Existían en estas tierras, tres articulistas de revistas muy importantes que se ponían las botas
cada Domingo, criticando al resto del mundo en forma de artículos
dominicales. Y hablo en pasado porque ahora igual no lo hacen. Y digo igual, porque el médico me prohibió leerles. Pueden haber cambiado.
Pero en un pasado no muy lejano era normal que los articulistas hicieran eso; nadie podía llegar a ser tan MACHO como
ellos. Si en el mundo fuéramos exactamente siete mil millones de
personas, yo entendía, o interpretaba muy mal, que cuando hablaban mal
de todos, estaban hablando de las 6.999.999.999 personas que no somos
como el que escribía cada uno de esos artículos, y que no nos
enterábamos de lo que valía un peine.
Pienso
que lo que les ocurría es que no soportaban sus propios fallos humanos,
y cuando los veían presentes en otras personas iban a por esas personas
(de hecho, el más humilde de ellos llegó a decir que era
insoportable la soberbia de Ada Colau; como no sigo la política creo
que esa mujer ha sido alcaldesa de Barcelona y seguro que todavía lo
es porque me hubiera enterado, por mucho que ya no lea periódicos ni
vea telediarios).
Yo creo en lo que he dicho hasta aquí porque me parece de
manual vivencial. No hace falta haber leído a Freud, ni haber
estudiado psicología. Basta con haber pasado algunas temporadas en un par de
psiquiátricos. Allí nadie se puede esconder ases en la manga, como
se hace fuera.
(Pero ¿Cómo me atrevo a descalificar a tres personas?
Porque en el fondo, por mucho que vaya de listo, está claro que soy un
envidioso y no soporto que haya gente superior a mí, y pienso, en mi subconsciente, que en el fondo lo son, a pesar de su prepotencia.)
Si
no tuviéramos en cuenta el hecho de que mi subconsciente se acaba de
meter entre paréntesis, tendría que ser lo suficientemente
consciente como para darme cuenta de que estoy haciendo con ellos
exactamente lo mismo que les critico que hacían con otros. Y como el
hombre más insólito que he conocido, dijo que la honestidad
intelectual es la base de todo, pues sí, tengo que reconocer que soy
igual (o mucho peor) que esos a los que he comenzado criticando.
Igual de mediocre, o peor.
Los
marcianos, que existen, vaya si existen, (de hecho el otro día hablé
con un par de ellos) me contaron que ellos tienen un dicho sobre
nosotros: cuando nos ven cómo andamos en el planeta tierra, la
expresión que suelen utilizar es “están tontos estos humanos”.
Me
dijeron que se compadecían de nosotros pues no salimos adelante por
una grave enfermedad que tenemos todos: dicen que a nuestra
enfermedad le llaman “el trastorno del orgullo”; que hablamos de
legitimidad moral, de dignidad y de valores, de solidaridad y de
otras cosas, pero que nuestro “T.O” (a partir ahora al “trastorno
del orgullo”, lo llamaré “T.O”) nos hace mal y esa enfermedad,
hace que vayamos todos cuesta abajo y sin frenos.
Vamos, que el T.O,
es el que hace ir al mundo a peor. Y que la tenemos todos, salvo una
tal Susana, que es la pareja de un terrícola que se llama Antxon
Rabella que anda, este último, diciendo o escribiendo muchas chorradas por
internet. Dicen que Susana es como ellos, que le da lo mismo que le
digan que es muy buena y maravillosa y muy agradable, o que le digan que es una
superficial y una tonta del bote. A ella esas cosas, elogios o
descalificaciones, le entran por un oído y le salen por el otro. Que no
conocen más casos. Y que ella se libra de muchos tonterías por las que sufrimos los terrícolas, al no padecer T.O. Que por lo visto, la enviaron ellos mismos a hacerle compañía
a un tal Rabella, que andaba muy perdido, y que sin esa marciana tan
poderosa, el tal Antxon no habría salido adelante. Lo único malo
que se ha provocado con el bien de Susana, es que su novio, al salir
adelante diga: Donde dije digo, digo Diego.
Pues
eso es lo que opinan los marcianos de nosotros, que nos miran con
mucha compasión por nuestro “T.O” : “Están tontos estos
humanos...”
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