Bien, a M, que se iba
soltando cuanto más nos conocíamos y cuya compañía se me hacía muy agradable,
le ocurrió esto:
No supo que tenía una
enfermedad psíquica hasta los 36 años. Yo le conocí con 38. M. aunque no lo
reconozca mucho, lo pasó fatal. Creía que buena parte del mundo estaba en
contra de él y que le seguían (no te rías todavía, esa paranoia durísima de la
esquizofrenia, te podría atacar a ti algún día y quizá nunca llegaras a ser la
persona tan bella como M. es, a pesar de ello).
Por supuesto M. no era
tonto (es muy listo, cosa que él niega); esa enfermedad te hace sentir eso,
véase la película “Una mente maravillosa”. Con 36 años se siente fatal, tras
oír voces y no entender nada. Acude a urgencias del psiquiátrico. En ese lugar
alucinan: Esquizofrenia paranoide de libro. Consiste que en las crisis (que no
ha vuelto a tener ocho años después) la persona piensa que le insultan y que
van a por él o que le quieren matar (yo no me reiría, aunque en una época mi
ignorancia me hubiera provocado esa actitud).
No se explican que M.
pudiera hacer todo lo que hizo sin tratamiento medicamentoso y con semejante
enfermedad. Formación profesional, mecánica, ordenadores, trabajar de buzoneo,
en una obra y algunas cosas más. Le ponen una medicina que frena sus paranoias:
Zyprexa.
Pasa por un centro de
día y tras dos años del ingreso le conozco. Euskera a la mañana, trabajo a la
tarde, pastilla bestial a la noche y a las nueve dormido para levantarse a las
siete a recibir clases de euskera, de las que no se entera, como yo no me
enteraría con semejante medicación y motivación. En aquel momento, de qué le
iba a servir el euskera.
Se va soltando, conoce
a mi novia, empieza a venir a San Sebastián, en dos años difíciles para mí me
llama y me visita a donde recaigo; en 2014 me quita con cariño ideas peligrosas
de mi cabeza; y ya antes empezamos a quedar con él también los sábados con otro
amigo (otro mejor amigo) ingresado desde hace años en un lugar para
discapacitados físicos tras un accidente que tuvo. Ya somos los cuatro una
familia.
Mientras tanto M. no
desaprovecha el cariño que le tenemos pues él nos lo da a mansalva. Me graba
cientos de canciones en dvds en mp3 y trae la música a mi vida. Su generosidad
en tiempo y materia no conoce límites. Música para mí, total dedicación a
buscarme la mejor oferta de ordenador, horas configurando y metiendo el
antivirus, regalos a nuestro amigo ingresado, música para mi novia, sonrisa,
carcajada generosa, bondad al límite. Que nosotros éramos personas especiales y
que trabajaba por nosotros con vacío pues el viernes y el sábado vivía a tope
nuestra amistad. Y nosotros la suya mil veces más, le queremos mucho mucho
mucho.
Asuntos laborales y
peso: toma una medicina, cuando le conozco que le está poniendo en posición de
candidato al infarto con sus 130 kilos: la medicina (Zyprexa) que le dan le
quita la basura mental, puede reír y vivir, pero esa medicina engorda
directamente o provoca muchas ganad de comer. Hay una medicina, topamax
llamada, que evita eso. Que se lo diga a su psiquiatra cuanto antes le digo yo.
Dile tú según a qué psiquiatra lo que tienes que tomar. Díselo y le importará
un rábano que tengas razón y que con tu peso te está poniendo en una situación
peligrosa. Por suerte hace unos años el médico reacciona y le cambia esa
medicina letal por otra, mientras M. camina y se somete a caminatas
maratonianas y a una dieta estricta. Adelgaza en tiempo X, de 130 kilos a 97.
Pero eso tampoco es bueno. Lo brusco en poco tiempo. ¿Pesará ahora 110 anti-estéticos kilos? Me importa un rábano,
ya no es candidato a infarto.
Mientras tanto pasa
por todos los puestos del taller, luego a la mañana, lugar en el mismo taller
que nos conocimos pero a modo de inserción, aprende rápido, va a la tienda por
una temporada con una encargada de tienda super super super buena y maja. Todo
lo aguanta, está acostumbrado a que su cabeza y otros le falten al respeto.
Ahora sólo trata bien a quienes le queremos. Ya era hora. Va a otra empresa de
la rama de ropa de reciclaje que forma parte de la generalidad de un empresa en
el que estábamos cuando trabajábamos juntos. Contrato y cinco horas. Esa
empresa, que seguía siendo de caritas, la absorbe una empresa bilbaína de tan
buen corazón que se le empieza a exigir un ritmo de trabajo tan intenso y
brutal, de tanta rapidez, que nadie aguanta, y un día va a urgencias de su
médico. Le dice que hace bien en venir, que le iba a dar la baja, pues de
seguir así se iba derecho al psiquiátrico. Se va encontrando cada vez mejor,
trabaja gratis en un invernadero, no hay trabajo en el que le paguen. Es feliz
a pesar de que no le entiendan muy bien en familia.
Y generoso con todos,
en tiempo, en regalos, en atenciones, se sale, se sale, y cómo no le vamos a
querer. Y se merece ser feliz, sólo que a veces, la negatividad, mecanizada
durante tantos años de enfermedad se lo come por las mañanas.
M. eres genial y os
quiero a ti a G. y a E. mogollón. Con
Susana, sois lo mejor que tengo. Orgulloso de vuestra bondad, e inteligencia
emocional, pues no veo la mía tan cerca
como la vuestra. Os lo merecéis todo, todo, todo, vosotros que sufristeis tanto
en silencio y que me enseñáis con actos sin palabras.
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