Para cuando yo tenía 16 años ya había escuchado mucha música
(quizá demasiada). En los círculos “alternativos”, el tipo de
música que yo había escuchado hasta esa edad era señalada como
comercial.
Mi hermana mayor escuchaba los cuarenta principales a todas horas
desde que yo tenía nueve o diez años y con esa edad me gustaban
Miguel Ríos, Mecano y Michael Jackson. También me gustaban mucho
algunas canciones de Víctor Manuel: “Nada sabe tan dulce como su
boca”, “Cruzar los brazos” y otras.
Un compañero y amigo de clase me pasó una cinta en la que se
escuchaba a un grupo que se llamaba Kortatu, a otro con el nombre de
Zarama y algunos otros grupos que sonaban de forma parecida. Fue un
verdadero shock. Un shock positivo. Aquellos grupos transmitían algo
nuevo, cantaban en euskera y lo hacían distinto. Transmitían algo
que algunos adolescentes sentíamos mucho más auténtico, más
emocionante y cercano que lo que ofrecían los grupos de los cuarenta
principales. Era música directa y fresca. Nueva.
Estos grupos de características similares fueron metidos dentro
de un grupo cuya etiqueta los calificaba con estas palabras que
vienen ahora mismo entre comillas: “Rock radical vasco”. Es
llamativo el hecho de que esta denominación no agradaba a veces ni
siquiera a algunos de los protagonistas de ese fenómeno musical.
Pero ahí los encasillaron. Dentro de ese grupo se introdujo a
muchos, pero los que yo más escuchaba se llamaban “La polla
records”, “Kortatu” (mucho Kortatu), “Zarama”, algunas
canciones de “Bap”, “Delirium Tremens”…Era el punk
británico, reciclado en euskera en los ochenta y con
reivindicaciones políticas. Aunque yo del punk, los Sex Pistols y
demás, por aquella época no sabía nada. Más tarde ya sólo
escuchaba, de entre estos grupos, a Hertzainak.
Con respecto a todo esto, recuerdo, y probablemente siempre
recordaré, una pequeña anécdota que tiene mucho que ver con lo que
representaron estos grupos denominados radicales y que cantaban en un
euskera electrizante.
Antes de que aparecieran ellos, dominaban el panorama de la música
en euskera los cantautores y dos o tres grupos de verbenas muy
conocidos, que además empezaban a ganar bastante dinero. Hasta mucho
dinero. El cantante de uno de estos grupos verbeneros arremetía
contra las bandas que me gustaban, insinuando que no sabían tocar y
otras lindezas. Arremetía mucho contra el grupo Zarama, más incluso
que contra otros, a los que, misterios de la vida, muchas veces ni
siquiera nombraba. El caso es que a nosotros, los chavales que
escuchábamos a estos grupos, nos traía al pairo el hecho de que
estos grupos que tanta energía fresca nos transmitían fueran o no
unos virtuosos de los instrumentos. Hacían el ruido que nosotros
necesitábamos escuchar en aquel momento. El de la rebeldía.
Pues bien, resulta que unos años más tarde de que se produjera la
explosión del rock radical vasco, el cantante de uno de estos grupos
descalificados por el cantante del grupo de verbenas por excelencia,
escribió un libro y fue invitado a un programa televisivo que
presentaba nada menos que (tengo muchas ganas de nombrarlo) el
susodicho cantante del grupo de verbenas por excelencia que tanto
había descalificado a Zarama, sobre todo a Zarama. Y es que, además,
el cantante invitado era, paradojas y cinismos del tiempo, Roberto
Moso (vocalista y figura más visible del grupo rockero Zarama), que
fue allí en calidad de escritor, además de a cantar alguna
historia. El programa que conducía el cantante de Egan (Ya lo he
dicho, me van a denunciar) era un monográfico dedicado al grupo
Queen, pues el cantante de estos últimos, Freddy Mercury, había
fallecido poco antes, creo; eso creo, pues para que Egan y su líder
le hicieran un recordatorio cariñoso al grupo de Mercury, cantando
sus canciones en euskera, deduzco que ya se habría producido la
muerte de éste…
Cuando el cantante de Egan y conductor del programa le dijo en plena
entrevista a mi ya por entonces idolatrado cantante de Zarama (no
estando demasiado lejanas en el tiempo sus descalificaciones), en un
tono tristemente condescendiente y paternalista, que su grupo había
mejorado mucho instrumentalmente, Roberto Moso tiró de ironía y
dijo: “Beno, oraindik ez gara Queen taldea bainan…” “Todavía
no somos el grupo Queen pero…” El de Egan no cogió la ironía y
dijo respondiendo en euskera: “Jo, Queen, qué buenos eran… (“o
son…”)”
Una de las canciones de Zarama, titulada “Dena ongi dabil”
(escrita por Josu Expósito, que terminaría siendo uno de los
fundadores del grupo punk Eskorbuto) tuvo mucho impacto en una
pequeña fase de mi vida. Esa canción estaba dentro del casete que
me había dejado mi inolvidable y gran amigo Zeta, genial compañero
de adolescencia y que me ayudó mucho con mis problemas de fobia
social. Más que nada porque él estaba en el grupo de los guay de
clase y yo no, pero me tenía mucha estima y hasta un poco de
admiración. Esto era mutuo y la situación me ayudó mucho. Nunca se
lo agradecí. Lo hago ahora, estés donde estés. Un día, en casa
de Zeta, estábamos escuchando la canción “Dena ongi dabil”, que
a mí me encantaba y me parecía potentísima…Al final de esa
canción el volumen baja bastante, pero no lo suficiente como para no
poder escuchar algo que me impactó tanto y escuché tantas veces que
lo tengo grabado en la cabeza, y quién sabe si cuando me esté
muriendo y mientras delire agonizando, no me saldrá la terrible
cantinela que se concentraba allí, para terrorífico espanto de los
que me rodeen, si hay alguien rodeándome en ese ineludible instante
final.
Bien, lo primero que se oye es la voz del ahora ex rey
Juan Carlos I, que con su levemente aflautada y entusiasmada
voz, dice nada menos que la siguiente frase de gran Jefe de Estado:
“Emocionado y entusiasmado de ver que nuestra furia española ha
salido al campo y ha jugao divinamente y hemos estao toda la familia
pendientes hasta el último momento…” Creo, que luego una voz en
off dice “Gora Euskadi Askatuta, Gora gu ta Gutarrak.” Y otras
voces que no recordaba de memoria (la he tenido que escuchar al
final) dicen algo así como: “Amor burrudi, visca burrudi”. Y
otra que provoca casi miedo: “Qué grita esa voz de imperio si no
es Franco, Franco, Franco”. Luego viene una señora con una voz de
pito como la de esas mujeres ancianas que aparecían en “Cine de
barrio” (Sí, alguna vez ha ocurrido el accidente de encontrarme
delante de la tele mientras este programa era emitido en mis narices;
desde que existe el mando a distancia, no tengo perdón de Dios) y lo
que esta mujer dice me lo sé todavía de memoria sin tener que
escuchar la canción, pues lo que ella dice y cómo lo dice, no tiene
desperdicio: “Pensaron hacerme una ofensa y no pudieron hacerme
mayor honor que considerarme vuestra madre; que considerarme la madre
de todos los heroicos combatientes que en nuestros frentes de lucha,
no vacilan en sacrificar su vida por la causa de la libertad”…Luego
vuelve a aparecer otra voz en off, que creo que dice algo parecido a
“Hay palabras que aceleran el corazón: Independencia es una de
ellas”. Esto último no creo que sea completamente exacto, en la
forma quiero decir; en el fondo sí.
El
hecho de que yo no haya puesto ortodoxa y ordenadamente esas frases,
es lo de menos. Porque al fin y al cabo lo que quiero señalar es
que hoy todo el mundo se atreve a ser irreverente y pasarse cien
pueblos y aquí no pasa nada, (salvo en cuestiones religiosas
bestias, como cuando los yihadistas deciden vengar a Ala, por
sentirse muy ofendidos por lo que consideran ataques contra sus ideas
y a su Dios, por mucho que estos ataques no vayan más lejos que los
plenamente humorísticos.).
De todas formas yo hago alusión aquí a los todavía muy
escandalizables, (supongo que este último adverbio no lo daría por
válido la Real Academia, pero ya que estamos en el tema de la
irreverencia, repito, escandalizables) años ochenta. Nosotros no
estábamos acostumbrados a cosas así. Nosotros estábamos
acostumbrados a que las cosas fueran como se suponía que tenían que
ser. Normales. Y aquellos grupos se salían del cauce. Y por eso nos
gustaban tanto.
Afortunadamente pues, había vida fuera de lo que tenía
que ser como Dios manda.
Yo me asombré mucho al oír “Dena ongi dabil”, con ese
impagable final, al igual que una vez que estaba oyendo con una de
mis hermanas una canción del grupo Ilegales (también en los
ochenta) y encontrándonos tan tranquilos escuchando algo “normal”,
casi nos atragantamos y tuvimos que rebobinar la cinta cuando nos
“pareció” entender que el cantante de Ilegales decía esta frase
(en los años ochenta, no me canso de repetir): “Nuevos cantantes,
hacen el ridículo en viejos festivales como Eurovisión.” Después
de rebobinar, mi hermanita y yo constatamos que, efectivamente,
habíamos oído bien y que lo que realmente se decía en esa canción,
era exactamente lo que nos había parecido oír: Mi hermana me mira
y me dice: “¡Qué pasada! ¿No?” Y nos quedamos un momento
sonriéndonos, como preguntándonos “¿Pero esto se podrá hacer?”
Pues se podría o no podría hacerse pero eran pocos los que tenían
lo que había que tener para hacerlo. Ellos fueron los pioneros de la
siempre sana irreverencia a convenciones tantas veces absurdas.
Claro,
repetimos, si exceptuamos las consecuencias de meterse con iconos de
religiones cuyos miembros más fanáticos no se andan con tonterías
para cargarse al personal si se sienten atacados, hoy es fácil decir
lo que te da la gana a nivel estatal e incluso occidental. Entonces,
no. Aunque si me pongo a pensar, con el nuevo auge que se le dio a
Eurovisión a principios de este siglo, y se le sigue dando, aunque
menos, en esta época tan rara en la que vivimos, esa frase de
Ilegales seguirá siendo ofensiva según para qué oídos ahora muy
cool.
Siguiendo
con Zarama, tuve el gran honor de conocer personalmente al cantante,
Roberto Moso, que años más tarde de todo esto, tras contactar yo
con él vía Facebook, primero en 2011, y por correo electrónico en
2012, se leyó un libro que me editaron unos amigos de entonces, y
encima me hizo una entrevista a propósito de éste. Yo creo que
todavía no había hecho ninguna mención de ese libro en este blog,
no como otros.
Antes
de que Roberto leyera el libro y me propusiera hacerme una entrevista
al respecto, y como un año antes había escrito su dirección de
email en el facebook, le escribí en 2012 a su correo electrónico;
en principio para vacilar un poco, amistosamente, pero para vacilar.
Le dije que unos amigos me habían editado ESO. El año anterior él
se había leído unas páginas de ESO en word y dijo que enganchaba.
Pero supongo que no siguió por cualquier circunstancia. En el email
de 2012, lo que yo le decía a Roberto era que, si él decía (ni
siquiera le dije que lo hiciera en la radio) que mi libro estaba
bien, yo diría a todos mis contactos que “La radio encendida”,
libro suyo, estaba muy bien, cosa que sigo pensando (será de los
pocos libros que me he leído dos veces, y a veces mi cuerpo me pide
una tercera lectura); y por cierto, cumplí mi promesa y dije a mis
contactos que aquel libro era muy bueno. Porque lo es.
Él
fue muy amable, contestó a mi email y me dijo que se lo mandara a la
dirección de Radio Euskadi, y que le haría alguna mención en un
programa literario en el que él toma parte. Cuando lo recibió le
impresionó la portada y me prometió que se lo leería enterito,
cosa que hizo y que nunca podré dejar de agradecerle. Para colmo, tras
leérselo, me escribe dándome la enhorabuena, diciendo que es una
historia entretenida a pesar del material dramático y que aunque le
veía unos cuantos peros, lo consideraba más que pasable pues fue
entonces cuando me dijo que querría hacerme una entrevista.
Lo
de la entrevista (sus prolegómenos) fue una auténtica locura. Pero
antes de hablar de esa locura quiero decir una cosa: estando en plena
entrevista se produjo un comentario de Roberto antes de hacerme una
pregunta y ese comentario me subió el Ego hasta Marte; que un tío
con un sentido del humor como el suyo, al que he seguido por la radio
y con el que me he partido mil veces escuchándole en su emisora, y
cuyo libro “La radio encendida” me sacó unas cuantas carcajadas,
me dijera en la entrevista, nada menos que, para él, lo que yo
contaba en el libro estaba hecho con muchísimo sentido del humor, es
el mejor piropo que me pudiera o me pueda echar nunca nadie. Con
aquello toqué techo (en mi universo particular claro, pues como ni
siquiera Dios gusta a todos, habrá gente para la que Roberto Moso no
significará nada; para mí era punk, radio gansa, libros, la mejor
diversión).
La
entrevista que se me hizo a propósito del miles de veces nombrado
escrito que salió a la calle, y que tuvo lugar en septiembre,
octubre, o noviembre de 2012, tuvo un resultado bastante decente; a
pesar de que me puse nervioso y como consecuencia de ello mi voz
temblaba y yo hablaba muy rápido, las ideas se presentaron bien.
Bastantes días antes de llegar a ese último momento de la
entrevista, por poco vuelvo loco de antemano a Roberto Moso al que
al principio le dije que sí, luego que no, luego que sí pero que en
diferido y luego… Todavía me extraña el hecho de que no me
mandara a freír espárragos.
El día en que nos encontramos Roberto Moso y yo, antes de la
entrevista, creo que no dije una a derechas hasta que empezaron a
grabarse las preguntas y respuestas ya en la radio. Claro, era la
primera vez que me juntaba con alguien a quien yo admiraba por su
talento, que admiraba mucho, y ese alguien me iba a hacer una
entrevista sobre algo hecho por mí.
Ya digo que la entrevista salió bien, milagrosamente. De todas
formas Roberto debió de alucinar en colores, después de la
paciencia que tuvo conmigo y de haberme dado tantas facilidades. Yo
creo que cuando hablábamos antes de la entrevista, él barruntaría
algo así como, “Y a este personaje ¿Ya podré hacerle una
entrevista decente con el terremoto que lleva dentro?”
Dos
años después, en septiembre del año 2014, le hice una visita a
Bilbao, que él aceptó con agrado, para mi satisfacción.
Dieciséis
de septiembre de 2014, Bilbao, sol, la ría y un joven y 54 años.
Aquel
fue un día muy bonito. Era una tarde de mediados de septiembre, casi
me atrevería a decir el día, 16 de septiembre de 2014., ¿A dónde
quieres ir? le pregunto en cuanto le veo. A ningún sitio, contesta.
Antes de este intercambio, Roberto apareció en la cafetería de la
estación de autobuses donde habíamos quedado, con una sonrisa de
afecto que no olvidaré. Caminamos un poco y nos quedamos en un banco
(de los de sentarse) frente a la ría, en otros tiempos tan sucia.
Día claro, con un sol muy brillante y con un cielo completamente
despejado. Hablamos entre otras cosas de cuál era la razón por la
que yo no quería publicar una especie de semblanza o biografía de
un cantante del que él es amigo. Yo lo tenía como conocido, pero me
hacía ilusión cuando me decía, al finalizar sus mails “Ánimo,
amigo”. Yo hubiera estado encantado de serlo si él hubiera querido
Lo
curioso de todo esto (aparte de ser curiosa la cantidad de veces que
utilizo yo la palabra “Curios@”, tal y como, curiosamente, ya he
escrito en otros sitios) es que la semblanza que hice yo sobre ese
cantante, ha servido como semilla de este texto que tienes, ante tus
ojos, si has cometido el esforzado acto de llegar hasta aquí,
desconocido, impagable o inexistente lector.
Volviendo
al banco de sentarse, de los otros para qué hablar, enfrente de la
ría con Roberto, diré que pasamos algo menos de dos horas de amena
y tranquila conversación, que se produjo de forma fluida, natural y
con bastante bienestar. Además le vino a saludar la mujer de un articulista al que yo suelo seguir por la forma divertda en la que habla de política. Roberto me presentó como amigo. Eso sí, nos acercábamos a las dos horas de
compañía cuando empezó a caernos, casi sin transición entre el
sol y la lluvia, un chaparrón algo bestia. Esa es la razón por la
que yo fuera en aquellos tiempos a todos los sitios con una mochila
de colegial. Dentro llevaba el paraguas. El paraguas se olvida, la
mochila nunca. Ahora no llevo paraguas en ninguna parte, todos se
pierden. Me pongo un ridículo gorro.
La
canción que más me gusta de Zarama es la última de su último
álbum (Binilo bala) titulada Urtain, o por lo menos habla de Urtain.
Te pone los pelos como escarpias.
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