A mí me gustaría poder dar y recibir el abrazo más reconfortante de todos los que se puedan dar jamás. Un abrazo donde descansar y ofrecer enorme descanso. Donde depositar las escondidas lágrimas de todas la vísceras, el CO2 anímico que la otra parte expulsara de inmediato a cambio de un intercambio de oxígeno anímico de grandes dimensiones.
Me gustaría abrazarte y que me abrazaras siendo unidad en alivio total y donde ambos, en abrazo, nos desprendiéramos de todos los restos de rabia, aspereza, acidez ordinaria punzante, y recibiéramos del otro, dulzura, calor, color, viveza sanadora de las heridas del olvido y de la tristeza y la angustia (miedos, que todos vienen a confluir a esos lugares). Un abrazo donde desapareciese toda alienación y extraña nostalgia y nos sintiéramos por fin, en casa, ya, sí, meta y gloria, abrazados en el mayor de los posibles paraísos de la tierra.
Un abrazo, insisto, de luz y de reposo y de alegría liberada de los oscuros agujeros del sentimiento que las cicatrices del tiempo nunca consiguen cerrar del todo, para que dejasen de sangrar. Un abrazo absoluto. Para ti y para mí. Para perdernos en él, y encontrar y recuperar todo lo que vamos perdiendo de gran valor en medio de esta vida, en ocasiones, muy salvaje.
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