que se dedican a ella, me pone bastante triste.
Por tanto, Agustin, que una una vez, cuando fuí el único que te contestó a una pregunta y te enfadaste por el pasotismo de los demás, me dijiste: "Gracias Rabella, majo, gracias", rescato un pasaje de tu vida con este texto, y te rescato del olvido.
Gracias Agustin, gracias. Descansa en paz que te lo ganaste a pulso.
Una última cosa: Había escrito otras matizaciones que podrían enfadar mucho a los más acerrimos defensores de los países "desarrollados", con lo cual me estaba pudiendo ganar todo un ejercito de buenas amistades, pero que aún siendo ellas buenas, quizá no vieran con muy buenas ojos lo que había escrito. Y no dudarían en machacarme...Si es que este escrito tuviera más repercusión que la domesticamente bloggera, situado como está en una de las millones de esquinas de un espacio cibernético más que galáctico (cuando leo "epacio cibernético más que galáctico", pienso en la cantida de chorradas que se pueden escribir. Y gratis.)
Pero qué puedo decir, soy una persona bastante miedosa, y algunas personas no tienen escrúpulos a la hora de decidir destruírte anímicamente si les haces una crítica que ellos consideren injusta. Tengo que proteger mi salud anímica.
Lo peor de todo es que éste no era un sitio para hablar de política, pero claro, enterado yo de lo que me enteré, tenía, inevitablemente, que hacerlo; cosa que me desagrada mucho, pues aunque sigo la política, lo que hacen los que se dedican a ella, me pone bastante triste.
Por tanto, Agustin, que una una vez, cuando fuí el único que te contestó a una pregunta y te enfadaste por el pasotismo de los demás, me dijiste: "Gracias Rabella, majo, gracias", rescato un pasaje de tu vida con este texto, y te rescato del olvido.
Gracias Agustin, gracias. Descansa en paz que te lo ganaste a pulso.
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