Amigo, ves, se ha producido el milagro de la claridad cristalina con la que
ambos nos podemos ver y mirar sin miedo a que el otro salga corriendo al
hacerlo totalmente; sino al contrario, el camino nos ha dejado hermanados y sin
necesidad de teatro que hacer para tratar de demostrar que no somos ese que
parece no gustarnos ser a veces, pues ese también eres tú cuando te veo, y
viceversa, y en ti mis propios fallos no se me hacen humillantes, sino que
simplemente me parecen anecdóticos; por humanos. Y entonces una carcajada
silenciosa desdramatiza el caos compartido, y lo hace de reojo y con calma.
Porque todo fue un desastre, pero sabemos por qué lo fue, y una vez que lo
fue, y ya no había nada por lo que luchar o nada que ganar, tampoco quedaba
nada que esconder o que perder. De manera que lo que quedó a la vista fue un
perfil casi de calco y el saber que ni tú ni yo estamos solos y que aunque el
espejo en el que ambos nos mostramos nos enseñe lo que más daño nos hizo,
también nos muestra que hicimos y hacemos lo que podemos y que en ese empeño
nos importan la misma cosa. Solo salud y afecto una vez cubierto también techo
y pan.
Lo
material, vanidoso y ambicioso, se fue a ocupar los últimos lugares que no
ocupaban en adolescencias y primeras juventudes (al contrario), y el hecho de
tenernos y contar cada uno con el Aprecio del otro, es tesoro que a veces se
guarda pudiendo estar en compañía silenciosa el uno con el otro. Y qué paz y
seguridad. El amor romántico de hacer méritos y dar buena imagen se va por el
desagüe en este caso y queda el agua clara de la amistad en estado puro.
Y yo sé
que aquellos secretos que nos unen y que piensas que si la gente los supiera se
reiría o torcería el gesto, a nosotros, simplemente nos parecen circunstancias
que rodean algo bastante más hondo e importante. Que tú me sujetaste cuando
comencé a sujetarte y así hemos seguido; y ocurrió sin darnos cuenta.
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