sábado, 19 de diciembre de 2015

INUSUAL HISTORIA DE AMOR


       En realidad me equivoqué; la mejor persona, es ésta que viene a continuación. Cuando Pedro Piqueras abre los informativos, comentando, con música sensacionalista, las tragedias del día, pienso que él nunca daría esta noticia. Sin embargo esta noticia TAMBIEN es real, es un notición, algo inaudito, pero real, aunque, quizá, debido al tema de audiencias, no interesa.  En este caso si que no hay idealización, sino asombro. Son doce años y dos meses asombrado ante semejante noticia.
      
       Y cuando los cuatro jinetes apocalípticos que se presentan mañana a solucionar una crisis que pinta muy mal; cuando hay miedo y hasta pánico hacia aquélla, cuando los yihadistas pueden estar rondando por todas partes, cuando nos asustamos con el qué va a pasar, cuando pensamos en las injusticias de este mundo en todos los terrenos; cuando están matando a mucha  gente inocente en nombre de la paz, mientras los que lo hacen nos desean paz y amor; sí, a pesar de todo, para mí, esta historia que voy a contar es NAVIDAD y no la de la nochebuena ni la del día 25 de diciembre; esta historia no es freixenet o ferrero rocher, esta noticia es estupenda por ser real; de hecho, si no la hubiera conocido, mi vida hubiera sido una mierda. El mérito de esta historia no es del que la cuenta, sino de la persona que, siendo, y sólo existiendo, me lo deja facilisimo para explicarla sin esfuerzo.
       
        Esta historia quiere ser también un homenaje a la multitud de personas buenas que cuando se levantan, no se ponen a pensar en como fastidiar al prójimo; en algunos casos hasta ocurre lo contrario. 
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------     

S.
They don’t know you like I do, they don’t know you like I do”

No te conocen como yo te conozco, no te conocen como yo”

De la canción “Without words”, de Ray LaMontagn

I don’t believe in the existence of angels but looking at you I wonder if that´s true…."
No creo en la existencia de los ángeles, aunque cuando te miro me pregunto si eso es verdad…”
                                  De la canción “Into my arms” de Nick Cave.

                  Hace mucho tiempo que no me río con ganas. Se lo comenté un día a S. Oye, ¿No te parece que cada vez nos reímos menos? Es que quizá no hay muchas razones, respondió ella.
                  
            S., balsa balsita, la más equilibrada y menos irritable de todas las personas que conozco, puede que el mismo Dalai Lama se cabree más que ella, . Ella, las cosas como vienen, no tiene nada teorizado, lleva en los genes una forma de vivir pacífica y aceptadora de la realidad, sin juzgar… Ella es un misterio de la naturaleza… Pero qué bello misterio, como el agua del río, al alcance de la mano todos los días su sonrisa generosa. Qué fuerza poderosa tiene esa suavidad y esa dulzura. Neutraliza toda la violencia de mi dolor. S., que no conoce el rencor y a la que pocas veces le llega la ira…. Y la propia ira le llega de forma suave y sin ponerse a vociferar…Cuando dice que está enrabietada yo no se lo noto. Por supuesto, ella no se ve así. La humildad que lleva pegada al cuerpo se lo impide.
               
            Recuerdo que cuando nos conocimos en Gupost (sección de publicidad directa del grupo Gureak) tratábamos mucho con un chico que se llamaba Jorge. Jorge que fue al final el elegido para trabajar allí, mientras los demás nos conformamos con el cursillo. Bueno, el ganador absoluto fui yo: Gané la compañía de S… Jorge nos escribió un gracioso y cariñoso email cuando ya no nos veíamos; se refería a mi ya para entonces novia en estos términos:”En Gupost se echa mucho de menos esa afabilidad desprendida, cumbre del afecto…..” Pues yo la tenía conmigo.
          Que gran poeta era Jorge. Qué lástima fue el hecho de que no quisiera tener relaciones sociales con nadie, fuera del trabajo. Sigue igual, por cierto. Aunque en el trabajo sí hablaba mucho con nosotros. Fue muy respetuoso mientras veía que S. y yo nos íbamos acercando sin darnos cuenta, irremediablemente, como un tranquilo río al mar, con casual dulzura y pequeña gloria, sin forzar, sin buscarlo. “Betiko bikote”, nos decía sonriendo. Él fue nuestro testigo de honor.
       
     Jorge no nos quiso dar su teléfono. Anda siempre solo, siempre solo fuera del trabajo. Maldita esquizofrenia. Todo ese potencial, ese sentido del humor, esa cultura, ese respeto, esa bonachonería, esa conversación; y él decidió desperdiciarla, o guardársela para sí mismo. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Decía ser misántropo y no hubo nada que hacer. Algunos emails sueltos, pero no anda con nadie y tiene cualidades excepcionales. Qué pena. Sólo supimos que vivía en Egia; ni la calle nos quiso decir, y los dos sabíamos cuánto nos apreciaba; cuando lo hemos visto por la calle nos ha saludado con mucho cariño, pero no ha querido quedar.
             Hoy a la tarde hemos ido a casa de S. a jugar a cartas, y, agradable sorpresa, ante unos comentarios que ha hecho ella cuando he hecho doble escoba, me ha salido una carcajada liberadora imparable; qué habrán sido, cinco, ¿Diez segundos?; momentos de absoluta libertad. Salen las cartas, hago doble escoba y las recojo. Ella piensa que eso no se hace así, pero la forma de expresarlo ha sido tan de Ella, que no he podido reprimir la carcajada. Cualquier otra, ante el desacuerdo, me hubiera dicho, eh tío, a dónde vas, que eso no es lícito, casi bruscamente. ¿He dicho ya mil veces que S. es todo menos brusca? Quizá no lo he dicho ¿Que no se irrita casi? Y me dice, sin mover el gesto, con su voz de siempre y toda natural: “Eso no se hace así, se queda en la mesa, pero uno no se lleva dos escobas.” Me lo ha dicho como quien dice: Se te ha caído el bolígrafo. Ni para un lance tan trivial y doméstico utiliza la fórmula del reproche. Y yo me he partido, ella ha empezado a reírse también y le he explicado entre carcajadas mi reacción. Luego hemos estado recordando otras cosas y también nos hemos reído. ¿Hay algo más sano? En ese momento me he olvidado de mis maximizados problemas, completamente, a los que seguro andaba dando alguna vuelta por el bolo.
        También, lo mejor del día ha sido todo lo que le he hecho a reír a S. Somos iguales, jugábamos a la escoba y nos traía al pairo quien ganara, interrumpíamos el juego a base de bromas que provocaban sus carcajadas. ¿Puede haber mayor regalo que hacerle reír a la persona de la que llevas doce años enamorado? Curiosamente, a S., lo que más le atrajo de mí fue mi sentido del humor, mi desenfado y el hecho de que siempre tuviera algo interesante (según ella ¿eh?) que decir. Claro, no conocía todavía las sombras. Pero apostó muy fuerte por ese chico y estuvo a su lado en todos sus naufragios, con él, sin fallarle, y mira que he tenido problemas que ninguna otra persona hubiera podido sobrellevar conmigo. Ella siempre allí, con una forma de estar tan incondicional, tan alentadora a pesar de las trombas brutales de agua…Día tras día, año tras año “que sí, que ya verás como sí…” A prueba de bomba. En fin, S. es amor, es lo más sencillo que puedo decir de ella porque además es cierto.
        Muy poca gente la conoce bien porque en sociedad se promueven otros “valores”: el carisma, el carácter, lo supuestamente guay, saber opinar y hablar de temas “interesantes y profundos”, la gente que sabe divertirse y quizá ella y yo somos unos sosos, además de estar marcados por el estigma; y al final, eso qué más da.
        Un Domingo, sabiendo lo mal que lo había pasado el Sábado, cuando me presenté en su casa con una sonrisa, le salió a ella otra, de oreja a oreja, qué ilusión verte así, decía, qué bien… Después de todo lo de ayer.
       Luego tiene una capacidad de dejarse tomar el pelo y de reírse de ella misma inigualable. Cuando la imito, cuando me burlo cariñosamente, ella ríe y ríe; una vez puso los brazos en jarras y me dijo “Oye, a usted le gusta mucho imitarme ¿no?” Esto lo hemos recordado infinidad de veces.
       
        S. tiene mucha costumbre de hablar de su ropa, cosa que es un tema, que, por más esfuerzos que hago, no ha conseguido interesarme nunca. Una vez quise que se diera cuenta de que me hablaba de algo totalmente ajeno a mi interés, cuando estaba con el tema de la ropa y le solté, después de una explicación que me dio sobre pantalones, de sopetón:
        “Oye S. ¿Tú que opinas de la nueva propuesta de UP y D sobre la disyuntiva que se está creando en el tema de…?” Se me queda mirando fijamente y sin esperar más de un segundo me dice con tranquila e inocente espontaneidad: “Ah, yo de eso no tengo ni idea” (y me importa un rábano, le faltó decir, pero es demasiado correcta para haber dicho eso) y salió de la cocina tan tranquila. “¡S…!, ven un momento por favor…” “¿Qué pasa?” Y entonces le explique el juego que le había hecho ante lo que soltó una sonora carcajada. La carcajada de S. es lo menos forzado que pueda escuchar uno nunca. Es una alegría natural que le sale de dentro. Cuántas veces, estando yo en su casa, ella en el salón ante la tele, yo en otro cuarto leyendo o simplemente escuchado música o haciendo nada, la he escuchado reír abiertamente ante algo cómico de la tele, con una salud de alegría contagiosa, con una pureza del sentimiento provocador de la risa totalmente única e insólita. Qué limpia está por dentro.
           Por supuesto, tiene defectos; unos cuantos…Pero por el respeto que le tengo, la gente que llegue a leerse esto (si es que llega) no tiene por qué enterarse de esos defectos. Que yo no tenga miedo de exponer los míos, no tiene nada que ver con el hecho de exponer los suyos. Yo no tengo derecho a hacer eso pues (tal y como dice una muy sobada frase) los trapos sucios se limpian en la cocina.             
          Hay algo increíble en su personalidad: no habla mal de nadie. Y mira que algunos le han hecho daño. Y si lo hace muy lateralmente, enseguida se apresura a decir, sobre la persona mencionada: “Aunque reconozco que tiene unos valores buenísimos que…” No tengo ni idea de por qué lo hace, ya digo que es un misterio; tanto que no parece de este mundo; porque ella, y que se me oiga bien, nunca, nunca me juzga y me trata exactamente igual esté yo en el estado en el que esté, represente yo el rol que represente; en realidad yo nunca represento un rol con ella, puedo ser enteramente yo mismo, porque me veo querido; cómo enfadarme con alguien así, cómo quejarme de ella, cómo abusar de su bondad, debería ser poco menos que un desagradecido inconsciente, una malisima persona, y a tanto no llego.
         Todo esto me permite ser muy amable con ella, darle todo el cariño que puedo, me sale solo; sé que le ayudo a veces y también que disfruta a veces de mi compañía. Nos llevamos bien, que no es poco tras doce años y dos meses.
        Ay S chiquitita… El fin de semana en casa de S… Qué calmosa es su presencia. La tensión desaparece. No nos pedimos nada especial. ¿Qué hemos hecho? ¿Algún maravilloso plan de fin de semana? No necesitamos nada de eso; estar con Guillermo ayer, con la tía hoy, comer juntos, ver algo de la tele juntos. El mismo programa estúpido deja de ser  estúpido si lo comentas con ella. No hace falta nada. Ya está. S. y yo pues, somos muy simples en cuanto a pareja, el cariño va solo y nos complementamos. Veré esta tarde a S., que es mi belleza y bálsamo , y que me dijo, que me dijo, repito, S., sí, cuando yo estaba muy mal y le dije que no tenía fuerzas ni razones para seguir, ella dijo: “Pero me tienes a mí”.
          Recuerdo que una mujer que hacía y hace crítica de cine era una apasionada seguidora de la actriz Susan Sarandon. Hasta que esta actriz, en la película “Pena de Muerte” representó a una monja que acompañó a un asesino (al que interpreta Sean Penn y que se le confesó al final entre sollozos) en sus últimos días antes de ser ejecutado, con visitas casi diarias, incluido el día de la ejecución en que se miraron con amor. Lo que haga Dios al respecto lo ignoramos todos. Ni siquiera sabemos si lo hay.
       
         La señora crítica de cine dijo al respecto del papel de Susan Sarandon: “Bueno, a mí ese personaje tan bondadoso (lo dijo despectivamente), tan bueno, tan irreal (eso es porque no conoces a S.; soy el novio y autor de este apartado, pero sigue), sin dobleces, sin sutilezas me decepciona totalmente; me parece tan poco interesante….” Eso lo diría por lo interesante que es ella.
         Lo decía en otro apartado, son los malos los interesantes, por lo visto. Pues a mí S. me interesa muchísimo, hasta el punto de amarla como no he amado a nadie nunca. Lo único que sé es que no podré ser correspondido en el grado, porque mi amor es algo que no me cabe en todo el entendimiento, pero si en el corazón.


Nunca se podrá medir todo lo que yo te quiero, S....




miércoles, 16 de diciembre de 2015

TODAVIA QUEDA GENTE COMO EL

AVISO PRACTICO Y ANTI-LITERARIO: SUELO IDEALIZAR A ESTE TIPO DE PERSONAS.

SALVA



Volviendo al mono-tema.  

Cuando ingresé en el sanatorio de Usúrbil, en Enero de 2013, por causas que mejor no repetir, tuve la suerte de ser atendido por una gran psiquiatra, de la que quizá hable algún día; en realidad, debo matizar que, todavía no era una gran psiquiatra, pero eso era  porque llevaba sólo dos años ejerciendo. Porque era una persona fuera de lo común, en cuanto a inteligencia, empatía y sensibilidad... Un diamante en bruto que hará mucho bien, pues su trato con el paciente rompía esquemas de atención muy  anticuados.

    Pero lo que quiero recordar ahora, es, que tuve la suerte de tratar casi desde el principio con Salva. Ya en los primeros días, fue un hombre que me llamó la atención. Él se sentaba delante de una mesa redonda, al fondo de la biblioteca y atraía a cierta gente a su alrededor. Era un hombre menudo, de rostro agraciado, facciones suaves y al mismo tiempo curtidas, y en su persona, bajo lo que parecía seriedad, uno se topaba con mucha humanidad.

   Nos juntábamos todos los que queríamos alrededor suyo, y aunque él tenía predilección por una buena chica de Zumaia y por un hombre de Azpeitia, admitía a todos y para todos tenía el mismo trato amable; una palabra de ánimo, un intento de apoyo, una poesía de Benedetti (“No te rindas”), alguna sonrisa precisa en algún momento dramático. Siempre sin resultar empalagoso, era oportuno. Alrededor de él se formaban tertulias y era muy moderado, pero siempre intentaba poner un ambiente positivo en la mesa. Trataba de mantenerse integro. Además era muy inteligente y una conversación con él podía ser o de tono intelectual, o de modo desenfadado, anecdótico y hasta entretenido: le gustaba plantearnos juegos de tipo matemático o pequeños acertijos que había que resolver con picardía e ingenio; cosas de las que yo, cuando estuve con él, dado mi pésimo estado, (por razones X), carecía completamente. Cuando se iba a marchar, una auxiliar dijo de él, “Bueno, Salva es uno más ¿eh?”. Vale, probablemente para ella lo era, para algunos de nosotros no era “uno más”. Era algo más que eso. Que lo sepa la auxiliar. Que lo sepa.

Más que nada porque hizo, de forma sutil, bastante bien a su alrededor.

Salva solía decir que de todas las personas se podía aprender algo, cosa que comparto plenamente… Por las mañanas solía estar sentado siempre en el mismo lugar, delante de la mesa redonda de la biblioteca, como si viviera allí, escribiendo en un cuaderno. Me dijo que eran reflexiones, cosas que había leído en un momento en una revista, una conversación que acababa de tener con alguien. Y hasta conmigo mismo. Sacaba también mucho provecho de todo lo que la situación le ofrecía. Las sesiones de jardín, la pala en el frontón. Los paseos al aire libre alrededor del monte. Él casi nunca bajaba al bar, prefería caminar y no estar quieto.

En las tertulias, parecía que si no estaba él, faltaba algo esencial. Faltaba el caballero. De hecho, cuando se fue, dejó de haber tertulias.

Yo estaba mal y él lo notaba. Era evidente, ¡como para no notarlo! Si veía que estaba con mucha ansiedad sólo por pensar que al día siguiente tenía que empezar a hacer actividades en la huerta, me tranquilizaba diciéndome, no hombre, eso es sencillísimo. Ya verás, no te apures. Al día siguiente me preguntaba cómo me había ido. Y le respondía que me las arreglé. “Ves, y ayer con una ansiedad y una preocupación enorme.”

Un último detalle sobre Salva. Un jueves en el que yo no aguantaba mi malestar y después de hablar con María Rodríguez  en su despacho ( pues era mi psiquiatra) me volví a dirigir a ella algo más tarde cuando estaba sentada en un banco del césped (o jardín sin flores) atendiendo a otro paciente; me dirigí a ella de forma desesperada. Se puso tremendamente seria y me dijo, severa: “Antxon, estoy hablando con Iñaki.” No sé por qué razón, intuí que había posibilidades de que me quedara sin salir por la tarde. Efectivamente. Le dije a una auxiliar que no sabía si podría salir a la calle por la tarde. La auxiliar, que era muy amable, llamó a mi psiquiatra, y ésta dijo que, “en coherencia con lo que había pasado, no era conveniente que yo saliera.” Gigante y sublime  homenaje al eufemismo, para evitar decir la palabra castigo. Ella era así.

Al día siguiente, viernes, me levanté tan derrotado que adopté (o me decidí a tomar) una actitud de tirar absoluta y totalmente la toalla; Salva, que en aquellos días era mi compañero de habitación, se alarmó un poco. Sobre todo cuando le dije que no iba a ir a la huerta y que no iba a luchar. Que luchase su padre. Durante el desayuno Salva me pidió el número de mi móvil. Y para qué, dije yo. Tú dámelo. Se lo dije y no apuntó nada. Se lo habría aprendido de memoria, menudo elemento. Me quedé toda la mañana en uno de los sofás, de los muchos que había delante del televisor, en una sala “dedicada”, parece ser, a ver la televisión. De todas formas ésta solía estar apagada a las mañanas. Y repito, me quedé toda la mañana en uno de esos sofas, auto-torturándome. Por supuesto, no fui a la huerta, con lo que me estaba ganando no poder ir el fin de semana a casa. El encargado de la huerta vino pasadas las doce de la mañana hacia donde mí, a pedirme explicaciones. Le dije que no había ido y que no tenía excusas.

Hacia las tres aparece mi psiquiatra María. Entro en su despacho a petición suya… Le digo que me da igual todo y que haga y diga lo que le dé la gana. Y entonces, (me cambio de tiempo verbal ahora) me dijo, nada menos, que, esto: “Creo que sería conveniente que pasaras el fin de semana en  en tu casa.” No me lo podía creer. El mundo al revés.

En cuanto llegué a San Sebastián me metí a una cafetería y di cuenta de un café, un chocolate, unos dos o tres pasteles y hoy es el día en que todavía me pregunto cómo no exploté allí mismo de empacho grave.

Al día siguiente estaba tan feliz con S. en la parte vieja de Donosti y me sonó el móvil. Quién sería. Era Salva. Repito. Era él. A ver cómo me encontraba. Le dije que muy bien (ojo al dato, muy bien; recordar día anterior), que estaba en Donosti con S. Muy bien.

Antes de ayer, cuando ya había pasado más de un año entero tras toda esa historia, le mandé un mensaje a Salva, preguntándole cómo andaba. Me respondió que bien, que se alegraba de que yo estuviera vivo (¿?) (se ve que al final leyó mi libro de Umbral que le regalé), y que se alegraba más todavía de que me acordase de él. Que estaba muy bien. Le mandé otro mensaje: “Estoy escribiendo lo que pudiera ser otro libro. Me gustaría introducirte entre María y quien tú ya sabes, pero tengo que contar con tu permiso. Cambiaríamos el nombre y te pondría bien”. Él responde que tengo su permiso y que lo del nombre no le importa, que hasta le haría ilusión aparecer con el nombre real; que no le tenía que poner bien, que contase la verdad. Pues bien, amigo, eso he hecho, ahora me debes el café que te pedí que me concedieras cuando te mandase esto. Lo que ocurre con lo de la verdad, es que mi verdad está contada desde el cariño y desde ahí a ver quién es objetivo. Pero como no se pretende hacer ciencia exacta, pues estoy contento.


jueves, 10 de diciembre de 2015

FOLLOWERS?!?

      No sé si será que hoy estoy algo ganso, pero me parece que a estos del blogger, que tan amablemente me ofrecen espacio para esparcirme, a veces se les va la olla un montón. ¿Pues no van y me dicen que han sido vistas 1346 páginas? ¿No será que están teniendo en cuenta las 1341 páginas mías que he visto yo mismo, además de las cinco que ha visto mi padre?!!.
        Y lo que es peor, me indican que en España han sido vistas 88 páginas, una en Reino Unido, una en Ucrania, y aquí llega el sueño de mi vida; 18 páginas vistas en los Estados Unidos. O sea que blogger me dice que he llegado nada menos que al país de las grandes oportunidades y libertades (bueno, éstas se han quedado en estatua). Las cifras no casan. De verdad que dicen lo de Ucrania y Estados Unidos, yo con estas cosas no juego.

viernes, 4 de diciembre de 2015

PERIODISTAS DESINFORMADOS: PELIGRO



El porcentaje de enfermos psíquicos violentos, peligrosos o asesinos es muy pequeño dentro de toda la comunidad general y absoluta de un país llamado España. Y también dentro de toda la comunidad de enfermos psíquicos dentro de esa nación. Si lo comparamos con el porcentaje de criminales sin enfermedad psíquica grave, en el conjunto del país de nombre España, veremos que el porcentaje de los enfermos psíquicos criminales, es, por comparación, absolutamente ridículo en su pequeñez. En la cárcel, cogiendo como marco a todos los presos comunes, sólo un 4'2% padece enfermedades psíquicas graves. Estas son tres, y se denominan “Depresión Mayor Recurrente” (mi primer diagnóstico se llamaba así, hace más de veinte años) Trastorno Bipolar (mi segundo y definitivo diagnóstico se llama así) y Esquizofrenia (tres de mis mejores amigos la tienen; cachos de pan; la esquizofrenia suele presentar tres tendencias psíquicas diferentes. La más común, y que nadie se asuste antes de aclararlo en medio minuto, se llama “paranoide”). Por lo tanto hay muchísima gente con enfermedad psíquica grave fuera de la cárcel o de psiquiátricos penitenciarios. ¿Por qué? No son violentos con sus crisis controladas con medicación. Incluso, muchas veces, sin estar medicados.

Una importante puntualización. La palabra “paranoico” no denomina a un loco peligroso. Denomina a una persona que interpreta la realidad de manera muy equivocada; la mayor parte de las veces se cree perseguida. Yo que tú no me reiría demasiado. Tú mism@ podrías engordar la lista de gente con paranoias. Cualquier día. Pero la persona en estado paranoide (el paranoico) sale de su infierno por medio de medicación. La mayoría de las veces; conozco un terrible caso en el que la persona que padece paranoia no responde a tratamiento y sufre una barbaridad, pues sigue sintiéndose perseguido. Te vuelvo  a decir otra vez que reírse de lo que te puede pasar, es peligroso. A esta persona y a los que padecen puntualmente paranoia (crisis a la que se accede vía esquizofrenia o vía  trastorno bipolar: euforias y depresiones) lo último que se les ocurre (en general, como también diría en general, si hablase de diabéticos, calvos o cojos) es dañar a otro. Por cierto, si utilizo el nombre “enfermo psíquico” y no “enfermo mental" es por algo que explicaré otro día. Esto se alargaría demasiado y  soy un lector lento.

En cuanto a lo que digo, lo hago por medio de los datos que ofreció el diario digital 20 minutos.com el 24 de mayo de 2011 al respecto del tema que aquí se trata.. Ando tarde, sí. Luego explicaré por qué. Siguiendo con los porcentajes y los datos que dio aquel día el diario nombrado sobre lo que nos ocupa, resulta que los enfermos psíquicos que hay en la cárcel de ese país llamado España copan un 42'5% de la comunidad formada por todos los presos. Es una cifra que se sostiene de forma garrafal. No se sostiene de ninguna forma. Pues hay varios problemas ahí. Primero porque se dice que el 23'13% de los presos padece trastorno de ansiedad. Es un error que se nos diga eso, cuando nos están hablando de la enfermedad psíquica. Porque resulta que padecer trastornos de ansiedad (si eliminamos casos graves de ansiedad crónica, que no son tan frecuentes) no es padecer una enfermedad psíquica, y si en pocos casos lo fuera, no es tan grave como las más duras. Por otra parte y según la fuente de la que hablo (el diario digital 20 minutos), que basó sus cifras en la información que parece que dio al respecto la señora Mercedes Gallizo  (secretaria o dirigente principal de instituciones penitenciarias entre 2004 y 2011, época Zapatero; y digo parece porque la forma de dar la "noticia" es cuando menos ambigua)  en fin, que según esa o esas fuentes, según algún tipo de informe, por lo visto, tener problemas con drogas es una enfermedad psíquica (y no lo es, salvo que de ella se derive a una enfermedad psíquica; pero esto, muchas veces, no pasa), porque se da el dato de que la gente con esta “enfermedad” (problemas con la droga) engloba a un 17'3% del conjunto de todos los presos. Y, penúltimo, un 14'9% de todos ellos padece depresión. Cualquier persona  podría padecerla en la cárcel,(delincuente o no), lugar que no ayuda en absoluto a sentirse animado y sin bajones, por cierto. Por tanto ese 14'9% de gente con depresiones es un porcentaje cuando menos muy dudoso y no demasiado fiable para hablar tampoco en este caso de "Enfermedad psíquica" con absoluta rotundidad. Las cifras, aburridas siempre, terminan con ese ridículo 4'2% de enfermos psíquicos graves en las cárceles (y por suposición, pero suponiendo fatal, serían los más peligrosos).

Otra cosa; no se debe confundir psicótico (que es un estado en el que aquél que lo padece, al interpretar la realidad muy mal, puede pensar que todo el mundo está en su contra, por ejemplo, y está muerto de miedo y no le da por ponerse a descuartizar gente) con psicópata. La psicopatía no se encuentra dentro de la psiquiatría. Con los psicópatas no  queda más remedio que meterlos en la cárcel, y es peligroso que salgan, pues no tienen conciencia del mal. Ni se pueden reinsertar, ni “curar”. Y los psicópatas si que son muy peligrosos.

Si hay que utilizar la palabra “peligroso”, para los enfermos psíquicos, para nuestra dignidad, los más “peligrosos” son los periodistas de todo tipo de medios de comunicación, que cada vez que tienen oportunidad para ello, cuando alguien con enfermedad psíquica comete un asesinato, dicen, SIEMPRE y como una explicación relevante, lo siguiente: “el asesino estaba en tratamiento psiquiátrico” (cuando son la minoría); ni siquiera sabemos si el asesino mató por tener enfermedad. De todo el resto de criminales sin enfermedad, no se dice nada.

La escritora y periodista Rosa Montero, escribió una vez un artículo a propósito del trágico suceso de un copiloto al que no correspondía pilotar y se puso a ello forzando la situación, tras lo cual estrelló el avión para matarse él y de paso a todos los pasajeros y al resto de la tripulación. Como se recalcó demasiadas veces el hecho de que tenía depresiones, a Rosa Montero se le agradece infinitamente uno de sus últimos comentarios en aquel artículo: Aquel hombre no mató a la gente por padecer depresiones, sino por maldad. Y por carecer de una mínima compasión hacia el prójimo. Yo haría extensible esta reflexión a los casos en que esquizofrénicos o bipolares cometen crímenes (son minoría). Van Gogh era pacífico y esquizofrenico, Virginia Woolf era bipolar, y a pesar de padecer  una enfermedad psíquica grave, ambos aportaron mucho. Y hay muchos casos más.

Antes de seguir, debo de decir que aquí hay dos o tres irresponsabilidades. Una, la del redactor de la noticia, que da datos sin matizar y a toda prisa. La segunda, probablemente de Mercedes Gallizo, que puede que fuera la que dio datos de forma tan ambigua. La tercera, y la más importante, es mía, por dejarme guiar por esa “irresponsabilidad” y no buscar otras fuentes, teniendo en cuenta que la tal Mercedes Gallizo dejó de ejercer hace cuatro años, con el cambio de gobierno. No tengo excusa; tampoco mucha fuerza para ofrecer documentación absolutamente precisa, rigurosa, exacta u ortodoxa. Coño, que yo también tengo enfermedad y ando como puedo. Dos antidepresivos y medio, tres pastillas que equivalen a 12 orfidales (ansiolíticos) diarios, dos reguladores y un relajante mayor. Y algo más. Pero eso no me justifica. A pesar de ello busco que se nos entienda.

Pero estoy seguro de que cualquiera que vaya a buscar datos o conclusiones sobre estos casos, en los que los periodistas  realizan gratuitamente la relación de los enfermos psíquicos con la violencia, podrá llegar a mi misma deducción, con la  ayuda de Google o de libros especializados al respecto, y teniendo en cuenta siempre que trate de constatar hechos de una manera feaciente, y  legitimados por gente experta en el tema. Repito por enésima vez: De todos los crímenes que se realizan, los cometidos por gente “sana” son miles de veces más numerosos que los cometidos por gente con enfermedad psíquica.

Por tanto, si cada vez que algún enfermo psíquico comete un crimen, entre todos los demás criminales (la inmensa mayoría), los medios de comunicación piensan que es necesario y relevante decir que ese criminal estaba en tratamiento psiquiátrico, y de hecho lo dicen, desearía también que cuando informen sobre todas los demás personas “sanas” que cometen actos criminales, se dijera también que el criminal llevaba gafas habitualmente (alerta con la gente con gafas), o compraba ropa en el Corte Ingles (peligrosos los compradores de ropa en el Corte Ingles), o solía ver programas de televisión absurdos, o tiene pies planos, o lleva tatuajes, o le duele habitualmente la espalda, es calv@ y le huele el aliento. De forma horrorosa además. El olor del aliento.

Porque ya está bien. No basta con los horribles sufrimientos que padece un enfermo psíquico. Encima, resulta que es potencialmente un criminal.

          Y por último, como vivo en un territorio en donde hay que dar explicaciones, las daré. ¿Por qué digo "un país llamado España"? Muy fácil. No consigo definir mi identidad según la pertenencia a ningún territorio. No me siento Donostiarra, ni vasco, ni español, ni europeo (aunque bien que me aprovecho del "bienestar social" (qué término más horroroso, por cierto) que eso me da)); y ni siquiera me siento ciudadano del mundo. No tengo la culpa de sentirme así. Y tampoco me siento orgulloso de ello, precisamente. Es un sentimiento como el de la creencia religiosa. No me los explico.


jueves, 3 de diciembre de 2015

QUISIERA SER UN PEZ

PABLO

(Los que son como tú deberíais ser siempre los primeros; luego llega la realidad)



Quiero recordar aquí a Pablo.

A Pablo lo conocí en el año 1997 en mi primer ingreso en el sanatorio de Usúrbil, el de la locura pura y dura, la droga más heavy de todas. Y la verdad, con todo el daño que me hizo ese lugar, me está dando material para dar y tirar. Sin embargo ese material nunca rentabilizará el horror.
Es curioso que en otro sitio yo escribiera lo que me pasó allí, y en el momento de escribirlo (hace más de diez años) se me hubieran borrado totalmente de la memoria unos segundos del trato que tuve yo con Pablo. Me olvidé hasta del mismo Pablo; y en concreto, esos segundos, aparecieron en mi memoria no hace mucho tiempo, a pesar de que ocurrieron hace 18 años y de que sean absolutamente entrañables.
Y es que Pablo y sus escasas palabras, fueron en el fondo, lo mejor.
Pablo era medio autista. Tenía una forma un tanto enrevesada de hablar, y las frases que decía no eran del todo coherentes. Digamos que estaban un poco por debajo de lo coherente... Pero se daba cuenta de todo. Más de una vez bajé con él a un barrio del pueblo de Usurbil, donde algunos pacientes del sanatorio solíamos ir a algún bar a tomar café. Nuestra comunicación era más testimonial que de ideas, evidentemente, pero éramos amigos. O al menos yo lo tenía como tal.
Un día, en medio de las horas muertas que allí se nos paseaban  de   una forma totalmente insultante  por delante de nuestras impotentes y resignadas narices, le dije, Pablo, ven a mi habitación, que te voy a cantar una canción: en el cuarto había dos sillas; él se sentó en una, yo en la otra. Estaba de moda por aquella época una canción de Juan Luis Guerra que se titulaba “Burbujas de amor”.
“Tengo un corazón mutilado de esperanza… quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por dondequiera…” Cogí la guitarra y se la canté, venga. Y él aplaudió con mucho entusiasmo…

Casi un año después de este suceso, y encontrándome yo totalmente recuperado de la depresión que me había llevado a Usúrbil durante dos meses, me fui en bicicleta a dicho pueblo; se me ocurrió, llegado al barrio a donde solíamos bajar, subir y bajar la cuestecilla que llevaba al Sanatorio. Aunque yo estuve dos meses en aquel lugar, Pablo “vivía” allí. Por eso, en cuanto llegué, grité, Pabloooo, y ahí apareció él, “Aquí, aquí estoy, aquí, aquí, yo, yo, Pablo, sí, sí…” 

  Tras salir él del sanatorio le saludé con el cariño que me provocaba su persona
“¿Qué tal estás Pablo?” Parecía no reconocerme; comenzó a investigarme la cara con ojos curiosos, sin caer en la cuenta todavía, con mucha curiosidad, insisto; en un momento determinado sonrió, se le iluminó la cara y empezó a cantar “….eh…burbujas de amor en tu pecera… tengo un corazón…” Estas cosas no ocurren a menudo. Por eso aluciné con su forma de dirigirse a mí.

Recuerdo que durante mi ingreso, Pablo y yo estábamos un día sentados en los  horrorosos asientos del feo caserón y me dijo la única frase total y absolutamente coherente, (de principio a fin) que le escuché durante mi estancia, incluyendo mi nombre además, con la inocencia y la naturalidad propia de un niño; fue una pregunta para la que yo no estaba preparado, viniendo de quien venía: “Oye Antxon, ¿Tú sabes por qué tenemos que sufrir tanto en esta vida?” Qué respuesta podría darle yo. La pregunta además, no era una queja, era una curiosidad… algo que escapaba a su control…