Si todo el ruido que corre a veces por nuestras venas emocionales en manera de invisibles lágrimas que quieren brotar a toda costa, y que es una muestra de nuestras negras y temporales impotencias ante horas de intenso dolor y miedo, si ese ruido fuera sólo eso, sólo dolor y miedo, y nada más, entonces no tendría sentido alguno seguir para mí.
Pero uno sigue pues cree que detrás de ese mal que todos tenemos en mayor o menor grado, hay algo que le da un sentido positivamente supremo, brillante, total y profundo. Por supuesto, ese sentido nunca lo descifraré con las leyes o la matemática de este mundo, nunca con lógica o sentido común, ni con todos los libros del mundo además de que, con nuestra lógica, sacaría conclusiones fatalistas (es injusto y bla bla bla). No tengo poder de descifrar eso, y a la diosa razón la veo muy pobre de armas ante la vastedad del misterio. Ni siquiera sé si esa incógnita de resultado positivo, la resolveré en otra vida, porque no soy capaz de imaginar si existe eso.
El sentido sólo lo presiento cuando veo la cara de la cruz que ésta lleva brillántemente implícita en ocasiones, aunque haya momentos de absoluto túnel negro. Y a veces, ese sentido se aparece en la calma y sonrisa de amor posterior a los truenos. En todos los bellísimos deseos de muchas personas; deseos de unión, paz y cariño universal. En esta vida, en este mundo. En el abrazo cómplice al doliente, en las preciosas rosas que salen en las espinas, en una caricia o en lágrimas sonrientes de alegría y consuelo, en la presencia de tantas pequeñas velas encendidas en medio de una gran oscuridad, en aquel amigo al que tanto quieres, en tantas buenas personas que se han cruzado por tu camino y que no hubieras conocido de haber llevado una vida convencional.
Hay muchas cosas que justifican o pueden explicar infiernos de horas y días. Por eso es necesario seguir.