O LA METAMORFOSIS AL REVÉS
En el año 2010 yo
trabajaba en un taller de reciclaje de ropa. Creía estar bien. El que no lo
estuviera es lo que menos importa en esta historia. Pues no es mi historia,
sino la de M.
El haber conocido a M., amigo protagonista de
esta historia coincidió con una confusión general con respecto a una situación
que mi cabeza me creó, y quizá si no hubiera estado yo en ese estado no me
hubiera dado cuenta del valor de quien estaba a mi lado. M, claro; nuestro
trabajo consistía en clasificar vestimentas, ropa, vulgarmente hablando, como
buenas o malas (vendibles o no vendibles en una tienda dedicada a ello) para
ponerlas en un cubo u otro; las ropas, en la primera barrida, las íbamos
cogiendo de una gran, --cómo lo llamaría--,
“bañera”, llena de todo tipo de ropa. Con guantes, evidentemente. Te
podías encontrar con ropa impecable y también con ropa desastrosa, que la gente
había dado a caritas, que era quien conducía el material económico estructural
de aquel taller en el que trabajábamos enfermos psíquicos,. Ropa buena a la
tienda, ropa mala al entierro final de todos los finales, en contenedor último
y definitivo para ello. Que supongo que
iría a un vertedero llamado San Marcos donde yo tuve la “gracia” de estar hace
muchos años (trabajé de basurero los sábados noche de dos veranos) y es el
lugar más mal-oliente en el que he estado. Si hubiera infierno, no podría oler
peor que allí.
M. trabajaba a mi
izquierda. Lo primero que llamaba la atención de él eran sus ineludibles 130
kilos de entonces. También llamaba la atención el hecho de que cuando nos veía
esperando a una furgoneta que nos llevara al taller, bajase con una sonrisa
cuando nadie le habíamos hecho ni puto caso
al principio; daba la impresión de que nos miraba con cariño. Conociendo lo que
ya le conozco ahora estoy seguro de que lo hacía así. Otras cosas llamaban la
atención en él: lo trabajador que era, y lo rápido que aprendía. La música hizo
de celestina en lo que se convertiría en
una amistad extraordinaria que dura hasta hoy, y ojalá lo sea para
siempre. Solíamos charlar de manera azarosa en principio, mientras trabajábamos…
Coincidíamos en bastantes ideas y hasta en gustos musicales. Siempre
trabajábamos con música y una vez sonó “One”, una canción de U2 de la cual
tengo una impresión: estoy seguro que yo he escuchado esa canción en más
ocasiones que los propios miembros del grupo U2. Para finales de 1995 ya la
había escuchado cientos de veces, o sea que imagínese para hoy día. A M.
también le encantaba. Mi ansiedad se calmaba algo cuando hablaba con él; no puedo saber del todo por qué, (aunque hay
algo que lo explica indirectamente), pero ocurría que yo le contaba mi vida de
aquel momento y otros, desde la A a la Z cosa que no hago con el primero que se
me presenta. Posteriormente me dijo que le caí muy bien. Yo pensaba, este es un
buen hombre y no tiene un pelo de tonto, no me importaría tenerlo de amigo. También
me ha solido decir que a la gente le da por contarle sus problemas a él. Esto
explicaría mi actitud hacia él, indirectamente.
Mi último día de
trabajo en aquel lugar, sucedió así: tras una serie de clasificaciones de ropa,
una monitora nos puso a doblar camisetas. Pero camisetas como para equipar a un
par de ejércitos al completo. Y a mí doblar camisetas siempre se me ha dado
fatal.
Estaba ya muy muy mal
y lo de las camisetas me hacía sentir como si un elefante se pusiera a
pisotearme con gran entusiasmo, juguetón, pero con entusiasmo. Me largué en
ansiedad millonaria. No volví a trabajar allí. Decidí ingenuamente leer y
escribir. Un día me dio por ir a ver a mi encargado (persona extraordinaria) y
a una de las dos monitoras (porque la otra no estaba en aquel momento, otras
dos joyas) para regalarles una planta. La monitora de las camisetas me dijo que
había dejado un amigo allí. Quién, pregunto. M. fue la respuesta. Anduvo
preguntando por mí, a ver si no iba a venir más. No sé qué le dijeron al
respecto. Lo que sé es que tenían por norma no dar el teléfono de nadie sin
permiso de ese nadie, que era yo. Les dije que se lo dieran sin problemas, que
me llamase cuando quisiera y que me gustaría quedar con él en Rentería
(población Gipuzkoana (los vascos escribimos mal hen kastellano)), donde él
vivía. Estábamos a principios de Diciembre de 2010. Pasaban días y hasta un par
de semanas de diciembre. No llamaba. Le llamé yo al taller. Su madre andaba con
vértigos, dijo. Que por eso no llamaba. El viernes en Rente, qué tal, le digo.
De acuerdo, contesta.
A partir de ahora
viene la historia de una persona fuera de lo común. Quedábamos todos los
viernes y empezó a venir a San Sebastián y le presenté a mi novia….Continúa en
una segunda y parte final.
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