martes, 27 de octubre de 2015

escribir, leer, escribir, leer...

Para Jaione, que se tomó la molestia de leerme.

,

Tengo 43 años y estoy aprendiendo a leer. Todavía soy un mal lector. Está completamente de sobra decirlo, pero lo quiero decir: aprendí a leer, a modo de mecánica mental y como la mayoría de los niños, en el periodo que engobaría la distancia temporal que hubo entre mis seis y nueve años. Pero yo no leo bien, en el sentido de que no sé hacer lecturas sosegadas y pacientes.

 Podría esgrimir una excusa. La sempiterna enfermedad psíquica. De veinte a veinticinco años mi estado de ánimo más habitual era todo lo contrario a lo que la palabra estable señala. Empecé a leer en serio con 29 años. Debido a que no tenía muy domados los efectos o incluso los orígenes psíquicos de mi enfermedad, que en mi opinión tiene también raíces orgánicas (jo, no me quiteis pastillas, dejadme dos o tres), leía con demasiada pasión; peligroso en mi estado; la pasión hacía, en mi caso, que una gran afición (leer), se convirtiera en necesidad imperativa, compulsiva y por supuesto obsesiva; en fin, que yo leía desde una absurda obligatoriedad (pensaría algo así como que, si no leía, no podría ser feliz; alguna chorrada por el estilo); como consecuencia, leía muy mal, sin orden ni concierto, sin paciencia, de forma que rozaba lo enajenado; iba siempre buscando el libro perfecto para mí; nadie daba la talla. En realidad sí la daban; era yo, que debido a una búsqueda alocada de las grandes sensaciones que algunas primeras lecturas me habían provocado, entraba al fin en un desastroso y casi desquiciado camino en donde nada era lo suficientemente pasable. En realidad, en ese camino de embrollo, la paciencia era tan inexistente que ya en la primera página de cualquier libro, dejaba de leer, pensando que ese (o cualquier) libro no podía satisfacer mi desequilibrada búsqueda. Un día le dije a una psiquiatra que no podía leer; el machaque al que había sometido a mi mente con el tema era tan fuerte que terminaba bloqueado. La psiquiatra dijo que no leyera.

Esgrimiendo de nuevo mis excusas diré que entre los 33 y 42 años pasé épocas de constantes cambios de medicación, miedo a la vida, hundimientos constantes, ingresos y para qué seguir.  Y a mí que me cuente alguien, y de forma sencilla, a ver qué hijo de vecino es capaz de tener lecturas sosegadas y digeridas con paciencia, en nueve años de semejante desbarajuste. Que yo hubiera escrito un libro durante ese periodo, me parece simplemente milagroso.Debo la vida a mi novia, que siempre estuvo conmigo, y a la que nunca podré pagarle todo. Y no pienso repetir que me repito. 

La extraordinaria escritora Rosa Montero, (cuyos ensayos literarios y aquellos que hablan de otros temas (por ejemplo sobre Marie Curie, en “La ridícula idea de no volver a verte”) me parecen escritos con una calidad literaria más que bastante buena)) habla, en el capítulo quince de un libro suyo, sobre la lectura y la escritura. Dice, al comienzo de ese capítulo lo siguiente: “No conozco a ningún novelista que no padezca el vicio desaforado de la lectura”. Siguiendo la linea de una cuestión que planteó en un ensayo la escritora Nuria Amat, cuando Rosa Montero ha planteado a casi todos los autores que se ha encontrado por el mundo la cuestión de que, si por alguna circunstancia que no viene al caso, tuvieran que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamas, cuál sería la opcion que escogerían, se encontró con lo siguiente: 

Resulta que por lo menos el noventa por ciento escogen (entre ellos, ella misma) seguir leyendo. Dice que el dilema es un buen revelador del alma humana, porque tiene la sensación de que muchos de “aquellos escritores que dicen preferir la escritura son gentes que cultivan más su propio personaje que la verdad”.

Cáspita; ¿¡Han dado conmigo!? Pues depende, porque aunque tengo que reconocer que soy poseedor de una vanidad gigantesca (por mucho que intente disimularlo con la gente y en mis escritos), tengo la certeza  de que no estoy dentro del grupo de novelistas (porque novelista no soy); pero al grano: tengo muchas reticencias a la hora de verme  dentro del grupo de los autores o escritores en general. ¿Estoy jugando a algo? En absoluto. A la vez que pienso que soy vanidoso porque me gustaría que todo el mundo me alabara y me elogiara y me dijera siempre lo guay que soy o lo bien que escribo (algunas personas me han dicho esto último, por cierto) no me considero (y no sé en realidad por qué) un escritor. Sí, he escrito dos libros. Como sólo el primero pudo editarse y el segundo ni lo he mandado a ninguna editorial y lo tengo repartido por este blog, da la falsa impresión de que sólo el primero cuenta, porque, debido a una carambola en forma de regalo de una cuadrilla, se editó. No así el segundo. Pero también es un libro, aunque sin editar.

No pretendo ser escritor de forma absoluta. No lo soy. Me gusta escribir. Y sí, se me hace mucho más fácil escribir que leer, y disfruto mucho más escribiendo; otra excusa; mis ocho pastillas diarias enlentecen la capacidad de lectura. No entiendo por qué no lo hacen con la escritura. Lo que escribo, en todas las variantes de mi contradictorio “yo”, soy, y por favor, no me perdonéis esta redundancia, “Yo”. ¿Pero qué es lo que me hace desnudarme psicologicamente, por medio de un mono-tema que puede terminar siendo cansino? ¿Será el hecho de querer que la gente me quiera? García Márquez decía que él escribía para que le quisieran; en mi caso eso es cierto y no es cierto. Por  mucha gente que te lea, yo dudaría mucho de ese tipo de amor, o de querer, o de cariño. Eso que llaman reconocimiento, me parece una trampa muy  peligrosa.


A fin de cuentas ¿A  dónde me conduce esta especie de artículo? A ningún sitio y a todos. Porque de todos modos pienso que es difícil cultivar la verdad abandonando el personaje que todos tenemos dentro, y también si abandonásemos el personaje social, que, está claro, representamos ante personas que conocemos y nos conocen y no somos enteramente nosotros.
Y la única verdad que conozco es que al no tener capacidad de fabulación, sólo puedo hablar de lo que tengo más cerca, o sea, mi persona (me suena que esto lo dijo Unamuno o algún otro) Pero bueno, aquí cada uno hace lo que puede con sus aficiones, hasta que nadie quiera verte ni en lecturas.

Una última cosa: que nadie deje de leer la obra cumbre de Rosa Montero: “La ridícula idea de no volver a verte”.

YO











sábado, 24 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (última entrega)




 Pues sí, sintetizando el capítulo anteriormente escrito, el LUGAR material (muebles etc) de la segunda estancia, me recordaba todo lo horroroso de mi primera estancia; pensé que había vuelto al infierno por propia y estúpida decisión.Y no era sólo el estilo, que desde la puerta entreabierta parecía no haber cambiado nada. Ya digo que la doctora salió del caserón para hacerme una entrevista en otra estancia y por la puerta entreabierta pude observar el antes llamado espectáculo; pues observé, además del horripilante vestíbulo (igualito que en 1997), a gente paseando apáticamente por él, con algunas caras descompuestas, como la que se me estaba empezando a poner a mí, por cierto; y me puse a sudar. Este es un tema muy subjetivo, pues también en el psiquiátrico de Donosti había gente así (con descompuestas caras), pero todo mezclado en unos pocos segundos, me provocó un cóctel de sensaciones difíciles de asimilar.

Como consecuencia, repito, me puse a sudar. A sudar por todos los poros; con el frío que hacía... Digamos, que en unos segundos, en un minuto o dos, mi estado de ánimo bajó del ocho al dos. Y así se mantuvo unos meses. La entrevista con la doctora fue un desastre; yo ya no estaba en condiciones de hablar con tranquilidad; la que tuve con la asistenta social tampoco fue mejor. Además la psiquiatra me hacía preguntas que no quería contestar al lado de mi madre. Ya tenía ella suficientes recuerdos traumáticos.

Al final entré. ¿Qué había cambiado allí, socorro? Una auxiliar me reconoció de la anterior estancia. “No te preocupes, sólo quedamos cuatro personas de aquella época, la mayoría de la gente se marchó (¿?) y a otros les dieron otro destino, afortunadamente todo ha cambiado, aquello era droga dura” Lo dijo ella, no yo. Que se sepa que lo estoy pasando un poco mal incluso ahora que lo recuerdo y cuento.

No pienso describir el lugar en el que solíamos “vivir” a diario. Éste sí era nuevo. Pero estaba demasiado cerca del vestíbulo (igualito, repetiré hasta hartar, que en 1997); un vestíbulo dónde yo había visto a gente chillando y andando a toda velocidad, en un corto camino, que venía de las horripilantes escaleras hasta la puerta de entrada (unos ocho metros, o cinco, o seis (plagio a Bolaño)); sí, ese pequeño (o no tan pequeño) espacio, recorrido por aparentes zombies,  de un lado a otro, como posesos; tuve que tratar, en aquel sitio y más de quince años antes de este segundo ingreso, con cierto personal que insultaba y chillaba a internos; a mí también me gritaron. En este segundo y último ingreso, la gente, el personal, efectivamente, había cambiado; eran muy amables y los internos no asustaban pues ya no había mezcla de agudos (casos cortos y puntuales) media estancia, larga estancia, crónicos (¿locos?)...

Pero insisto, estoy hablando de mi estancia y de mis sentimientos, con toda la carga subjetiva que tiene eso. Había mucha gente que estaba a gusto allí. Era mi fobia al lugar físico la que no se había movido ni un milímetro y esto me hizo pasar una temporadita bastante desagradable. El escenario más esencial del crimen, vuelvo a repetir. seguía inalterable.

A las cinco de la tarde nos dejaban salir a la calle con dos euros; yo no podía tomar dentro nada dulce ni grasiento pues me detectaron colesterol.

El aire fresco, la ilusión de llegar en diez minutos de camino al hogar del jubilado, donde nos sentábamos en una acera que hacía de terraza; puf; y allí, allí sí, fuera, fuera, tomar café con leche, prohibido arriba, bizcocho, también prohibido arriba, y hasta caramelos y estar sentados mirándonos en paz y alivio psicológico.
         Aquello era todo, todo, aquello, tan simple, tan sencillo, era para mí, un paraíso temporal; en el que no se sabe por qué, uno se olvidaba del sanatorio carcamal. Una cosa rutinaria y normal convertida en LUZ TOTAL debido a las circunstancias.
                           FIN


miércoles, 21 de octubre de 2015

EL ESCENARIO DEL CRIMEN (primera entrega)


  
         En mi primer (y quizá último) libro, hablé, tal y como lo he hecho en este blog, del Sanatorio o psiquiátrico de Usurbil (en este blog he hablado, y hablaré  sólo de mi segunda y última estancia); en el libro que ya hasta me da vergüenza nombrar, lo llamé con otro nombre por si acaso (tremenda ingenuidad); cómo estuve allí, más o menos de Junio a Agosto del año 1997, bueno, y ya quedó contado todo mi trauma. Que si lo mal que me sentí tratado, lo mal que estaba organizado todo aquello, el desastre que dejó mucha huella en mi vida etc
Hacia finales del año 2012, no conseguía levantarme a las nueve, como solía querer hacerlo, y hasta la una del mediodía no salía de la cama. Esto es la medicación, pensé. Hay que bajarla. Voy a ingresar para bajármela. Ahora lo considero una monumental metedura de pata. Claro, ahora.

Primero fui al psiquiátrico de San Sebastián y luego me dijeron que no había otra opción que seguir haciendo la bajada de medicación en Usurbil, pues San Juan de Dios estaba lleno. “¡¡¿Usurbil?!!!” “No, pero ha cambiado mucho.”, me dijo una psiquiatra del centro de Donosti. “El nuevo director de la institución, (psiquiatra él) ha cambiado toda la estructura organizativa y aquello ya no tiene nada que ver con lo que era hace años” Eso era verdad, lo pude comprobar. Y es que años después del fallecimiento del doctor que me atendió (bueno, atender, atender...) en 1997, todo se había transformado y cambiado. En cuanto a la gente, necesito urgentemente afirmar con todas mis fuerzas. El escenario del crimen (en su esencia más básica) seguía sin haber cambiado un ápice.

Como ya habré dicho, me tocó estar en ese, “para mí”, caserón maldito, de Enero de 2013, hasta mediados de abril del mismo año.
                        El día en que ingresé en Usurbil fui llevado allí en ambulancia, saliendo desde el psiquiátrico de San Sebastián,  y en compañía de mi madre. Sólo el hecho de ver el edificio, por muy restaurado que estuviera, me provocó un impacto muy fuerte. Y habían pasado más de quince años desde mi primera estancia. Cuando salió la psiquiatra que iba a llevar mi caso, para hacerme la entrevista de ingreso en una edificación pequeña, que estaba a unos pocos metros del Sanatorio (al que ahora no dejaban entrar a familiares) pude ver por la puerta entreabierta, algo del, llamémoslo, “espectáculo”, al que sólo le faltaba menos de media hora para que otro protagonista secundario (yo) formase parte de él:

Por dentro todo parecía estar igual, terroríficamente igual; luego comprobé que, sobre todo en cuanto a mobiliario, había “cosas” que se mantenían exacta y abrumadoramente iguales a las que estaban allí en 1997; serían, supongo, obviamente, las mismas, pero también parecían muy restauradas. Esas “Cosas” me traían recuerdos infernales; eran todas de un estilo rancio como de principios del siglo XX; ese estilo mobiliario, en ESE lugar, se había marcado en mi interior a fuego, como algo muy malo. De hecho todavía tenía pesadillas al respecto. A ese tipo de “cosas”, como mesas ridículamente señoriales, lámparas semi-barrocas (no entiendo nada de estos temas), sillones pseudo aristocráticos (es sólo una manera aproximativa de entendernos) pasamanos de las escaleras, ornamentos rimbombantes, todo de un marrón anticuado, a ese tipo de mobiliario carcamal, repito, tengo la impresión de que en un tiempo se le llamó elegante. Qué horror. Y aunque estas “cosas” no estaban exactamente donde nosotros solíamos estar, sino en el primer y segundo piso (el lugar de las habitaciones) a mi me provocaban un gran malestar por la asociación de recuerdos con la primera estancia; diría que se me incrustaban violentamente en el alma (si ésta existe) por medio de los ojos: Aquello otra vez, no, por favor… pero había que aguantar. Lo que acabo de decir sobre los muebles podría ser ficción o fantasía, si no fuera horriblemente cierto. A mí mismo se me hace extraño.
 

lunes, 19 de octubre de 2015

OJALA ESTUVIERAS AQUI


 
¿Qué ocurrió como consecuencia de dar con un médico que dijo que yo estaba salvado en manos de él, con absoluta seguridad además, y probablemente creyéndose su propia mentira?

Pues que el gran problema de Walt Disney es el mismo Walt Disney. Y uno va allí (aunque yo no he ido a “ese” Walt Disney), a desconectar de la dura realidad. A disfrutar de la magia y de la “felicidad”. Pero luego hay que volver. En realidad nuestra vuelta a la realidad fue mucho más brutal que la vuelta a la realidad que hubieramos tenido si hubiéramos ido simplemente a la Disneylandia que todos conocen. Creíamos haber llegado a un Walt Disney sin vuelta, creímos que lo habíamos introducido en nuestro interior y que estuviéramos en donde estuviéramos en el futuro, lo llevaríamos siempre con nosotros. Me había curado, y ya está. Del infierno al cielo, pasando por Barcelona (engañoso paraíso en forma de médico todopoderoso que me curó de manera instantánea, con sus mágicas pócimas medicinales que sólo EL conocía; Antxon, repites las cosas, eso ya lo habías contado)). Por cierto, ese médico, cobraba, en el año 1995, veintemil pelas la consulta. Es un dato que lanzo al aire.

Pero apuntaré sin demora ya, que pasados unos dos meses y pico, después de aquel episodio (malos, muy malos meses) yo me encontraba ingresado en el psiquiátrico de San Sebastián. Me pienso ahorrar todos los detalles escabrosos. Empezaré por decir, que la doctora que me atendió durante aquel ingreso, al presentarle yo el tratamiento del médico de Barcelona, me dijo, de una forma tajante, que ella no aprobaba ese tratamiento.

Supe posteriormente, gracias a la amabilidad de una psiquiatra a la que tengo un especial cariño, que todos, absolutamente todos los psiquiatras que ejercían su profesión en el lugar a donde fui a parar, se reunieron especialmente para analizar el tratamiento que a mí se me había aplicado en Barcelona. “Escandalizados” o quizá “alucinados”, creo que fue la palabra que utilizó la doctora que me habló de esa reunión, para calificar el estado por el que atravesaron los psiquiatras al observar por primera vez dicho tratamiento. Había anfetaminas (Rubifen, creo que se llamaba), había una medicina (de esto me enteré muy tarde) que de no ser eliminada con rapidez de mi tratamiento, me podía provocar un buen susto, de cuyas características no me quisieron dar explicaciones. Sólo susto se me dijo… No me estoy inventando nada. O por lo menos, si hay invención, no es consciente.

       Lo fundamental es que me cambiaron el tratamiento de arriba a abajo provocándome algunos estados que, joder (perdón), en fin, no quiero abusar de adjetivos tremendistas, pero aquello no fue precisamente agradable.

----------------------------------------------------------------------------------------------------

Relacionado o no con las circunstancias descritas hasta ahora, el hecho de que algunas personas lo pasen bien en un ingreso en el psiquiátrico de agudos (corta y primera estancia; luego estarían los psiquiátricos de media estancia y los de larga) es algo que la mayoría de la gente desconoce; de hecho, es más común de lo que nadie pueda llegar a imaginar. El ambiente que se crea es muy especial. Voy a intentar ser fiel a un extracto que escribí en un diario que hice durante una temporada. Quizá sea más significativo que nada. Ya veremos:

Yo conozco algo parecido a esa sensación (estaba hablando, en ese diario, de algo parecido a la ternura paradisíaca completa y sin fisuras terrenales siempre amargas, que intuimos que puede existir pero no hemos probado en este mundo, más que de maneras demasiado fugaces para mi gusto) y sé consecuentemente por qué ingresé tantas veces voluntario en el psiquiátrico. Por mentira que parezca, el ambiente que se formaba en aquel pasillo y comedor con patio, aislados de la infernal realidad que los más débiles que el resto de los también débiles no aguantábamos, o no queríamos aguantar, era de alivio y paz total (aunque si la depresión era gorda, esto no pasaba); pero la sonrisa fraternal florecía entonces sola y el miedo se iba (algo me obliga a declarar que no siempre); aquello, mal que pese, también era real (admito que aquello era placebo también, lo cual no demuestra nada), pero era real si lo tomamos desde un contexto de tiempo más largo, desde la realidad en toda su amplitud (aunque pensar por mi parte que puedo ver la realidad en su amplitud, es algo pretencioso pero hago lo que puedo); allí se encontraba una realidad interior tranquila de la propia persona, y de las personas de su alrededor; gente cariñosa, muy agradable, tremendamente agradable, en aquel lugar; y fuera, la realidad cruda y rápida. Y claro, hay gente que se “aficiona” a ingresar. Esto lo considero un considerable disparate, además de algo contraproducente.”

Terminando con el ingreso tan intenso que viví en el psiquiátrico ( ingreso post Barcelona), tengo que contar una cosa absolutamente entrañable que sucedió la última noche que pasé en aquel lugar, allá por Mayo o Junio de 1995. Yo solía cantar con la guitarra en un quiosco de madera que había el el patio del lugar por entonces. Yo quería ser cantante, y no es que ahora quiera ser escritor, ahora, simplemente escribo porque me hace bien. Sólo soy escribidor. Pero volviendo a los cantares: Una canción que se repetía mucho en mi repertorio era “Wish you were here” (Ojala estuvieras aquí) de Pink Floyd. Corta y poderosa esa canción, con impresionante letra. Creo que es una canción de la que se han hecho una cantidad innumerable de versiones. Y es la más conocida de Pink Floyd… Cuando estaba animado al cantarla, el tono era festivo y a la letra no le hicimos ni caso. (Algunos por no saber Ingles y otros porque no venía al caso). Pero resulta que la letra es explosiva; menos mal, por ello, que pocos la entendieran y que yo no me ponía a pensar en ella.

El final de esa letra, es, como no podía ser de otra forma, muy de Pink Floyd, muy dramático.

We are just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year, running over the same old ground. What have we found? The same old fears. Wish you were here.”

El optimismo en versión tenebrosa: “Somos tan sólo dos almas perdidas nadando en una pecera, año tras año, corriendo sobre el mismo viejo suelo (o tierra) ¿Qué hemos encontrado? Los viejos miedos de siempre. Ojala estuvieras aquí”

Para colmo, la parte anterior de la letra está plagada de una especie de fatalismo metafísico, expresado por medio de imágenes contrapuestas bruscamente, con metáforas de lo más melancólicas y amargas; esa parte inicial y central de la letra te puede poner los pelos de punta (o de los nervios el espíritu) según el momento en el que se te ocurra (y que no se te ocurra en ninguno) pensar detenidamente en lo que dice dicho pasaje. Vamos, la alegría de vivir, en resumen.

Pero nada de esto importó aquella noche última noche de ingreso.

Tras la cena, y en pleno comedor, Bea, Gema y otros, al saber que que me iba de alta al día siguiente me animaron a cantar algunas canciones en el comedor. Canté un par de canciones de carácter bastante romántico. Tras ello, un celador me dijo que me dejara de cosas sentimentales y que cantase esa canción en Inglés tan bonita que había cantado antes de la cena (se refería a “Wish you were here” y por supuesto aquel celador no sabía lo bestialmente sentimental que era también la letra de esa canción).

La canté, pero con tono absolutamente jovial y festivo. Dos compañeras, dos auxiliares, y hasta una enfermera, se pusieron a bailar, mientras yo no daba crédito a lo que veía mientras cantaba. Al celador que había pedido la canción le intentaron sacar a bailar tirándole de los brazos. Él se negaba en redondo y alegaba que se estaba poniendo rojo. La escena total no se puede olvidar.

Ojala estuvierais todos aquí, esos rostros de Bea, Gema, Carlos, José Mari, a dónde os habéis ido desde esa noche mágica, todos esos momentos fugaces... Toda esa paz y alivio, todo ese dolor salvaje desaparecido en alivio de sonrisas y solidaridad insólita.

martes, 13 de octubre de 2015

Y TU DE QUE TE RIES



Ander, compañero de clase de COU letras en el Instituto, me decía bastantes años después de aquel curso, que tenía que escribir sobre las cosas que me habían pasado debido a las aventuras que corrí, gracias (?) a mi salud. En aquella época no tenía ninguna gana de hacerlo.
Lo que sí me apetece hacer ahora es recordar lo bien que lo pasábamos por medio de nuestras bromas constantes; algunas veces llegábamos a reírnos a carcajadas simplemente observando lo que se nos presentaba ante nuestros ojos. Ander y yo fuimos testigos de una de las cosas más graciosas que yo haya presenciado nunca, y que durante años tantas veces recordamos; algo que no puede olvidarse. Bueno, me doy cuenta de lo peligroso que resulta decir que algo va a ser gracioso antes de contarlo.

Es igual que en los chistes. Un chiste prefabricado y fuera del contexto de una conversación espontánea es para mí una de las cosas más antinaturales que existen. Precisamente porque la risa sincera no se puede programar, por eso nos hace sentir tan libres en el momento más inesperado. Alguien dice, voy a contar un chiste. Bien, ya ha creado una pequeña tensión entre él y sus oyentes, y entre los propios oyentes, que deberán medir su propia reacción; el contador siente que debe contar bien el chiste y que debe hacer reír; más tensión; tensión enemiga de toda la espontaneidad humorística que puede darse, por ejemplo, en medio de una conversación en donde nadie se espera que alguien diga alguna payasada, y ese alguien, va, y pum, la suelta, ahí va, a bote pronto y porque sí; entonces la gente, que no estaba predispuesta a escuchar la gansada, ni “obligada”, como en los chistes, a reírse o a decir “qué malo” o el socorrido“¿Hay que reírse?” (que muchas veces no son más que formas de responder a la tensión creada) puede llegar a reírse sorprendida y con muchas ganas, si la broma no es del todo mala.

En mi opinión, poca gente se ríe muy sinceramente tras un chiste (no me refiero a los monólogos humorísticos), y esto si que es un parecer muy arbitrario porque nunca podría demostrarlo. Parece como si la gente riera mucho menos espontáneamente, que en la inesperada y sana carcajada ante algo absurdo. La risa se puede fingir, pero se nota el fingimiento muchas veces. Por eso me han gustado siempre Faemino y Cansado, porque el chiste son ellos, su manera de contar las cosas. No lo que cuentan, sino cómo.

Yo contaba muchos chistes de pequeño. Lo peor es que las primeras veces hice gracia en mi inocencia y en mi espontaneidad, fuera de toda obligación; a partir de la gracia que hizo el niño, aquello se convirtió en una pesadilla para “el niño protagonista” (todavía recuerdo el maldito chiste que creó tanta expectación) un niño imitando a dos mexicanos que...mejor no seguir.

A ver, majisimo, cuéntale a los tíos ese chiste, ya veréis qué gracia tiene, es un primor, cuenta, sí cuenta, pero levántate, ala, que nos vamos a reír todos un poco, venga. Al niño ya se le han quitado todas las ganas de contar nada, pero tiene que contar el impuesto chiste (tiene que ser lo buen niño que se le supone que es) y tiene la responsabilidad (siendo un inocente crío) de hacer reír.

Y el niño nota, vaya si lo nota, cuando se ríen de cumplido y de condescendencia, el niño se da cuenta de que se finge. El niño ya no siente que el chiste salga espontáneamente de sí mismo, sino que se convierte en un tenso lorito que reproduce las palabras, y está nervioso por si no consigue hacer reír, que parece ser su obligación absoluta. Y el niño, tras pocos años, no contó chistes nunca más (miento; volvió a contarlos en 2014 y en 2015, sin embargo; quizá algún otro antes también). 

 Pero durante muchos años, le cortaron la espontaneidad en ese terreno. De esa experiencia, cualquier estudiante de psicología absorbido por teorías psicoanalíticas, o incluso cualquier reputado psicólogo, incluso alguien que no haya estudiado psicología, puede sacar la sesuda conclusión de que mi teoría sobre el carácter prefabricado y artificial de los chistes no responde a otra cosa que a una reacción ante esa experiencia “traumática” de mi niñez que yo no terminé de superar del todo. Lamento tener que decir que pienso que eso podría estar bastante cerca de ser cierto.

Así que, dónde íbamos. Ah sí, despierta, despierta lector, hazme un poco de caso; ya he dicho que es gracioso lo que vivimos Ander y yo y eso ya no se puede arreglar. Prepárate para analizarlo pronto, no vaya a ser que se vea que no has entendido el chiste real, ponte tenso y decide tu reacción, pues ya no hay vuelta atrás. “Saben aquel que…” no, en serio, quiero decir, en broma:

Ander, otros dos colegas del instituto y yo, estábamos en un bar al que acudíamos siempre en los recreos. Un bar pequeñísimo. Uno de los ilustres colegas de nombre algo aparatoso, de voz aguda y a veces chillona, me estaba hablando. Por continuar con la rutinaria conversación le hice un comentario habitual por aquellos tiempos “Oye, tú, a ver si nos afeitamos ¿eh?” Comentarios para salir del paso, prestados, socorridos y sin más. Él, sin embargo, le dio mucha importancia a mi frase, pero no por sentirse negativamente aludido; más bien parecía halagado por tan sosa expresión y entonces comenzó a decir con su peculiar voz (a un potentísimo volumen, debido al cual se le escuchaba en todo el bar) lo siguiente:

Es verdad oyes, eso me dicen en casa mi familia, me dicen, tú, oye, me dicen siempre —en ese preciso instante, y todo fue cuestión de unos dos o tres segundos, atravesaba la puerta entrando al pequeñísimo bar un policía municipal con una barba de unos cuatro o cincos días,o de cuatro y medio (niño, ya te vale con la tontería) ; el colega de la voz chillona estaba lanzado en su entusiasmo y aunque me hablaba a mí, por azar tenía la mirada fija y dirigida hacia la puerta por donde el poli estaba entrando, probablemente mirando pero sin ver al poli, tan metido como estaba en su comentario; evidentemente, el policía no conocía los comentarios que habían precedido a lo que iba a escuchar a un tipo algo rechoncho que parecía gritarle a él, pues tal tipo rechoncho de estridente voz miraba hacia la puerta, hacia el policía. Lo que el policía, en conclusión, creyó que le gritaban al entrar fue-:¡¡¡Pero aféitate puto guarro, aféitate, serás guarro, aféitateee!!!”.

 La cara de desconcierto del municipal fue algo que no nos dejó indiferentes precisamente. A mí me tuvieron que sacar del bar pues me dio un ataque de risa nada oportuno, cuando los demás intentaban disimular y el poli empezaba a mirarnos con cara de pocos amigos. Consiguieron sacarme del bar sin mayores consecuencias y no nos pasó nada. Y ahí acaba el supuestamente jocoso hecho, basado en hechos más reales que la propia realidad.







miércoles, 7 de octubre de 2015

ELLAS DOS

            
           Estuve en el Sanatorio (o psiquiátrico) de Usúrbil tres meses y medio de 2013, en concreto de principios de Enero hasta mediados de Abril de dicho año, para bajar medicación. No se pudo bajar el número de pastillas que tomaba entonces, a pesar de mi genial doctora María Rodríguez.
         Como apunté en otro escrito, en un centro psiquiátrico se dan  todo tipo de experiencias, consecuencias e interpretaciones. No hay milagros, pero yo aprendí cosas, sobre todo en las terapias de grupo, las cuales, por cierto, me parecían  inservibles y pueriles, antes de participar yo mismo en una de ellas, obligado por mi doctora... Porque yo sólo conocía las terapias de grupo por películas, en las que los guionistas y directores, de alguna manera, se burlaban de dichas terapias, y hasta de los personajes que las formaban. Éstas películas me producían  muchas reticencias y prejuicios hacia ese tipo de terapia a la que yo no quería ir, pero me mandaron ir.
  Y sin embargo me hizo bien más de una vez. Una joven ingresada me ayudó mucho de forma indirecta, en dichas terapias; ya desde el principio le había cogido cariño. Ella me ayudó sin darse cuenta; o  quizá sí se dio cuenta.
Un día aciago de los muchos que pasé allí,  sintiéndome en dicho día completamente destrozado y creyéndome el ser más pequeño, inservible e inútil del mundo, en fin, un ser fabricado de una forma tan anómala que en consecuencia iba a resultarme inevitable vivir con un sufrimiento absolutamente inaceptable, (coge aire lector), me encontré por casualidad en plena terapia de grupo y empecé a pensar en alto, porque ya me daba todo igual.
Y ahí estaba yo, rodeado de compañer@s ,  y de un psicólogo que moderaba el grupo y  lo cierto es que no me corté ni un pelo (no había nada que perder, porque yo lo daba todo por perdido) y en aquel momento de terapia, dije cosas que insinuaban o decían directamente, algo muy parecido a las agradables ideas y sentimientos que señalaba en una frase anterior (destrozado, inútil, pequeño...) añadiendo además que no solía querer salir de la cama por pánico a mí mismo, a mi propia existencia atormentada. La chica que he nombrado arriba y otra más joven (ésta última fue la primera en hablar) tuvieron el coraje de decir que ellas sentían LO MISMO. ¿Por qué tendrá que ser así?. Pero no estaba solo y eso me produjo no poco alivio. Nos abrazamos al final. Cuánto me acuerdo de ti, chica con distimia (depresión crónica de difícil tratamiento). Cuántas veces me acuerdo de ti. Y de ti también, con veinte añitos y esa cara de buena niña que tenías; porque resulta que lo eras.
. Yo ya ando muy bien, (aunque con más pastillas de las que quisiera); por qué no pensar que a ellas también les pueden ir bien las cosas.

 La jovencita que me lanzó el cable de sentirse identificada con mi situación, me dio un fuerte abrazo cuando me iba de alta, mientras me decía, con todo el cariño del mundo, con toda su alma, y casi susurrando, pero con mucha intensidad vital, la frase "Sé fuerte". La manera en que me lo dijo  todavía la recuerdo.  Ésa fue su despedida sin adiós; esas dos palabras; sé fuerte.  Lo intento Sara, lo intento. Lo que es "fuerte", es que una criatura como tú, tuviera que estar allí. Un beso para las dos os encontréis donde os encontréis.


 Se me hace muy necesario añadir una cosa: una de las chicas que me ayudó sufrió abusos sexuales de un amigo de su familia cuando era niña. Cuando lo contó en la terapia, rompió a llorar; y no estoy seguro, pero creo que era la primera vez que lo contaba ante personas que no fueran  especialistas o terapeutas. Lo que si es seguro es que esa chica quedó marcada de forma treméndamente traumática por aquellos abusos sexuales.Habían pasado muchos años, pero aquella atrocidad había creado una herida tal en ella, que dicha herida seguía sin  cicatrizarse. Se llegó a sentir culpable muchas veces pues no era capaz de asimilar racionalmente lo que le habían hecho. Los abusos sexuales a menores, pueden provocar un  dolor infinito durante años posteriores...

Esa chica fue una víctima atroz de lo que le hicieron. Estés donde estés, que puedas ser feliz, que te cicatrice o te haya cicatrizado  esa herida tan grave, acompañada además de una enfermedad cruel. Tú, preciosa, fuiste además tan generosa conmigo que considero que lo que me dijiste el día de la despedida, en medio de la última terapia de grupo, es lo más valioso que me haya dicho jamás nadie. Me gotean ya los ojos al recordar, que nada menos que TU, me dijeras que era muy fácil quererme. Por hoy ya ha sido demasiado.

viernes, 2 de octubre de 2015

CITAS DE "MUNDU BITXIA"



Las personas (…) que relatan (…) sus vidas, a menudo llenan lagunas con suposiciones…. Es difícil discernir donde acaban los recuerdos y dónde empieza la novela."

Esta frase la dijo un escritor estalinista en sus memorias. Este autor, que no pienso nombrar, llegó a decir que los alemanes no eran humanos. Quizá se los querría cargar a todos. Dejando de lado las demás barbaridades que apoyó, dijo e hizo, esta frase que escribio en su autobiografía, es, para mí, una gran verdad y se la cojo prestada.


Mundua toki bitxia da benetan, hainbeste urte egokitzen bertan, gatibu egin nau, bertan nago ahal bezala. Mundua toki bitxia da.”



El mundo es un lugar realmente curioso, tantos años adaptándome (nos) a él, me ha hecho cautivo, en él estoy, como puedo. El mundo es un lugar curioso.”



Ruper Ordorika. Canción “Zure ate ondoan”


Yo sé que hay gente que me quiere.
Yo sé que hay gente que no me quiere.”
Silvio Rodríguez. Canción “Esta canción”


Nola uka guk mugak barnean daudela, ez direla ibaiak, ez mendiak, ez arroka handiak…”

Cómo negar que los límites están dentro, que no lo son los ríos, ni los montes, ni las rocas grandes…”

Itoiz. Canción “Errotaberri

Aginduak eta aginguak, zer egin behar denok dakite…”
"Mandatos y mandatos, todos saben lo que hay que hacer"
Hertzainak. Canción "Zuzen heriotzaraino"