Hace frío y ya está oscuro fuera de esta habitación iluminada. La ventana abierta me reconforta. Si miro hacia atrás veo luces lejanas más allá de la ventana, la cama sin hacer (castigado mañana sin salir, si no tuviera 44 años), la mochila, el botellín al lado de un pastillero y aquí mismo en la mesa, dos libros, otro botellín, el mp3, un flexo que nunca uso y al lado del ordenador un reproductor barato de música. También tengo el móvil al lado. Me resisto todavía al smartphone.
Tengo zapatillas pero no llevo puestos calcetines y siento cierto frío agradable en los pies. Hoy escribo sin música y sin convulsión externa (no mayor de la que siento dentro; una vida palpitando a buen ritmo), son casi las siete y pudiera pensar que he perdido el día pues según antiguos cánones no he hecho nada de provecho. Me alegro de que sean antiguos y de que en estos lúcidos momentos no me los crea. Estoy vivo, he estado asustado al mediodía, acabo de escribir lo que sentí sobre algo escrito, me comunico con gente muy amable, vivo en casa de unos padres de los que estoy orgulloso, tengo una pareja que hoy no pude ver pero siempre es dulce, este portátil es genial, el blog y el facebook me ayudan a transmitir sentimientos universales personificados en gente que comenta o que lee o que (una o dos) disfruta de lo que hago.
Y a pesar de eso, yo pienso que no he hecho nada de provecho. Sería estúpido pensar eso, pero hay algo dentro de mí que va quedando todavía como pidiéndome fundamento. El fundamento es vivir y estar sano, idiota. Porque El idiota no soy yo (qué bello momento en que tengo que interrumpir lo que digo, pues en estos momentos las campanas dan las siete pero como hay sol en mi interior lejos de provocarme tristeza me animan pues hasta en ellas siento vida) sino que el perfeccionismo ultra--católico--franquista todavía sigue vigente aun en los que no somos católicos (como mucho yo cristiano) y menos todavía franquistas. Bobadas que han hecho mucho daño.
Aprovechad al máximo los buenos momentos amig@s...
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